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jueves, 28 marzo, 2024
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La Utopía en el Hogar (13). Tolerancia

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Superados los tres meses desde que las diferentes instancias de gobierno a lo largo del territorio del país determinaron que había que aislarse y de establecer el procedimiento anti pandemia que incluye entre otras cosas el uso de mascarillas cubrebocas, el aislamiento en casa y el mantenimiento de una sana distancia entre varias formas de conducta que, aunque la gente empieza a acostumbrarse, no dejan de ser una parte de las circunstancias insólitas que hoy agobian a la ciudadanía. Aunque en general se ha tenido buena respuesta por parte de la gente y el fenómeno no se ha salido de las manos, existen muchas personas que no están de acuerdo con las sugerencias de los encargados de la salud pública y muchos otros a los que les importa un soberano cacahuate la vida propia y la de los demás.

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Todo podría ser, como de hecho lo es, controlado para mantener a la conciencia colectiva en paz y armonía. Pero en ocasiones parece salir de control, preocupando a un buen porcentaje de la población, porque se tiene muy arraigada la práctica de buscar desacuerdos entre cualquiera que tenga una presencia en la sociedad. Y lo peor del caso, hacerlos públicos, muchas veces en formas ofensivas y degradantes y, con una capacidad inaudita para enganchar a muchos más beligerantes que sienten que no hay en el mundo mejor opinión que la suya, sin ningún rastro de apertura a cualquier diálogo en la búsqueda de la solución de conflictos. Parece tan arraigada la costumbre de la intolerancia hasta donde se puedan rastrear las costumbres de los pobladores de esta región del Trópico de Cáncer en el continente americano, que de plano se tienen arraigados los “dimes y diretes”.

Entonces no es de extrañarse que en esta aparente calma pandemial hayan ocurrido tantos eventos en el mundo y en los límites domésticos de la república que tienen que ver con esta característica social de estar en desacuerdo con todo y gritarlo a los cuatro vientos. Parece que la necedad es la constante compañía de cada individuo que se manifiesta por estos andurriales. Y el problema se vuelve mayor cuando se les da importancia como libertad de expresión, derecho inalienable, que se oculta detrás de una verborrea irrelevante.

Cuando se analiza este fenómeno desde lo que se manifiesta como realidad del siglo veintiuno, en lo actual del país causa escozor ver a una colonia enfurecida por cualquier acción que emprenda la actual administración, solo por el afán de hacerla de tos, aunque para toda la ciudadanía son más que evidentes los “motivos del lobo” y qué mano mece esta cuna. En otro régimen, parecido al menos a los que recientemente rigieron el país, muchos de los adalides de la libertad de opinión ya hubieran pasado un muy mal rato, o en el caso del convencimiento conveniente, por un suculento chayote. El problema de este fenómeno es que se reproduce en todas las escalas y da paso a muchas patologías que se resuelven con un solo valor que incluye en su manifestación las más preciadas manifestaciones sociales que incluyen el amor y la cordura: la tolerancia.

Si se aprende a escuchar las opiniones de los demás dejándolo nada más en eso, entonces se podrá rescatar lo mejor de cada mensaje independientemente del contenido del mismo. Y hasta ahí queda. La peor práctica en la vida es darle atención a un necio porque lo engrandece, y no hay nada más peligroso que un tonto con iniciativa. Por otra parte, hay que estar al alba para fortalecer las habilidades constructivas que puedan sustituir a las barbaridades que se niegan a declararse en vías de desaparición. Y en este esfuerzo el papel importante lo juega ese valor agregado que se ha dado en llamar educación. En la más elemental fórmula aritmética, hay que restarle a unas y agregarle a otras.

Si se da la importancia a lo que lleve implícito un cambio en el comportamiento general de la gente, que demuestre que se sabe poner en los zapatos del otro, entonces se puede aspirar a erradicar tendencias discriminatorias y de odio, como el racismo, la discriminación, la zoofobia, la homofobia, la inequidad de género y tantas formas de empeñarse en demostraciones que solo conducen a la degradación y a la destrucción.

Se debiera dar más importancia a las cosas buenas que pasan, aunque no se alimenten egos protagónicos cimentados en la vanidad y la banalidad. Todavía hay muchos diamantes en bruto que pulir.
Feliz Día del Padre.

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