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sábado, 20 abril, 2024
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La inexorable complejidad

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Sí hay algo que caracteriza nuestro momento es la complejidad. La pluralidad manifiesta de una sociedad cada vez más diversa y el fin de las certezas ha complejizado, hasta el grado de romper con toda eficacia que pudiera tener la inercia, todo acto de gobierno. En este contexto se ha vuelto más que evidente la ausencia de profesionalismo y capacidad para el momento disruptivo que vivimos, de parte de muchas de nuestras autoridades, en todos los ámbitos, de todos los partidos, en muchos sentidos. No se les puede culpar del todo. México y el mundo se enfrentan a tiempos que difícilmente podíamos imaginar, más allá de la alarma, hace algunos años. Cuando las voces que reclamaban atención en la desigualdad, la violencia, la corrupción y los efectos perversos de todos estos fenómenos en la democracia, las élites volteaban la mirada, esquivaban la atención. Decidimos, por acción, omisión o impotencia, dejar para después la necesaria profundización y debida atención de los problemas que todo lo anterior atraería. La desigualdad despertó emociones de hartazgo que fueron encauzadas por movimientos sin mayor oferta que la disonancia cognitiva para ganar elecciones. La violencia despertó los ánimos más desesperados, gritos que ya no podían estar en calma. La corrupción desmanteló aún a los Estados más solventes, sin que haya permitido nunca el desarrollo de un mercado solidario, en su lugar surgió uno depredador, insolente, tan fuerte como el desencanto que todo lo demás aglutinaba un día sí y al siguiente también.

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Este diagnóstico ni es nuevo, ni pretende serlo. Tiene otro objetivo, más allá del análisis, el del llamado a ver en el actual escenario, en el que el mundo parece derrumbarse, la última oportunidad para atenderlo. Este llamado es al diálogo para enterarnos de lo que nos ocurrió. Esta complejidad a la que nos enfrentamos es inexorable: no la podremos superar dándole la vuelta, escabulléndonos en las soluciones dilatorias, ambiguas, sin vinculación ni compromisos. No es el momento de la politiquería, sino de la política, en su sentido mayor.

Lo que está por venir puede agravar las causas y con ello derivar en una profundización de consecuencias con perspectivas destructivas, no solo refundadoras, como algunos quisieran aspirar. La nueva realidad global podría no ser un renacimiento, sino una larga época de oscuridad en la que quedemos inmersos sin conocer su conclusión en la historia. Quizá las alertas suenen a exageración ¿recordamos cuando las advertencias sobre la desarticulación de nuestros sistemas públicos de salud, de nuestras instituciones y el Estado mismo, no nos parecieron sino exageraciones morbosas, conservadoras, estatistas, melancólicas? Hoy recobran a todas luces el sentido común en el que se sustentaban.

Esta complejidad no puede ser ignorada, su existencia misma es la razón de haber ignorado antes conflictos y fenómenos que podían conjugarse hasta configurar la tormenta perfecta en la que hoy nos encontramos. Ni la aberrante desigualdad que se asoma al paso de la pandemia del covid-19, ni la violencia que desata lo insufrible de las muchas otras violencias, agravada por la propia desigualdad, ni menos aún la incapacidad del Estado, casi en cualquier latitud, pero potenciada en aquellas naciones en los que los niveles de corrupción son altos, son nuevas tendencias, son confirmaciones que, unidas unas tras otra, en cadenas de fenómenos profundos, se han vuelto una inexorable complejidad.

Cada día se nos agotan más las alternativas. El diálogo es una de las únicas que, siendo tan sencilla, pueden alcanzar la solución que requerimos, también simple, anclada en nuestro ADN y situada en nuestro origen y éxito mismo como especie: la colaboración. Claro, la idea es simple, su práctica, en un mundo así de complicado, hoy confuso, enredado, es más que complicada. Sin embargo, como nunca en nuestra historia, también hay una narrativa global, que fuera de las incapacidades de las instituciones internacionales, no debemos abandonar, sino fortalecer. Ninguno de los problemas que aquí se han enumerado (y a los que sin duda se suman más, el calentamiento global o la precariedad laboral, por ejemplo), podrán ser tratados y resueltos con éxito, sin la experiencia y auxilio de otros. La comunicación, también base de nuestra supervivencia como especie, puede ser hoy otra vez, nuestra salvación. La inexorable complejidad merece hoy, máxima comunicación para la máxima colaboración, más que antes, globalización para la empatía y humildad y sentido común para rectificar. La complejidad es inexorable, solo nos queda asimilarla y adoptarla para nuestro beneficio o la ceguera, oscura e incierta. ■

@CarlosETorres_

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