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Miscelánea Pandemia: Antología 5

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Por: AQUILES GONZÁLEZ NAVARRO •

Combatiendo al virus y al capital
Por Fabio Seleme
Publicado en Dar la palabra
4 de abril de 2020

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La pandemia de coronavirus cambió drásticamente nuestra forma de vivir. Y si lo hizo fue porque antes cambio la forma de morir. Muertes en soledad, rápidas, simultáneas y masivas han hecho caer en pocos días el telón de las inmanencias rutinarias de la realidad del mundo, arrojándonos a la intemperie de la contingencia absoluta.

La realidad volverá, pero la forma en que lo haga no la decidirá el virus sino nosotros. Nada cambiara necesariamente después de esto, pero todo puede cambiar.

El virus comenzó y se dispersó desde los países centrales hacia los periféricos por las respuestas sin convicción y tardías que dieron las grandes potencias al problema. El virus se irradio desde China a Europa y de Europa a Estados Unidos y luego al resto de la tierra como una “time lapse” del movimiento del corredor civilizatorio, que comenzó hace miles de años y terminó envolviendo la totalidad del globo con su progreso y desgracia en el presente.

Justamente a ellos no se les puede señalar ineficiencia. Si las respuestas no fueron inicialmente contundentes en los países centrales fue para preservar precisamente la actividad económica y productiva, de consumo y financiera que es la base de sus supremacías violentas. Se reusaron a una “parada técnica” para no frenar los flujos de mercancías y capital y aceleraron el flujo viral.

El capital, sin embargo, si se ha visto detenido ya está volviendo por sus fueros con sus capitanes al estilo Paolo Rocca con su lógica maquinal de acumulación y su extorsión a la sociedad, mas allá de lo que opine cualquier sanitarista.

El mejor ejemplo de esto son las declaraciones de Dan Patrick, vice gobernador de Texas quien declaró que había que “sacrificar vidas para salvar la economía”… se trata de un discurso que en última instancia da representación simbólica e inviste de sentido a la muerte.

Para que esto cambie y podamos superar la crisis sanitaria como transición a una mejor sociedad son necesarias reformas cabales para articular otro proyecto político. Uno que subordine el capital a fines humanos, organizando a la comunidad en una discursividad que de un significado a la vida, diferente al del mercado y por lo tanto dé un sentido distinto también a la muerte.

“Cuando la naturaleza jaquea la orgullosa modernidad”

Por Enrique Dussel
Publicado en La Jornada
4 de Abril de 2020
Estamos experimentando un evento de significación histórica mundial del que posiblemente no midamos su abismal sentido como el signo del final de una época de larga duración, y comienzo de otra nueva edad que hemos denominado la transmodernidad. El hecho ha producido un sinnúmero de reacciones de colegas, filósofos y científicos porque llama profundamente la atención.

Allá por 1492, Cristóbal Colón, un miembro de la Europa latino-germánica, descubren el atlántico, conquista amerindia y nace así la última Edad del Antropoceno: la modernidad, produciendo además una revolución científica y tecnológica que dejó atrás a todas las civilizaciones del pasado, catalogadas como atrasadas, subdesarrolladas y artesanales. Lo denominaremos el Sur global; y esto hace sólo 500 años.

El Yo europeo produjo una revolución científica en el siglo XVII, una revolución tecnología en el XVIII, habiendo desde el siglo XVI un sistema capitalista con una ideología moderna eurocéntrica colonial (porque esa Europa era el centro del sistema mundo gracias a la violencia conquistadora de sus ejércitos que justificaban su derecho de dominio sobre otros pueblos), patriarcal, y, como culminación, el europeo se situó como explotador sin límite de la naturaleza.

Hoy, la madre naturaleza (ahora como metáfora adecuada y cierta) se ha revelado, ha jaqueado a su hija, la humanidad, por medio de un insignificante componente de la naturaleza (naturaleza de la cual es parte también el ser humano y comparte la realidad con el virus). Pone en cuestión a la modernidad, y lo hace a través de un organismo (el virus) inmensamente más pequeño que una bacteria o una célula, he infinitamente más simple que el ser humano que tiene miles de millones de células con complejísimas y diferenciadas funciones. Es la naturaleza la que hoy nos interpela: ¡o me respetas o te aniquilo! Se manifiesta como un signo del final de la modernidad y como anuncio de una nueva edad del mundo, posterior a esta civilización soberbia moderna que se ha tornado suicida. Como clamaba Walter Benjamín había que aplicar el freno y no en acelerador necrófilo en dirección al abismo.

La naturaleza no es un mero objeto de conocimiento, sino que es el todo (la totalidad) dentro del cual existimos como seres humanos: somos fruto de la evolución de la vida de la naturaleza que se sitúa como nuestro origen y nos porta como su gloria, posibilitándonos como un efecto interno y, por ello, no metafóricamente la ética se funda en el primer principio absoluto e universal: ¡el de afirmar la vida en general y la vida humana como su gloria!, porque es condición absoluta y universal de todo el resto; de la civilización, de la existencia cotidiana, de la felicidad, de la ciencia, de la tecnología y hasta de la religión. Mal podría operar alguna acción en institución si la humanidad hubiera muerto.

Creemos que estamos viviendo por primera vez en la historia del cosmos, de la humanidad, los signos del agotamiento de la modernidad como última etapa del Antropoceno, y que permite vislumbrar una nueva edad del mundo la transmodernidad en la que la humanidad deberá aprender, a partir de los errores de la modernidad, a entrar en una nueva edad del mundo donde, partiendo de la experiencia de la necro-cultura de los últimos cinco siglos, debamos ante todo afirmar la vida por sobre el capital, por sobre el colonialismo, por sobre el patriarcalismo, y por sobre muchas otras limitaciones que destruyen las condiciones universales de la reproducción de esa vida en la Tierra. Esto debiera ser logrado pacientemente en el largo plazo del siglo XXI que solo estamos comenzando, en el silencio de nuestro retiro exigido por los gobiernos para no contagiarnos de ese signo apocalíptico… tomemos un tiempo en pensar sobre el destino de la humanidad en el futuro.

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