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sábado, 20 abril, 2024
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Pandemia: viral, económica y de militarización (primera parte)

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Por: Mauro González Luna •

La suave Patria, otrora pensada “impecable y diamantina”, sufre hoy pasmada, enferma, oscura y descompuesta, una triple crisis: de salud en todos sentidos, de libertades amenazadas y de una economía en camino de colapso. Filosofía realista y poesía en horas tensas y decisivas, resultan asideros esperanzadores de verdad. No es hora de fugas infecundas que dan la espalda a una realidad estrujante.

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En torno a la pandemia y sus consecuencias todas, se renueva un viejo debate filosófico. La lucha entre individualismo y colectivismo. Dos extremos que se tocan por no hacer justicia ninguno de ellos a la esencia del ser humano. Primero destacaré puntos de filosofía social necesarios para comprender los sucesos, por lo que suplico paciencia e interés por pensar, por no sucumbir a lo anecdótico. Y después, tales puntos los relacionaré con realidades concretas que afectan y aterran. Pero primero, poesía, luego filosofía y después realidad:

“Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el ave
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave”.

I
El individualismo liberal peca por exceso de libertad. Endiosa al individuo. Postula un derecho y una libertad sin obligaciones propias ante la comunidad, desconociendo la naturaleza social de la persona humana. Reduce a la sociedad, a la comunidad a mera suma de individuos, degradando su naturaleza de unión moral y fines nobles. El resultado es que el pez grande devora al pequeño, “bajo la apariencia de libertad e igualdad”. El egoísmo aplasta la solidaridad.

Por otro lado, el colectivismo materialista peca por defecto de libertad. Endiosa a la colectividad hecha sustancia. Postula un derecho absoluto del todo colectivo, despojando al sujeto de libertad, degradando la dignidad de éste hasta venir a parar en mera cosa, “objeto de curso social y económico”. El resultado es que el todo colectivo se engulle a la persona. El egoísmo de Estado totalitario impide toda genuina solidaridad.

En oposición simultánea a ambos, individualismo y colectivismo, se encuentra el solidarismo o concepción social del Bien Común. No es dicha concepción una combinación de tales extremos. Como no es la valentía la mezcla de cobardía y temeridad, sino algo opuesto simultánea y contradictoriamente a ellas. Ese es el fondo del justo medio aristotélico. El justo medio de blanco y negro no es el gris, sino aquello que simultáneamente se opone a blanco y a negro.

Así, la concepción social del Bien Común o solidarismo, se opone simultáneamente tanto al individualismo como al colectivismo. Le da su lugar a la persona humana y a la comunidad. La persona conservando su dignidad imperecedera, está dotada de “esencial relación a la comunidad”. Es una doble vinculación: vincula cada una de las personas con el grupo comunitario y a éste por otro lado, con cada una de ellas.

De esa manera se elimina el endiosamiento del sujeto y del grupo social absolutizado, preservándose el derecho y la libertad del ser humano, pero sin desconocer sus deberes de solidaridad frente a la comunidad. Comunidad que no es un todo sustancial que devora a la persona, sino medio natural para que la persona se desarrolle armónicamente y cumpla su destino.

II
Si aterrizamos las ideas filosóficas anteriores y las relacionamos con los efectos del coronavirus, entre ellos el confinamiento, podemos sacar lecciones muy útiles. Los defensores del individualismo sostienen que el confinamiento es un atentado a su libertad y a su derecho de trabajar para que la economía no decaiga. Olvidan que hay un deber frente a la comunidad en aras del Bien Común y su doble vinculación. Ésta que une a las personas con el grupo y a éste con cada una de ellas.

Ese deber de solidaridad con miras al Bien Común, en el caso de la pandemia, consiste entre otras cosas, en no salir por un tiempo del hogar para evitar contagios y salvar la vida. La vida, valor intangible e irreparable en caso de pérdida, por encima de la economía reparable en su momento.

Para que dicho confinamiento tenga sentido en un país como México, con grandes desigualdades, es indispensable que el Estado en su papel de gestor del Bien Común, enfrente la pandemia con gasto social en salud, salario emergente y apoyo sustantivo a pequeñas y medianas empresas sin regateo alguno. Gasto social ese financiado como aconseja Piketty, con deuda e impuestos a la riqueza de los más ricos. Para evitar así que millones se vean forzados a romper el confinamiento a fin de sobrevivir.

Además, en México como regla, se vive un feroz individualismo que se manifiesta socialmente de varias maneras. Un médico de un hospital del Seguro Social, comentó muy recientemente que en el país hay dos mundos: el de las calles con mucha gente indiferente al dolor ajeno, caminando como si no pasara nada en tanto no le toque de cerca el drama humano de la enfermedad terrible o la muerte que se multiplica silenciosamente a diario.

Y a contrapelo de tal mundo “feliz”, el mundo de los hospitales: poblados de dolor, ingratitud, reclamos cotidianos, angustia, enfermos, enfermeras y médicos exhaustos, moribundos, camas de pacientes que se mueren lejos de los suyos y que van directo, solos al crematorio si hay suerte; hospitales, muchos despoblados de recursos básicos que motivan los reclamos, de agradecimientos por la labor de sus doctores y enfermeras. ■

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