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jueves, 28 marzo, 2024
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Crisis económicas y obsolescencia del PIB como indicador

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En febrero de 2008, el presidente de Francia Nicolas Sarkozy solicitó a los señores Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi que establecieran una Comisión que adoptó el nombre de de Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social (CMPEPS, en sus siglas francesas). Se le encomendó la misión de determinar los límites del PIB como indicador de los resultados económicos y del progreso social, reexaminar los problemas relativos a la medición, identificar datos adicionales que podrían ser necesarios para obtener indicadores del progreso social más pertinentes, evaluar la viabilidad de nuevos instrumentos de medición y debatir sobre una presentación adecuada de datos estadísticos.

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La comisión partió de la convicción de que los indicadores estadísticos son importantes para concebir y evaluar las políticas destinadas a garantizar el progreso de las sociedades, así como para evaluar el funcionamiento de los mercados e influir en los mismos. Y de que si lo que se mide tiene una incidencia en lo que se hace, en consecuencia, si las mediciones son defectuosas las decisiones que de ellas surjan pueden ser muy malas. La elección entre aumentar el PIB y proteger el medio ambiente puede ser una falsa elección, si la degradación del medio ambiente se incluyera correctamente en nuestras mediciones del desarrollo económico, pero el PIB no lo hace. También asumió que existe una diferencia pronunciada entre, por una parte, las mediciones habituales de las grandes variables socioeconómicas como el crecimiento, la inflación, el desempleo, etcétera, y, por otra parte, las percepciones ampliamente generalizadas de dichas realidades. Las mediciones habituales pueden, por ejemplo, dar a entender que la inflación es más reducida o el crecimiento más fuerte de lo que perciben las personas; esta diferencia es tan importante y está tan generalizada que no sólo puede explicarse refiriéndose a la ilusión monetaria o la psicología humana. Este fenómeno ha minado la confianza en las estadísticas oficiales e influye de forma clara en las modalidades del debate público sobre el estado de la economía y las políticas que han de llevarse a cabo.

Ante la profundización de la desigualdad en las décadas recientes (y más generalmente en la repartición de los ingresos), el Producto Interno Bruto (PIB) o todo agregado calculado por habitante no proporciona una evaluación adecuada de la situación de la mayoría de la población. Si las desigualdades se acentúan con respecto al crecimiento promedio del PIB per cápita, muchas personas pueden encontrarse en una situación difícil, incluso cuando el ingreso promedio ha aumentado. Además, si los ciudadanos están preocupados por la calidad del aire y si la contaminación del aire aumenta, las medidas estadísticas que lo ignoren brindarán una estimación inadaptada de la evolución del bienestar de la población. Asimismo, es posible que la tendencia de medir cambios progresivos no refleje los riesgos de deterioro brusco del medio ambiente como en el caso del cambio climático.

De hecho, la adecuación de los instrumentos actuales de medición del desarrollo económico, en particular los que se basan únicamente en el PIB, resulta problemática desde hace mucho tiempo. Estas preocupaciones son aún más pronunciadas en lo que respecta a la pertinencia de dichos datos como herramientas de medición del bienestar de la sociedad. El hecho de privilegiar el aumento del número de bienes de consumo inertes sólo podría justificarse en un análisis definitivo mediante la inclusión de lo que dichos bienes aportan a la vida de los seres humanos, en la que pueden influir directa o indirectamente. Además, hace mucho que se estableció que el PIB era una herramienta inadaptada para evaluar el bienestar a lo largo del tiempo, en particular en sus dimensiones económica, medioambiental y social, algunos de cuyos aspectos se suelen designar con el término de sustentabilidad.

En distintas publicaciones del Nobel Stiglitz ha desarrollado la idea de que uno de los motivos por los que la crisis financiera del 2008 tomó por sorpresa a muchas personas (y lo mismo pasa ahora con la crisis ligada a la pandemia del Covid 19) es que nuestro sistema de medición ha fallado y/o que los agentes de los mercados y los responsables públicos no disponían de los indicadores estadísticos correctos. Resulta que ni la contabilidad privada, ni la contabilidad pública han sido capaces de posibilitar una alerta precoz: no pudieron advertirnos a tiempo de que los resultados aparentemente brillantes de la economía mundial en términos de crecimiento entre 2004 y 2007 podían obtenerse en detrimento del crecimiento futuro. Asimismo, queda claro que dichos resultados se basaban parcialmente en un “espejismo”, en beneficios fundados en precios que aumentaban como consecuencia de una burbuja especulativa.

No obstante, es posible que, si hubiésemos sido más conscientes de los límites de las medidas clásicas como el PIB, la euforia derivada de los resultados económicos de los años previos a la crisis habría sido menor, y las herramientas de medición que integraran evoluciones de la sustentabilidad (deuda privada creciente, por ejemplo) nos habrían dado una visión más prudente de estos resultados. Asimismo, nos enfrentamos a una inminente crisis medioambiental, en particular al calentamiento del planeta. Los precios del mercado están falseados por la ausencia de impuestos sobre las emisiones de carbono y las mediciones clásicas del ingreso nacional no tienen en cuenta el coste de dichas emisiones. A todas luces, la medición del desarrollo económico que tuviese en cuenta dichos costes medioambientales sería sensiblemente diferente de las mediciones habituales. La realidad es que indicadores como el PIB deben ser susutituidos por otros que también incorporen medidas más integrales del bienestar humano. ■

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