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viernes, 19 abril, 2024
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¿Un soldado en cada hijo te dio?

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Sedientos de esperanza, todos los días surge el país utópico donde se derrota al Covid-19.

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Que si Alemania ha logrado la más baja mortalidad, o si Japón tiene todo dominado, o que los suecos no son tan restrictivos, pero en Nueva Zelanda no se aplana sino se elimina la curva… Así todos los días.

Una vez localizado el lugar de éxito se apresuran las hipótesis que lo expliquen: pruebas masivas, cubrebocas, guantes, confinamiento obligatorio, eucalipto, etcétera.

Probablemente falte mucho para que sepamos la realidad, y seguramente será más compleja de lo que ahora nos aventuramos a especular. Por lo pronto, desde la tormenta, hay una medida unánime: el distanciamiento social.

Es evidente que no estamos todos en las mismas condiciones de cumplirlo, unos por razones laborales, otros por médicas, algunos incluso de seguridad, no logran hacerlo del todo.
Otros más consideran que sus pequeños placeres son inofensivos, o que es buen momento de aprovechar que los demás obedecen para llenar los vacíos.

Es la condición humana de querer el cambio, pero no querer cambiar. La de quienes se quejan del tumulto de la gente siendo parte de ella, de quien compra papel de baño en exceso por el temor de que otro se lo acabe, o niega al otro el gel antibacterial para evitar que se termine.

Nada más lejos de la solución que estas actitudes, porque hoy más que nunca enfrentamos un asunto de salud pública que exige el cuidado de los unos y los otros para salir adelante.

Por mi bien, es prioridad que el otro tenga las manos limpias, que el médico tenga cubrebocas, y que los ancianos y personas vulnerables no salgan.

Este virus que algunos anuncian como el fin del capitalismo cuando menos alcanza a cuestionar el que tenemos interiorizado, el que nos hace pensar en “primero yo, y después yo”.
¿Entenderemos que el bien común es fundamental para el bien individual? ¿Seremos capaces de trasladar el bien aprendido “no corro, no grito, no empujo” de los temblores e incendios al terreno social que ahora lo exige?

La circunstancia nos demanda cosas distintas. A diferencia de los tiempos de guerra donde se pedía colectar metal para hacer balas, cuidar heridos, recoger cadáveres, preparar alimentos para las tropas, en este momento a los más más más privilegiados solo se nos pide no estorbar. No salir a la calle para disminuir la probabilidad de enfermarnos y enfermar a otros.

A otros más se les pide mantenerse en sus trabajos por ser actividades esenciales que de parar, dejarían en la indefensión a la sociedad en muchos aspectos. Me refiero a trabajadores de transporte, cajeros, comerciantes, policías, reporteros, y todos aquellos que sin lidiar directamente con la enfermedad, nos mantienen en un relativo nivel de normalidad.

En primera línea, claro está, enfermeros, médicos, químicos, y todo el personal del sector salud, muchos de los cuales han sido agredidos por quienes temen que su estancia en la línea de batalla los haga portadores del virus.

Quizá por esta actitud, se percibe en parte de ese sector la reticencia a contribuir con su conocimiento profesional en este momento de crisis.

No es por fortuna generalizado, pero suficientemente palpable. Hay reticencia entre los más jóvenes a seguir en los hospitales haciendo su servicio, cuando en contraste en otros países, los estudiantes de medicina y enfermería, a veces incluso los de primer año, se ofrecieron como voluntarios en la emergencia sanitaria.

No siempre se les requiere en línea de fuego, a veces su noble labor se limita a cuidar a los hijos del personal de salud que trabaja más directamente con los pacientes de Covid-19, o a suplir a quienes atienden otro tipo de pacientes.

El qué, es lo de menos. Lo importante es hacer la contribución que nos toca, aunque cierto es que a muchos les toca más que a otros.

Hasta ahora, la conducción gubernamental de la emergencia ha sido en los cauces democráticos: se ha respetado garantías individuales, se llama a médicos voluntarios a participar y hasta la utilización de hospitales privados es acordada y no forzada.

A la mayoría de nosotros, simples mortales, se nos pide una contribución que en comparación con muchos parece mínima, quedarse en casa, hoy ser ese “soldado que en cada hijo nos dio” es para algunos, más fácil que nunca.

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