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jueves, 18 abril, 2024
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■ Alba de Papel Para los que no pueden quedarse en casa

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Un riesgo mayor se cierne sobre las familias pobres de México. Ante la pandemia que hoy flagela al mundo, los individuos – hombres y mujeres- que son contratados y que pertenecen a la burocracia institucionalizada, podrán guardar en sus casas, la “cuarentena” como medida obligada para frenar la expansión y contagio del Covid 19, pero más del 60 por ciento de la población nacional, no podrá hacerlo, porque en rigor, dependen de su trabajo diario para llevar el sustento a sus familias y pagar los servicios básicos.

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A propósito de la pobreza, Pierre Bordieu escribió que “Los más desposeídos, los más carenciados, son quizás quienes han perdido la lucha simbólica por ser reconocidos, por ser aceptados como parte de una entidad social reconocible, en una palabra, como parte de la humanidad”, esta es una expresión brutal que catapulta el espíritu forjador de la política pública del desarrollo económico y social, medido en cifras y volúmenes de un capitalismo voraz.

Uno que para muchos, ha creado un progreso improductivo, hoy ante el alud calamitoso de las economías globales, que al “desvencijarse” dejan entrever la enorme “estupidez humana” en la lucha por el dinero y el poder, por el consumo y la hegemonía que en su conjunto, muestran con perversidad, la indefensión a la que, también hoy y ahora, estamos expuestos dentro de esta crisis sanitaria de dimensiones inimaginables de contagio y muerte para la población.

En este País, cómo pedirle, exigirle a un adulto mayor, a una madre, jefa de familia, a un artesano, a un vendedor callejero, a una familia sin salario fijo, sin prestaciones ni seguridad social, que no salgan de sus hogares, que se queden en ellos, cuando en rigor, dependen de lo que vendan cada día, porque sólo así podrán “asegurar” su manutención, siempre limitada, y que a la postre, les alcanzará para uno o dos días.

Los datos duros del INEGI indican que más del 60 por ciento de los trabajadores en México se desempeñan en la economía informal, de lo que erróneamente se cataloga como comercio minorista, porque constituye una fuente de riqueza, en muchos casos, no asociada a la producción interna, un tema profundamente resquebrajado y pendiente de afirmación, como evidencia del extraordinario ingenio y carácter del pueblo mexicano. Ese sesenta por ciento no tiene opción.

Gabriel Zaid en su libro “Hacen falta empresarios creadores de empresarios”, subraya en este sentido, “la polarización extrema del país: entre el altiplano y las costas, entre la capital y el interior, entre la economía cortesana y la de la subsistencia, entre la ciudad y el campo, entre la cultura del progreso y las culturas indígenas, entre el despilfarro y la miseria, entre el poder central y la dispersión impotente”, prevaleciendo hasta nuestros días, un grave descuido con aquellos que sostienen en su diversidad, la producción interna y su aportación a la riqueza económica y cultural de su país; su desempeño es subterráneo y de algún modo, invisibilizado y soterrado.

Prosigue en que las ideas desarrollistas surgieron en unas cuantas décadas y nadie lo esperaba: la riqueza del subsuelo, el centro como lugar sagrado, la economía cortesana, el deseo de redención, que va de las reformas de Vasco de Quiroga a la reforma agraria y el progreso industrializador como se aprecia ahora.

Ciertamente progreso y beneficio para un grupo privilegiado y el abandono paulatino de una cultura popular y tradicional, de donde emerge la gran mayoría de ciudadanos, a los que se les impone día a día, que su esfuerzo debe ser interminable.

El Covid 19 presenta un enorme trance para los adultos mayores que superan los 12 millones y que según un análisis prospectivo de la Secretaría de Desarrollo Social, realizado en marzo de 2017 que propone la instrumentación de estrategias que contribuyan al mejoramiento de su calidad de vida, en términos de pobreza, los cambios han sido mínimos y por tanto, no hay con suficiencia, una política pública, que propicie el cambio social esperado para ellos.

Las becas, sí por supuesto, son un apoyo para algunos de ellos – insuficiente-, y los demás – boleadores, “cerillitos”, vendedores, indígenas, indigentes-, están expuestos de manera inmisericorde, a su lucha diaria por el pan y con la presencia del virus, están expuestos al contagio masivo.

Ocurre igual con las mujeres que son madres solteras, también ellas tienen que salir – tanto como si son empleadas domésticas, vendedoras, comerciantes-, auto-empleadas o no, con hijos en casa, enfrentan una situación difícil de resolver para su sobrevivencia y para resguardarse de la temeridad del virus.

Más que paralizarnos, esta grave contingencia deberá ser un factor de concienciación para los gobiernos, los medios informativos y la sociedad; podría ser más allá del alarmismo que las redes sociales han provocado y del pánico desmedido en el que estamos sumidos, una posibilidad frente a la adversidad, para mejorar nuestra humanidad con los que menos tienen, como nación y como sociedad.

No es un trabajo fácil, diseñar, incentivar, proponer y poner en práctica políticas que realmente favorezcan el bienestar de los más pobres, se requiere de una convicción que va más allá del populismo, y centralmente, se necesita visión, aquella que permite mirar lejos para confirmar que es posible alcanzarlo.

Esta crisis sanitaria que es percibida como un mal inevitable, nos llevará a nuevos desafíos, confiemos ante el infortunio, que la unidad a través de apoyar a la otredad, que la inclusión creativa de los más vulnerables, que la fortaleza familiar y la valoración sensible de nuestra humanidad, nos permitirá salir adelante y ser más fuertes de lo que ya somos, como mexicanos y como seres humanos. ■

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