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sábado, 20 abril, 2024
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Alba de Papel El retorno a los momentos vividos

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

La verdad que se enuncia es producto de la dominación. Se vive en un mundo domesticado en constante opresión, con celdas elegidas previamente, proyectadas con violencia hacia el interior de nuestra humanidad. Cada persona al recorrer el orden de su mundo, lo que intenta es aprehender su propio pasado y plantarse con nostalgia frente a su realidad, porque teme al futuro.

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La fiesta judeo-cristiana que se celebra en el mes más largo del año, apostada en la tradición mexicana es un puente de contención que por un lado, exige la profundidad del silencio para llevar el tiempo a la eternidad de la experiencia individual y colectiva a través de los recuerdos, como evidencia fehaciente de que nuestra muerte está corriendo a través de la vida de los otros y de la forma en que nos vinculamos con el mundo.

Esto forma parte de una estructura primigenia que se ha perdido, gracias un consumismo voraz y a un capitalismo depredador que la asfixia e intenta borrar la experiencia de su simbolización dentro de una usanza que pareciera estar rota, dado que se desvirtúa en modo azaroso.

Para algunos autores palabra y silencio, son hermanos, en razón de que la palabra nace del silencio y éste a su vez, permite que sea escuchada. El silencio es un ejercicio interior que busca unificar el pensamiento de quien lo practica, pero también es un instrumento unificador de la familia, los gobiernos y todos aquellos que para ordenar y mandar, primero debieran fomentar la serenidad, el aquietamiento, la transparencia y la humildad.

Se visualiza bastante difícil cubrir esta primera condición de la celebración navideña, y la segunda, cuál sería para alcanzar este tiempo de plenitud?… Mucha complejidad, porque es bien sabido que lo que campea es una constante insatisfacción, hacia adentro y hacia fuera, con una perspectiva trágica de nuestra circunstancia humana, apremiada por tener, cuanto más, mejor.

La palabra plenitud, significa el apropiamiento de uno mismo y del espacio; surge quizá de un vaciamiento interior donde el perdón emprende una ruta cíclica que intenta derribar y resolver el conflicto de lo que soy y represento en mi forma de relación con los que están cerca y a mi lado, y con la otredad, para crear ciertos estados de satisfacción, completud y vitalidad.

Podría ser esta la segunda condición: aquella proyectada a los demás, con sentido de justica, generosidad y amor verdadero por el prójimo. Esta sería el mayor desafío para propiciar la paz que necesitamos para vivir mejor.

El colapso del mercantilismo, la barra libre, la fiesta, el culto a la imagen, la prisa, los falsos y miopes discursos de una política desangelada, las familias rotas, desunidas navegan peligrosamente en la “rapidación”, el fenómeno que afecta a la humanidad donde todo va con celeridad con el propósito de ganar dinero, consumir y divertirse. Un objetivo bastante plano, sin fondo y sin color.

Alguien escribió que cuando el amor en sus múltiples facetas se deshace, la vida se detiene y se corroe, se alimenta de su propia miseria, se infesta y produce un hedor que mata hasta el último aliento. Hombres y mujeres estamos instalados en la imposibilidad permanente de nuestros deseos, en niveles desgarradores que sobrevaloran los límites de la muerte.

Los últimos días del año, son propicios para la reflexión personal y colectiva, en el afán de resolver el conflicto del diario vivir, del diario decidir, del diario pensar y decidir el rumbo de nuestra vida y de nuestra relación con los otros.

En la esfera compleja de la cultura, hay una dimensión destinada al silencio, a la palabra y su recuperación, se hace posible en la argumentación de nuestro plan de vida y nuestro derecho insoslayable a soñar en razón de sí mismo y las acciones que hacemos con otros.

La natividad es un tiempo de estar y de ser, con una múltiple interpretación: para algunos es tiempo proclive a depresión, ansiedad, muerte, tristeza, consumismo, depredación paulatina de la vida; para otros, es el tiempo de reflexión y de unidad, a pesar del dolor; no obstante, es probable que todos la esperamos, porque de suyo, es un paréntesis aparte, porque en ella están contenidos los momentos perdidos de la infancia y los primeros objetos de amor, y esto es irrenunciable.

Independientemente de nuestra posición ideológica, ya sea pensamiento agnóstico y cristiano, lo deseable sería vivir estas fechas en equilibrio con uno mismo y con el otro por convivencia o tradición, siendo nosotros, en esencia y con rostro propio, a pesar de las ausencias, las pérdidas y la desolación, que muchas veces nos abate.

Que la esperanza se abra camino para proveernos de mayor conciencia, alegría y sentido sobre el significado extraordinario de la vida, a pesar de la opresión que la limita. Que se haga lo posible por crecer en interioridad y solidaridad, por una inminente recuperación de nuestra dimensión espiritual como seres humanos.

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