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martes, 16 abril, 2024
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Yo te he inventado

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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 412 / Río de Palabras

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Me levantaba de la cama y escribía mientras esperaba que el café estuviera caliente. No me alcanzaba para mucho, quizá dos líneas que luego de terminar con la primera taza serían descartadas, pero era mi forma de calentar. Luego podía escribir de corrido hasta mediodía, lo cual no era poco si consideramos que despertaba a las ocho. Tenía una rutina y la costumbre funcionaba. Podría haber caído una bomba nuclear sobre la ciudad y yo jamás me hubiera enterado. Me concentraba sobre lo que hacía, toda mi atención estaba puesta en cifrar palabras. En ocasiones ocurría que una frase me desconcertaba y tenía que repasarla diez, quince, veinte veces, para tener la certeza de que sí decía lo que decía y no sólo lo que me imaginaba. Es complicado tener que leerse uno con la soledad; yo he fracasado en la mayoría de intentos. Cuando al fin estaba seguro de la frase, de su conjugación, su sentido, incluso su misterio, la dejaba y continuaba con el texto. No quiero decir que hiciera textos perfectos, tampoco que construyera relatos que valieran solo por una línea. Me gustaba estar escribiendo, estar contando una historia aunque no pasara del ordenador. Supongo que era inevitable que ocurriera. Si revisamos las estadísticas, si analizamos las noticias, no es que yo viviera en el mejor de los lugares, pero me gustaba estar ahí. Me acuerdo cuando me intentaron convencer de mudarme a un lugar menos peligroso. Yo dije que no, que esa colonia me ayudaba a escribir; lo cual era una mentira. Escuché un ruido en la sala y salí del cuarto; era de madrugada. Cuando inspeccioné la cara del invasor me quedé congelado. Dos días antes había escrito sobre un ladrón que entraba a buscar un libro inconseguible a la casa de un escritor, que como no tenía más remedio lo asesinaba. Y ahí estaba yo protagonizando mi propia historia. Reconocí al fulano; era uno de mis personajes. Le ordené que se tranquilizara, que en mi casa no iba a encontrar su tesoro. Me ignoró, gruñó y se abalanzó sobre mí. Me ahorcó y huyó asustado, porque su objetivo no era matarme sino encontrar un libro. Al final tuve que escribir este relato anticipando todo. Seguramente estoy muerto, y seguramente no puedo escribir desde el más allá como fantasma, pero esto que cuento fue lo que pasó. No se acuse a nadie de mi muerte, la he provocado yo mismo. Lo que ocurrirá a continuación es sencillo de explicar: el lector pensará que lo estoy timando, no es así. El lector no existe, yo lo he inventado.

 

 

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