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jueves, 28 marzo, 2024
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La misma luz. Otros rastros, otros trazos. Juan Carlos Pinto [Los rastros solitarios de la luz. Trazos de luz sonora]

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Por: Magdalena Okhuysen •

La Gualdra 405 / Artes visuales

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En la urbe más grande del planeta, las soledades también son enormes.

Obligados al aislamiento por el devenir de la cotidianidad, los solitarios acuden

inadvertidamente a una sinfonía efímera en la que las cuerdas tensadas

son el fluir del espacio y el peregrinaje de la luz. El tiempo se dilata

y súbitamente ocurre la transformación. Florecen de claroscuro.

Se marchitan con el maullido tartamudo del reloj. Desaparecen.

Exiliados de un tiempo que ya no es sino una imagen,

se convierten en los rastros de la luz.

Juan Carlos Pinto

 

En Los rastros solitarios de la luz, se trata la relación íntima, intrínseca entre el espacio urbano y sus habitantes, que parece que conocen de memoria ciertos tramos que conforman sus pequeños y sordos y quizá ciegos y a veces mudos recorridos cotidianos. Estos momentos significan un secreto, son los rastros de una intimidad acaso intransferible, salvo porque a quien se acerca lo suficiente le será dado adivinar qué movimientos se susurrarán entre esas líneas paralelas, en los vértices de las esquinas de alguna calle, de las escaleras que intersectan los caminos y el paso de los peatones que por ahí se desplazan para llegar a un destino cualquiera, como impulsados por un motor extraño que promueve este casi involuntario andar para alcanzar algo que se supone en cierta medida importante, que podría dejar de importar tal vez en cualquier momento y que, aun así, genera una dinámica autónoma. El latido, el pulso vital de esta animación impersonal, imperceptible, no reconocida siempre como propia, resulta en un pequeño poema que podría escribirse a diario, a pesar de toda la aparente monotonía de la soledad y la repetición, y quizá porque precisamente detrás de este latido palpita también la posibilidad de otra urbe, una más deseable.

Juan Carlos Pinto nos regala estos poemas en las imágenes de esta colección que va integrando las piezas de un laberinto a través del cual la traza urbana se fragmenta para construir esa otra ciudad posible, imaginada y total, rodeada por la mirada y el deseo. La dimensión de los elementos urbanos y su elegante geometría es un rasgo fundamental en la composición de cada plano de esta serie; vemos la fortuna de un patrón, la fuga de la luz a lo largo de una retícula más o menos regular, con más o menos texturas; luces de un blanco casi radiante, o luces intermitentes, de trazos caprichosos, de líneas con tajante contraste y límites rotundos frente a las sombras. Estamos ante una serie de imágenes construidas por rasgos fuertes, acentuados, y también por pequeñas estructuras que conforman repeticiones aparentes; muchas minúsculas piezas irregulares configuran una trama más o menos regular; la mirada emprende el recorrido de esa ciudad omnipresente que se abisma en este Tokio fragmentado.

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En cuestión de segundos, la luz avanza y transforma la geometría del espacio; es así que todas, prácticamente todas las imágenes que Pinto nos descubre en este ensayo, son imágenes apenas posibles gracias al oficio de quien mira atentamente y a la disciplina de quien hace de la fugacidad materia del misterio revelado en sus mínimos instantes sutiles. Las imágenes de Pinto nos permiten acompañar la génesis de su delicada poética y del mecanismo técnico que la recrea: el atento y perfecto emplazamiento de la cámara, la conciencia plena de la hora exacta en que la luz formará esa malla delicada y perfecta que permita capturar la imagen efímera que, al momento mismo en que se plasma, se eterniza en un lugar sin otro tiempo que este simulacro de instantes perpetuos.

No puedo pensar esta serie sin inscribirla en lo que considero que merece ser entendido como un ensayo fotográfico y visual; en ese orden: primero fotográfico y, alcanzada su plenitud, entonces visual: la luz siembra toda su inminencia en cada uno de los relatos que nos ofrece Juan Carlos; al servicio de la fotografía están la riqueza del valor tonal, el equilibrio con que se estructura la arquitectura de cada plano. Y en ese entramado aparece el sustrato de su poética visual, el verdadero espíritu que da aliento al fotógrafo para alimentar esa otra rutina, la verdaderamente deseada, y que nos es permitido imaginar: el recorrido cotidiano del artista que, entusiasmado, impulsado por esta nueva promesa del día a día, sale a la calle para buscar y encontrar el lugar preciso, para perseguir las historias todavía inexistentes, pero que serán plasmadas en imágenes por su latencia, por ser necesarias, indispensables; las imágenes viven ocultas en la potencia de esa urbe que, basada en el transcurso de su historia y de su inexorable devenir, ha construido en cada individuo que la habita una cotidianidad concreta y, por lo mismo, rutinaria. Pero esta rutina no es determinante; con asumida sencillez y contundencia un hecho curioso se plantea poéticamente en esta colección: la rutina también es parte de ese aliento vital que la ciudad absorbe como organismo que participa en el extraño, curioso y bellísimo fenómeno de su ser: la ciudad sin fin.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_405

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