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viernes, 29 marzo, 2024
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Una religión para el siglo XXI

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Ha cambiado este país. No hace mucho que los sacerdotes eran considerados líderes sociales capaces de poner en orden a las comunidades. Hoy su palabra cada vez importa menos pues la religiosidad, aunque aún arraigada, está en retroceso.

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De acuerdo a las cifras publicadas en Animal Político (disponible en https://www.animalpolitico.com/2016/02/el-numero-de-catolicos-en-mexico-va-a-la-baja-aumentan-los-ateos-y-de-otras-religiones/) de 1960 al año 2010 el número de personas que se declara sin religión en México ha pasado del 0.6%, al 4.6%; en el mismo periodo la gente que se declara católica ha bajado de 96.5% al 82.9%.

Siguen celebrándose asiduamente los sacramentos, ciertamente; pero en parte se debe a que son un rito de carácter más social que religioso. Se bautiza para celebrar la vida, se buscan compadres para estrechar relaciones amistosas, sin considerar si éstos guiarán en la tradición católica al bautizado o no.

Las parejas en unión libre han dejado de ser rara excepción y han pasado a la normalidad, y es innegable que la mayoría de quienes deciden unirse religiosamente sobreponen la celebración al rito religioso, y cuidan más la fiesta que la misa en sí, porque en lo general es más importante la legitimación social que ofrece la ceremonia, que el ejercicio espiritual que supone la boda religiosa.
Y es que si la gente ya no acude tanto a las iglesias en las buenas, es porque tampoco sienten ya su cobijo en las malas. Estas instituciones ya no son predominantemente el lugar donde la gente encuentra respuestas a los problemas del mundo contemporáneo.

Algunos sienten que ni siquiera tienen cabida, pues pese a la retórica del amor al prójimo, millones sienten en esa institución un rechazo por la abierta y combativa militancia contra las minorías sexuales, y por la participación de grupos religiosos sin pudores en temas de la vida civil y laica del país, dejando la percepción de encontrarnos ante la nueva inquisición que sólo ha pasado los linchamientos del terreno físico al simbólico.

Contrario a lo observado en el último siglo, las mujeres se han topado con pared en el avance de sus derechos al interior del catolicismo, pues mientras iglesias como la anglicana permite el sacerdocio femenino hace más de un cuarto de siglo, en la católica aún permanece como ideales de “buena mujer” la abnegación, la negación del propio cuerpo, y la veneración a partir del parentesco con el otro.

En ese contexto es casi natural que entre los movimientos feministas comience a hablarse de Apostasía para pasar del alejamiento pasivo e inercial del catolicismo, a la activa búsqueda de la separación de esa institución decidida a enjuiciar y no empatizar.

Que son los valores de la época, se podrá pensar. Que es la era del vacío y el materialismo que menosprecian la espiritualidad, se podría argumentar. Pero el crecimiento de las otras religiones no católicas (algunas de ellas cristinas) y el florecimiento de prácticas espirituales otrora ajenas a nuestra cotidianidad son fiel prueba de la sed religiosa y espiritual que continúa en nuestros tiempos.

Sabedores de esta crisis moral que lleva a tener templos vacíos y escasez de vocaciones, algunos sectores de la iglesia católica empiezan a replantearse algunas de las ideas que han permanecido por tantos años, que parecen inmutables.

En el sínodo de Roma que comenzó este domingo se discute por ejemplo si se puede admitir el sacerdocio en hombres casados pues en la región de la Amazonía hay pueblos que celebran misas dos veces por años por falta de sacerdotes.

En espera de lo que suceda en ese tenor, esta es una buena ocasión para que las cúpulas eclesiásticas de esta región se sacudan del cómodo apoltronamiento con el que pasan de las comilonas con gobernantes a eventos de protocolarios con las esposas de los mismos, y replantearse si se está cumpliendo la labor social que dé sentido de pertenencia y pertinencia a su fe en la sociedad.

Es ocasión para discutir no sólo el celibato y la opción por los pobres como ya se ha planteado en los días previos al sínodo, sino también si se permanecerá en la condena de las minorías sexuales, los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, no sólo en el caso del aborto, sino desde la educación sexual que también combaten ferozmente.

Sobre todo, es tiempo de replantearse si las condiciones de la tierra aún soportan el discurso que llama a tener “los hijos que Dios nos dé”, el mismo que aunado al capitalismo explotador y a la egocéntrica idea de que el mundo está hecho para el servicio del hombre ha dejado este planeta en condiciones ecológicas insostenibles. n

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