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viernes, 29 marzo, 2024
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Sealtiel Alatriste. Narrar con honestidad

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 398 / Libros / Op. Cit.

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“Expiación”, escribe Sealtiel Alatriste (Ciudad de México, 1949), “quiere decir quedarte a solas con tu alma y decirle la verdad sin atisbo de culpa o perdón”, una definición de suyo literaria que, inserta en la narración de pérdidas, tropiezos y traiciones no escapa del subrayado de cualquier lector atento a Cicatrices de la memoria, el nuevo libro de este narrador, habrá que recordarlo, también envuelto en un escándalo de plagio hace siete años.

No hay duda, Cicatrices… se lee con cierto morbo, aun cuando la contraportada advierta un protagonista de nombre diferente al del autor; curiosidad correspondida desde el momento en que Sergi Soler, razón de ser de la narración, es “un reconocido editor y promotor cultural”, “ocupa un importante cargo en la Universidad Nacional” y “gana un importante premio literario”. Tres de más pistas que llevarán de inmediato al lector a identificar en la novela una biografía, si bien fragmentada, momentánea, del mismo Alatriste.

Cicatrices… posee un tipo de narración original, una voz omnisciente que se dirige desde el principio y hasta el fin al mismo Soler, quien a decir de la contraportada “se ha enamorado de una mujer con quien vive un apasionado romance”, y tras obtener un premio literario es señalado como plagiario literario, linchado en redes sociales. Calamidades a las que habrá de sumarse una más, la muerte de su anciano padre.

“Demasiadas tragedias juntas”, leemos, “aun para un culebrón, pero así había sido, un año entero de desgracias, un viaje a las tinieblas”.

“Inesperada e impredecible”, como la advierte ya el novelista en Los desiertos del alma. Relato de la muerte de mi madre (1997), la vida sorprende por partida múltiple a Soler (“eso que llamamos destino siempre toca a nuestra puerta”). Y lo hará ahora en los flancos más sensibles para el ser humano, al grado de que el mismo narrador identifica estos nuevos tiempos, nuevas experiencias, como “una suerte de caso”.

Delineado por su voz interna, el lector descubre (rememora) los intríngulis más personales de un Soler que identifica en el accidente no otra cosa que el destino. “No hay casualidades, m´hijito: mi papá, tu abuelito Josep, me lo dijo muchas veces, la casualidad es una cita con el destino”. Espacio que permite también al narrador ofrecer una fiel estampa de aquellos años:

“Medio siglo después, cuando el Partido Acción Nacional, la derecha clerical de México con aspiraciones supuestamente liberales, ganó su segundo periodo presidencial y se afianzaba en el poder, todo era distinto y al presidente Felipe Calderón sólo le interesaba ganar la guerra que lanzó contra los narcotraficantes, guerra que sumió a México en una ola de violencia que ha costado más vidas que la revuelta cristera. El saldo ha sido una crisis social, moral, e intelectual, que ha generado un comportamiento cínico en todas las capas sociales, y ahora cualquiera se siente con derecho al vandalismo en las calles, en las redes o de puertas adentro, en su misma familia”.

De constante auto confesión, también, introspección que a la que la narración recurre en todos los momentos de la novela:

“Fue una torpeza más, pero tu conducta era una cadena de torpezas. No te dabas cuenta de que atrás del premio estaba el entramado maldito del reconocimiento, del que acababas de hablar en relación a tu padre: haberlo conseguido no significaba que hubieras escrito algo sobresaliente, sino que eras reconocido, y eso era lo que buscabas con ansia, recibir el reconocimiento de tus pares, aunque el público, los tuiteros y una banda que surgió en las redes pidiendo firmas para que te quitaran ese premio no lo quisiera. No puedo más que repetir la expresión que ya habías usado: reconocimiento, palabra maldita donde la haya”.

 

Cicatriz que se abre

Conforme avanza la novela, el tejido de sucesos va apabullando a Soler, y su voz interior siempre señalándolo. “El tiempo era una falacia donde quedaba el aroma de una ausencia que se transformaba en otra ausencia. Una cicatriz que se abre para no crear otra cicatriz. El mismo dolor, la misma ausencia, las costuras de la memoria”.

Memoria fabulada al paso de los años, pocos años en realidad, surgida de una realidad conocida por buena parte de los esperados lectores —“algunas escenas de las que te podías servir para crear eso que Mario Vargas Llosa (¿plagiando a Gómez de la Serna?) llamó la mentira de la verdad”. El libro del español-peruano se titula en realidad La verdad de las mentiras—, Cicatrices… avanza al consabido final y reacomodo en la vida de Soler.

Suerte de expiación —sin declinar al aprendizaje de que los setenta y dos nombres de Dios “están hechos para iluminarnos, y que uno puede invocarlos para que traigan luz a nuestras vidas”, según el Zohar— alcanzados los reconocimientos de las faltas. (Así como los lectores registramos fácilmente el cambio de los nombres en los personajes reales del caso Alatriste de hace siete años… Carmen Arreguín por Carmen Aristegui; Remedios Salazar por Consuelo Saizar; Enrique Pérez Schneider por Guillermo Sheridan; Rafael Seide por Gabriel Zaid y más traslapes).

 

Hechos y ficción

Una cita rescatada de un título anterior del mismo Alatriste y perteneciente al escritor norteamericano Ernst Hemingway explicaría Cicatrices…: “Si el lector lo prefiere, puede considerar este libro como una obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes constadas como hechos”.

 

Sealtiel Alatriste, Cicatrices de la memoria, Alfaguara, México, 2019, 192 pp.

* @mauflos

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_398

 

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