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lunes, 15 abril, 2024
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Matrimonios igualitarios, la derrota que no fue

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

La tensión que se vivió la semana pasada en el Congreso del Estado fue inusual.

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De un lado vestidos de blanco con toques “celestes” (en más de un sentido) pedían a Dios con rosario en mano que el dictamen que permitía a las parejas del mismo sexo casarse, no fuera aprobado.

Del otro lado: el arcoíris, las pancartas, y las camisas blancas de la pareja heterosexual que más conmueve a la LGBT, la de un matrimonio de activistas que participan en estas actividades luciendo en su espalda la frase “yo amo a mi hijo gay”.

La camisa que muchos miembros de la comunidad LGBT+ quisieran ver en sus padres en lugar de encontrarlos en la trinchera de enfrente, presionando para que se les trate distinto y se les niegue derechos bajo el argumento de que tendría que tolerarse su intolerancia.

No puede exigirse que se toleren igual ambas posiciones porque unos piden acceder a sus derechos mientras otros llaman a negarles ese acceso.

A quienes se movilizan contra los derechos de otros, nada les afecta. De cumplirse su más terrible pesadilla no cambiará en nada su vida cotidiana. No tendrán que casarse con gays, no tendrán que pagar más impuestos, no perderán empleos, nada.

El otro grupo en tanto, no tiene mucho que perder porque de alguna manera lo tiene ya perdido. En cambio tiene algo que ganar: dejará de gastar tiempo y dinero para obtener un amparo, para acceder a un trámite que ocurre sin problemas para miles de personas todos los días como es el matrimonio civil.

Y sí, tendría que ser matrimonio civil, porque desde el siglo XIX es un concepto laico, que da acceso a herencias, posibilidades de créditos conyugales, derechos de pensiones, a ser el familiar con derecho de decisión en casos de emergencias, etc.

Asumir que pudiera ser cualquier otro concepto legal, implicaría dejar una ventana de oportunidad a la discriminación cuando se pretendiera ejercer los derechos de cónyuges en cualquier otro aspecto.

Es decir, constituirse en matrimonio legalmente establecido permite a parejas del mismo sexo buscar por ejemplo, la ciudadanía para el cónyuge en otro país. Si usáramos “enlace nupcial” “sociedad de convivencia” y cualquier otro eufemismo que dejará tranquilos a quienes se asumen dueños del lenguaje, podría significar que no se diera acceso a otros derechos por no tratarse específicamente de matrimonios. ¿Quien asegura que esas figuras serán reconocidas por IMSS, ISSSTE, Infonavit, otros países, juzgados, etc sin problemas? ¿Por qué hacer el camino más largo o diferente a quienes -independientemente de su orientación sexual- también pagan impuestos y cumplen con sus obligaciones ciudadanas tanto como quienes son heterosexuales?

Es esto lo que está en juego, porque aunque los agoreros del Apocalipsis gay piensan que el siguiente paso será que estas personas puedan adoptar, eso es posible desde hace años. Ver esta nota de 2013, en caso de duda http://ntrzacatecas.com/2013/09/28/tienen-parejas-gay-facultad-de-adoptar/.

Además la ciencia brinda oportunidades de ser padres a parejas del mismo sexo sin necesidad de adopción.

Si acaso el problema es para familias integradas por ejemplo por un menor, su madre biológica y la pareja de ella. Si algo le pasara a la progenitora, entonces el infante no podría quedarse con quien quizá lo ha co-criado, sino con otros familiares que la consanguineidad priorice.

Estos casos, minoritarios aún, no parecen ser los que con llevan a los conservadores a la algarabía y a celebrar la “victoria” que en realidad no lo es porque los homosexuales no solo siguen existiendo, sino que además siguen teniendo la osadía de relacionarse, de estar en pareja, y algunos incluso peor, seguirán contrayendo matrimonio porque dada la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) no hay forma de que se les impida.

Solamente tendrán que seguir recurriendo al amparo si se casan en un municipio distinto a la capital donde por decisión del alcalde éste no se requiere.

Trece de nuestros diputados conscientes de que la SCJN enmendará la plana en lo jurídico en unos meses, no pudieron esbozar cuando menos un argumento que defendiera su desacato judicial y su desobediencia a la constitución. Votaron, dieron gusto al conservadurismo local, y apostaron sus fichas al corto plazo.

Seis más eligieron el camino Poncio Pilatos y prefirieron ausentarse o bien abstenerse, en una actitud que no satisface a nadie porque no se les paga para ver los toros desde la barrera.

Los que votaron a favor en cambio recibirán el repudio conservador por unos meses, pero su apuesta es a largo plazo, al menos en este tema sabrán que estuvieron del lado de Galileo cuando, pese a la presión reafirmó “y sin embargo se mueve”’. ■

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