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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

El 8 de noviembre de 2017 aparece en el periódico francés “Libération” una conversación entre el filósofo Alain Badiou(su libro más famoso “El ser y el acontecimiento”) y el editor de “Libération” Laurent Joffrin. La misma entrevista, en inglés, fue publicada en el sitio red de VersoBooks el veinte de noviembre del mismo año. Con el pretexto de la publicación del libro de Badiou “Elogio de la política”,durante 2016, el tema de la charla es la política o, quizá sea mejor decir: la contraposición entre una visión socialdemócrata y una radical. Badiou defiende la necesidad de una revolución, una insurrección del pueblo, aunque acepta que no tiene idea cómo podría ser realizada, mientras que la posición de Joffrin es la generalmente aceptada: el cambio debe ser, y es, gradual. Recuperamos una afirmación de este encuentro: hay dos definiciones posibles de “política”, por un lado, la política como conquista y administración del poder estatal, la otra como búsqueda de una sociedad justa, es decir, libre de las relaciones de poder y las desigualdades inherentes a ellas. Sin embargo nos gustaría eliminar la contraposición porque no son dos definiciones diferentes, sino dos planos de acción que se realimentan entre sí. La búsqueda del poder estatal tiene que ver con las realidades inmediatas de las cosas de la sociedad en la que vivimos, mientras que la visión de una sociedad justa actúa como “conciencia crítica” de los resultados de las acciones estatales, es decir, es la crítica de la acción del Estado por lo que no es reducible a un programa o partido y mucho menos al mismo Estado, so pena de disolverse. Entonces hay una acción política, organizada por partidos en nuestras sociedades, que se orienta a obtener el poder estatal como medio para transformar la sociedad a través de un programa, quizá para hacerla más justa, pero tarde o temprano los objetivos programáticos chocan con las realidades del ejercicio del poder, se topan con resistencias, falta de fondos, desastres contingentes o infligidos o autoinfligidos y con la propia estupidez. Cuando se llega a tal punto se olvidan los objetivos, de querer la justicia se prefiere el control de conflictos, se cede a los poderes terrenales, se palpan los límites de un presente que se niega a ser futuro. Aquí es cuando la conciencia crítica actúa: señala errores, despedaza ilusiones, ejerce de legisladora extraordinaria para indicar que la organización de la justicia no se ha cumplido. Por eso no está de más afirmar que la propiedad privada es el origen de todos los males, aunque se diga, reitere y demuestre que no hay más destino que la justicia del mercado, por eso debe señalarse que el gobernante volvió hábito la mentira, mantra la calumnia, lema la infamia y justicia el sometimiento a sus deseos: debe devolverse su recto sentido a las palabras, su claridad a la realidad, su fuerza a los datos objetivos. En el número de julio de 2019 de Nexos, María Amparo Casar y José Antonio Polo en su artículo “Sí o sí: me canso ganso” documentan los casos de extralimitación de poderes, violaciones a los derechos fundamentales y uso discrecional de recursos públicos que escampan en el nuevo gobierno. Por supuesto, los años del PRI fueron la cornucopia de la corrupción y no se diga el gobierno de Peña Nieto, pero precisamente por todos los cambios institucionales que hubo a partir de los 1990, promovidos por la oposición, se logró que las votaciones fueran fiables a través del INE y que se pudieran expresar abiertamente críticas, desde todos los frentes, al gobierno. Incluso se logró que fueran entidades autónomas las que evaluaran el funcionamiento estatal. Sin duda López Obrador tiene otra versión de las primeras décadas del siglo XXI en las que niega todo cambio y establece una continuidad mediante la idea de “modelo neoliberal” en lo económico y “mafia del poder” en lo político, como se puede apreciar en sus muchos libros; en particular: “Neoporfirismo”, “2018: la salida” y “La mafia que se adueñó de México…y el 2012. Esa versión funcionó en su momento como conciencia crítica, como impaciencia ante los pobres resultados económicos, la proliferación de la corrupción, el incremento de la violencia, los “atracos a la nación” pero con el triunfo de MORENA esa función cesó. No pueden ya pretender ser críticos más que anacrónicamente, en retrospectiva, delatar los errores del pasado, condenar las políticas fallidas, pero en la medida que responden a un programa político particular, y existe lealtad a un líder carismático, están imposibilitados de criticar públicamente la llamada “cuarta transformación”. Si lo hacen deben abandonar el proyecto, como fue el sonado caso de Úrzua. Esta situación no es contingente sino resultado de la separación entre “política como ejercicio del poder” y “política como crítica del poder”, si acaso se logra extinguir la segunda el régimen de gobierno se torna totalitario, o de pensamiento único. Desde el punto de vista de un partido político es contraproducente la crítica porque su negocio es la preservación del poder, no la organización de la justicia, por ello no pueden funcionar de conciencia crítica. Y desde la oposición tiene mucho sentido el “¡Al diablo con sus instituciones!”.

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