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viernes, 19 abril, 2024
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Amargas carcajadas. Parasite, del coreano Bong Joon Ho

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Por: SERGI RAMOS •

■ El realizador construye una sátira basada en las situaciones más inverosímiles para iniciar una reflexión sobre lo que separa a dos clases sociales opuestas

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En competición oficial ha sido muy bien recibida por el público Parasite, del coreano Bong Joon Ho. Tras haber realizado dos superproducciones como Snowpiercer (2013) y Okja (2017), Bong Joon Ho vuelve a retomar el tono de The host, la película con la que consiguió su primer gran éxito comercial en Europa.

El título de la película sugería otra incursión del director en el género fantástico o de ciencia-ficción, una tendencia que lleva ganando peso en el propio cine de autor y al que Cannes le ha abierto ya los brazos sin algún tipo de escrúpulo, como hemos podido comprobarlo en las distintas secciones.

Regreso a la sátira
Sin embargo, la película propone algo distinto. La primera secuencia nos presenta a los miembros de una familia, los Ki-Taek, que nos remite directamente a la de su anterior The host. En un destartalado departamento situado en los sótanos de un edificio en un barrio popular, la cámara pasa de un miembro a otro de la familia mientras estos se esfuerzan en piratear el wi-fi de algún vecino descuidado. Entendemos rápidamente que todos los miembros de la familia son unos botarates fracasados que sobreviven gracias a la picaresca.

Ki-Woo, el hijo de la familia, consigue un trabajo de profesor de inglés en una adinerada familia de la clase alta, gracias a un antiguo amigo del instituto. Para ello, claro, no duda en falsificar un diploma y mentir a la madre de familia, la señora Park. Al enterarse de que también está buscando una profesora de dibujo para su revoltoso hijo, a Ki-Woo se le ocurre otra patraña: hacer pasar a su hermana por una reconocida profesora de arte.

Parásitos
Esta será sólo la primera etapa que convertirá a la familia de los Ki-Taek en los parásitos de la familia Park. El realizador construye una sátira basada en las situaciones más inverosímiles para iniciar una reflexión sobre lo que separa a estas dos clases sociales opuestas y sobre las relaciones de dominación que suscita la desigualdad entre unos y otros, y que no siempre van en un solo sentido.

Lo hace a partir de un tono grotesco, en la exageración de las situaciones y la utilización de unos personajes caricaturescos, tanto en una familia como en la otra, en una actualización de la comedia italiana más ácida (Los monstruos de Dino Risi por ejemplo) o de las más actuales comedias esperpénticas del cineasta español Alex de la Iglesia, como La Comunidad (2000).

Pero la gran fuerza del film radica en los progresivos cambios de tono que va adoptando, que la hacen bascular entre la comedia, el drama, el terror o el gore, sin que la película pierda un ápice de interés ni de coherencia con su trasfondo de crítica social. Una regocijante y frenética válvula de escape.

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