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jueves, 28 marzo, 2024
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Existe un gran espacio para la acción de los catolicos en la Cuarta Transformación

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

La semana anterior fue muy rica en pronunciamientos importantes del presidente Andres Manuel López Obrador (AMLO), tanto en sus conferencias mañaneras como en el foro de consulta para el Plan Nacional de Desarrollo y en el evento comemorativo de la expropiación petrolera celebrado ayer en Tula Hidalgo. En ellos afirmó categórico que el núcleo de la Cuarta Transformación será la sustitución del paradigma neoliberal por otro donde el objetivo principal sea el bienestar general en lugar del enriquecimiento de unos cuantos y recuperó su slogan de campaña en 2006: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Una idea presente en los distintos escenarios es la de recuperar la capacidad del Estado para ejercer su función de rectoría del desarrollo para generar empleos y garantizar derechos, con lo que se deslinda del ideal neoliberal del Estado mínimo y del imperio de los mercados, y deja clara su voluntad de incluir a los excluidos.

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Llama la atención que el mensaje de AMLO se traslapa con algunos de los textos más significativos del Papa Francisco, contenidos en dos documentos clave: la “Exhortación apostólica Evangeli Gaudium” y su “Encíclica Laudato si”, que crean espacios para la acción convergente entre los católicos y las personas y organizaciones progresistas de México, preocupadas tanto por las crisis económicas como por el deterioro ambiental.

Veamos las coincidencias: En el capítulo denominado “No a una economía de la exclusión”, del primer documento, Francisco afirma:
53. Así como el mandamiento de « no matar » pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir « no a una economía de la exclusión y la inequidad ». Esa economía mata… Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del « descarte » que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son « explotados » sino desechos, « sobrantes ».

54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del « derrame », que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando…

En el capítulo denominado “No a la nueva idolatría del dinero”, señala:
55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades… La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas… A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites.

Y en la encíclica mencionada, reafirma:
109. El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental… Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social. Mientras tanto, tenemos un superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora, y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos.

Como es fácil deducir, muchos seguidores de Francisco pueden ser luchadores auténticos por la cuarta transformación.

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