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viernes, 19 abril, 2024
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La prodigalidad de la vida: Renato Tinajero

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 373 / Entrevistas / Poesía

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Renato Tinajero (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1976) es Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es autor de cuentos, poemas y ensayos antologados en volúmenes como Novísimos cuentos de la República Mexicana (2004) y Minificcionistas de El cuento, revista de imaginación (2014). Ha publicado los libros de relatos Una habitación oscura (1997), La leona (2000) y El mal de Samsa (próximo a aparecer), y los libros de poemas Yorick (2008) y Fábulas e historias de estrategas (2017). Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En el año 2017 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes. Renato Tinajero es un escritor que dialoga de forma constante consigo mismo y con los otros. Comparte sus palabras para extender esa conversación que es la vida, y así reelaborar el tablero de ajedrez entre las partidas que nos transforman. Además de explorar distintos géneros literarios, Renato tiene claro que no se requieren recetas para vivir con plenitud. Su poética es una invitación clara a contemplar estos prodigios.

 

Armando Salgado: Hay algunos poetas que mencionan que para escribir poesía se debe leer poesía, ¿crees que hay otras formas de abrevar lo poético?, ¿cómo te iniciaste en la escritura de poemas?, ¿qué notas al pie, qué autores son tus influencias?

Renato Tiajero: Estoy de acuerdo con esos poetas: yo también me nutro de lo que leo. A veces una lectura, el hallazgo de un verso, de una imagen en particular en un poema leído es lo que detona mi proceso creativo. Me viene entonces la necesidad de dialogar con ese poema, con ese poeta. Y es claro que mi estilo, y creo que el estilo de muchos otros poetas, nació de años de frecuentar poemas. Ahora bien: sí creo que hay otras formas de abrevar en lo poético. Si aceptamos que la poesía se nutre de la vida, entonces debemos aceptar que la vida misma, la prodigalidad con la cual se nos ofrece, es poesía en estado primario, sin destilar.

Me he iniciado en la poesía por esa necesidad de dialogar a la que me he referido. Por qué tengo esa necesidad, eso es algo que no podría explicar. Hay quienes tienen la necesidad imperiosa de coleccionar estampillas o escalar montañas. O componer sinfonías. Yo lo que quiero es añadir algunas palabras a la conversación. Cuando leo el poema Ítaca, de Kavafis, o las odas de Ricardo Reis, una página de Borges o unas líneas de Omar Khayyam, quiero afirmar: “He aquí una verdad por la que vale la pena dejarse convencer”. Y sé que debo glosar esa verdad, volverla presente en mi circunstancia, desde mí, en mis palabras. Metabolizarla. Reelaborarla. Volverme uno con esa verdad. La psicología afirma que, al construir uno su propio aprendizaje, es uno mismo en realidad quien se está construyendo. Somos, pues, lo que aprendemos. El poeta que yo soy (bueno, no sé si soy poeta; digamos mejor: el poeta que intento ser) es alguien que ha abrevado, con mayor o menor provecho, la sustancia nutricia de algunos poemas ajenos.

Y ya que he mencionado algunos autores a los que me acerco con predilección, quizás debería mencionar otros, pero basta de listas y de cánones. Mi propia lista no es estática. Hay autores que alguna vez dejaron huella en mí y a los que no volveré más; y otros, cuyos libros se empolvan inadvertidamente en mi librero, aún esperan su turno para convertirse en la más entrañable de mis lecturas.

 

AS: ¿Qué distancias hay, además de los 9 años, entre tus dos libros de poesía: Fábulas e historias de estrategas (FCE, 2017) y Yorick (Diáfora/UANL, 2008)?

RT: Fábulas es más ambicioso. Su estructura, la amplitud de sus temas, la variedad de sus formas y de sus símbolos. Y su elaboración fue más difícil. Nació con la vocación de ser una epopeya, una epopeya protagonizada por el tiempo, la materia y el conocimiento. Obviamente, el libro no está a la altura de sus ambiciones; pero pensándolo bien, ningún verdadero libro de poesía podría colmar jamás la ambición de su autor, pues la poesía es por esencia esquiva: uno no hace poesía, uno sólo puede aspirar a recorrer sus fronteras infinitas. Cuando escribí Yorick era menos consciente de las posibilidades de lo poético, de manera que en este libro se percibe quizás un tono más evidente de aprendizaje, de tanteo en la materia poética. Pero, fuera de lo ya dicho, no encuentro mayor diferencia entre ellos. Ambos son, en todo caso, etapas de un aprendizaje, que en Fábulas quizás se nota menos, pero está ahí. Y ojalá que ese elemento de duda, de vacilación frente al poema, esté presente siempre en lo que escribo. Sería horrible, algo así como una muerte en vida, encontrar una receta fija e instalarse en ella para siempre. Y repetirla ad náuseam en un libro tras otro. Espero no llegue el día en que escriba un libro de poemas y me percaté de que, tras el punto final, sigo siendo la misma persona, que la experiencia de escritura no me transformó. Escribir un libro de poemas debería tener en su autor un impacto emocional equivalente al de encarar alguna gran transformación vital: tener un hijo, divorciarse, mudarse de país, cosas así. Puedo afirmar que Yorick y Fábulas tuvieron ese impacto en mí. Pero ése ya es otro tema.

 

AS: ¿Por qué te atraen los temas filosóficos?, ¿tus ideas siguen alimentándose de otras ideas?

RT: He llegado de varias maneras a la filosofía: por lecturas, por natural inclinación, por compromiso académico. Aunque no soy filósofo ni nada parecido, la materia filosófica ya se quedó conmigo y no sabría quitármela sin quitarme también la piel. Somos lo que aprendemos. Pero a la filosofía, en realidad, todos llegamos. Sus preguntas son las de todo ser humano. Cada generación las reviste de nuevos ropajes y las vuelve a formular. Ojalá que siempre vivamos profundamente insatisfechos y que nunca, seducidos por el espejismo de las verdades inalterables y definitivas, dejemos de formular esas preguntas.

 

AS: Has publicado dos libros de cuentos: Una habitación oscura (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, 1997), y La leona (UANL, 2000). Viene un tercero; ¿qué profundidades hay en cada uno?, ¿por qué escribir poesía y narrativa y no especializarte en uno solo?

RT: No me he quedado en una sola forma de escribir porque la escritura es una forma de la felicidad. Y la felicidad es multiforme por naturaleza: rehúye la monotonía de lo fijo. La felicidad radica en el descubrimiento, y aun los objetos de todos los días se convierten en motivo de felicidad cuando se los mira de otra manera. Pero ya me desvié del punto. Volvamos a los libros de cuentos. Son mi primera felicidad como escritor y espero que lo sigan siendo. El tercer libro que mencionas, que se llamará El mal de Samsa y será publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Universidad Metropolitana de Monterrey, es de alguna manera una síntesis de mi trabajo como narrador, pues recoge los contenidos menos malos de los anteriores libros de cuentos y les suma relatos varios aparecidos en revistas y antologías. No sé muy bien qué tipo de narrador soy; pero alguien me dijo que en mis cuentos muestro a los seres humanos como criaturas extraviadas en sus obsesiones y nimiedades. Un poco como una mirada a medias piadosa y a medias desencantada de lo humano. Tal vez ahí radique una clave de lectura para mis narraciones.

 

AS: Ante los cambios estructurales que se han generado actualmente en el país, ¿cuáles son los retos que consideras fundamentales respecto a la promoción de las bibliotecas y la difusión de la lectura?

RT: Debo decir que soy un hijo de la cultura subsidiada. Me explico. Mis lecturas de infancia y juventud fueron libros baratos, las series de Lecturas Mexicanas, las ediciones baratas o incluso regaladas de El Correo del Libro y de Educal. Y también esas adaptaciones a cómic que eran las revistas Novelas Inmortales y Joyas de la Literatura, de las que leí cientos o quizás miles. A sumar ahí los libros baratos de Salvat, casi todos de literatura, libros cuyas hojas de pulpa de celulosa se desprendían a media lectura como si fueran las hojas de un almanaque. Y las enciclopedias y colecciones de ciencia y de literatura que se vendían en los supermercados: El nuevo tesoro de la juventud, El libro de oro de los niños, entre muchas otras. Basta de ejemplos. El caso es que de alguna manera me emociona saber que los libros baratos volverán a ponerse de moda. Para alguien que, como yo, crezca en una pequeña ciudad de provincia (Ciudad Victoria, en mi caso), o en un sitio aún más apartado, la aparición de un programa de fomento a la lectura basado en ediciones de bajo costo es una buena noticia.

Pero falta algo. Si no se atiende el aspecto social de la lectura, si no se comprende que el gusto por la lectura se contagia con el ejemplo y se alimenta con la conversación, el proyecto fracasará. ¿Cómo va a acercarse a los libros un joven para quien la lectura no le brinda ningún prestigio en su ámbito familiar ni en su círculo de amistades? Me parece que este aspecto social no se ha discutido aún lo suficiente. Hace unos días el suplemento Laberinto, de Milenio, puso el tema sobre la mesa con un ensayo de Anamari Gomís. Recomiendo leerlo. Ella explica mucho mejor que yo ese aspecto social que no puede soslayarse en ningún programa de formación de lectores.

Me gustaría, en todo caso, que frecuentáramos el fenómeno literario con la naturalidad con la cual se lo frecuenta en el mundo anglosajón. Es significativo que en una película de James Bond (Skyfall) el personaje de M recite para millones de espectadores un poema de Tennyson. Y que, en otro blockbuster, el filme Interestelar de Christopher Nolan, Michael Caine despida con un bellísimo poema de Dylan Thomas a los viajeros espaciales (“No entres mansamente en esa buena noche…”). ¿Y acaso el argumento de Jurassic World no es una evidente adaptación de Frankenstein al universo de los dinosaurios genéticamente modificados? También dice mucho que autores de cómics, la literatura popular por excelencia, como Neil Gaiman y Alan Moore, saturen de referencias literarias y filosóficas los argumentos de sus historias. Esa naturalidad con la cual el mundo anglosajón transita de lo popular a lo culto no la tenemos aquí. Creo que ahí hay un objetivo que vale la pena explorar.

 

AS: ¿Qué cosas suele hacer Renato Tinajero fuera de las cámaras de escritor, qué cosas son las que disfruta?

RT: Sin darme cuenta, casi sin proponérmelo, he ganado a lo largo de los años un espacio personal. Ahí converso con mi esposa, leo con mis hijos, me dejo acompañar por algunos libros y me dejo distraer por mis estudiantes. Hay gatos y un jardín. Chesterton y Bradbury se sientan a la mesa. A veces la felicidad se parece mucho a una taza de café.

 

 

 

 

 

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