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jueves, 28 marzo, 2024
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  A doña Inés, mi abuela

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 373

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De mujeres que cantan y de la melancolía

“Qué haré lejos de ti, prenda de mi alma, sin verte, sin oírte y sin hablarte… a cada instante intentaré por olvidarte, porque es un imposible nuestro amor”, en medio del campo zacatecano, en la comunidad del Peral perteneciente a Genaro Codina, el sábado pasado me encontraba en una finca celebrando el cumpleaños número 80 de mi amigo Carlos; paseando en los alrededores de donde la fiesta se encontraba, de pronto escuché a lo lejos la voz bien entonada de dos mujeres que cantaban “Prenda de mi alma”, una canción ranchera que me remontó a mi niñez y que expresa un dulce dolor por esas ausencias que la vida suele darnos. Traté de ubicar de dónde venían las voces mientras éstas continuaban: “Cómo quitarle el brillo a las estrellas, cómo impedir que corra el ancho río… cómo negar que sufre el pecho mío, cómo borrar de mi alma esta pasión”. Desde el interior de la casa por fin pude verlas a través de una ventana, ahí estaban, dos hermosas mujeres sentadas en el patio de atrás, muy cerca de un fogón improvisado, cantando…

Recordé a las Jilguerillas del Norte, a María Luisa Landín… recordé a mi abuela Inés que solía cantar este tipo de canciones cuando era joven. Me quedé escuchándolas, tenían las piernas extendidas, como descansando de una larga faena; alejadas de la fiesta, estas dos señoras del campo de tierra colorada entonaron el final de la letra que dice “Tal vez el cruel destino nos condena, mi bien, de que me olvides, tengo miedo… mi corazón, me dice, ya no puedo mis angustias soportar”. Ahí estaban ellas, observadas sin darse cuenta; terminaron la canción y estallaron en risas mientras una de ellas dijo: “Ahora sí nos salió bien, ¿no? Echémonos otra”, y ahí estaba yo, observándolas sin hacer ruido porque no quería disturbar su momento de alegría.

Respiraron profundo y empezaron a cantar “Cartas marcadas”, yo no salía de mi asombro por la belleza de sus voces claras, por la pasión que le imprimían a lo que estaban haciendo “Pa’ de hoy en adelante yo soy mala, sólo cartas marcadas has de ver, y tú vas a saber que siempre gano, no vuelvas, que hasta ti te haré perder”… Qué letras, caray, pensé mientras me alejaba de ellas para integrarme a la otra fiesta. Este tipo de música mexicana me gusta entre otras cosas porque siento que se canta desde el alma, desde el recuerdo, desde la melancolía más absoluta, ésa que se queda encajonada en un rincón y suele salir ante cualquier pretexto.

Más tarde, regresé al mismo sitio tratando de indagar quiénes eran las señoras a las que había escuchado, me encontré con otra persona a la que pregunté si ella había sido una de las cantadoras… Sonrió y me contestó: “No, no era yo. Eran ‘Las torcacitas’, ¿las escuchó?”, ante mi respuesta afirmativa, me contó que son un dueto que solía cantar de manera profesional y frecuentemente hace algunos años, pero que últimamente casi nadie las contrata y ahora se dedican a hacer tortillas para asegurar un ingreso que les permita sobrevivir; cuando supe eso lamenté no haberme acercado a conversar con ellas, en ese momento pensé que tal vez tener su contacto sería buena idea para hablar con ellas después, para pedirles que sigan cantando…

Las Torcacitas son de Laguna Honda, una comunidad de Genaro Codina, ignoro cuándo y cómo empezaron a cantar pero lo hacen muy bien. Lamento también que estas mujeres no tengan el reconocimiento que deben tener por su talento, que los contratos sean escasos, que las condiciones de vida sean complicadas; pero también me alegro mucho que pese a todo no dejen de cantar.

Ayer, al día siguiente de que estas cantadoras me la recordaron, murió mi abuela. Ella también cantaba; no hacía tortillas, pero hacía un mole que no tiene parangón. Inés, como miles de mujeres mexicanas, al igual que las Torcacitas, fue una mujer de trabajo, de “naturaleza fuerte” -como dicen en el rancho-, incapaz de doblegarse ante las adversidades de la vida. Creo hoy más que nunca que esos jilguerillos que reposan en el alma de las mujeres deben de seguir cantando, y cada vez con más frecuencia, para recordarle al mundo que en esta vida de “crueles destinos”, como dice la canción, la belleza existe y la poesía permanece incluso cuando el corazón deja de latir.

Cantemos pues.

 

 

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