Desde la edad temprana y al descubrimiento y explotación de las minas fabulosas, las alianzas entre los pudientes no se hicieron esperar y los matrimonios por conveniencia ampliaban poder, prestigio, linaje, pertrechos y ganas de seguir mandando.
Sus guerreros conquistadores desposaron a mujeres bellas y poderosas: Diego de Ibarra con Ana de Velasco y Castilla, hija del segundo Virrey de la Nueva España Luisito de Velasco, Cristóbal de Oñate con Catalina Salazar y de la Cadena, hija preferida de un altísimo funcionarete de las finanzas virreinales y el mejor, Juanito de Tolosa, celebrando contratazo matrimonial con la bellísima hija de Hernán Cortes e Isabel Moctezuma, hija a su vez del tlatoani Azteca, Rey de las derrotas y los fracasos virulentos.
A lo largo de los siglos les permitió seguir mandando, ordenando matanzas, castigos, refriegas a los sublevados, azotes a los bandidos y negros revoltosos, la horca para los rebeldes, el garrote a los insurrectos, el castigo directo en el marco de su ley ante pueblos enteros que ejercían la protesta por la ausencia de alimentos, medicinas, jornales dignos y casos como en Tayahua, Moyahua, Nochistlán, Tepetongo, Villanueva, Jerez o Fresnillo fueron víctimas del uso de la fuerza y la irracionalidad.
Una tradición correcta del pueblo zacatecano ha sido anotar en sus crónicas cotidianas todos los detalles en su largo camino y en la época porfirista y después de la aparente Revolución, las élites oligárquicas persistieron en ejercer la fuerza, el poder del dinero, el protocolo de la corrupción y la compra de votos y voluntades.
A la fecha, a la autoridad se le ve como algo lejano a la mayoría de la gente, la burguesía local construye sus diques y hace alianzas y fiestas fastuosas que salen en las páginas de sociales y las revistas de la élite perfumada.
