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jueves, 28 marzo, 2024
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Merlí o una apología de la docencia

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 361 / Series TV

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Navegando en la televisión por internet me encontré con una interesante serie catalana que lleva por nombre Merlí, como aquel famoso mago inglés que descubrió al rey Arturo, y que trata sobre un profesor de filosofía poco ortodoxo con los lineamientos educativos contemporáneos, razón por la cual no pude evitar identificarme, ya que al igual que este personaje tampoco logro entender muy bien de qué van estas reformas educativas que se empeñan en programar los cursos y las sesiones milimétricamente como si fuera una fórmula para hacer un pastel, y que encima intentan comprometer a los padres de familia con la educación de sus hijos, como si éstos no tuvieran ya esa tarea en casa por el resto del día.

El asunto resulta interesante en la serie, pues Merlí es contratado nuevamente para dar un curso de filosofía; al parecer, luego de haber sido castigado por su desempeño en un instituto anterior. Aunado a ello, ni él ni su hijo, quien acaba de llegar de lleno a su vida debido a que su madre se mudó a Italia, tienen dónde vivir, por lo que van con la madre del profesor para pedir asilo.

Merlí comienza con el pie izquierdo: su hijo lo detesta, y para colmo será su maestro en el nuevo empleo. Sin embargo, sus nuevos pupilos encontrarán en él un curioso interés en la filosofía que incluso les servirá para enfrentar sus problemas en la vida diaria; pero este curso de filosofía que enseña a pensar por sí mismo, a ser crítico y a defender la libertad de pensamiento va en contra de las normas del instituto.

En este momento no puedo dejar de pensar en el asunto de la educación en nuestro país, en cómo se ha ido transformando en una serie de conocimientos enlatados que se alejan cada vez más de las humanidades y el verdadero pensamiento humano, enfocándose más en supuestos temas de interés

contemporáneo que disfrazan la escuela en una fábrica de obreros incapaces de reflexionar sobre sí mismos.

Y es que el discurso educativo y todos sus terminajos: competencias, habilidades, resiliencia y demás, sacados de algún manual de superación personal para empelados de algún supermercado gringo, han venido a suplir el pensamiento de los grandes pensadores de la historia, donde se puede aplicar francamente el refrán de Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Lo peor del asunto es que esta situación se puede comparar a aquella fábula donde un vanidoso rey es engañado por un par de rufianes que le aseguraron haber confeccionado el mejor traje del mundo, con la pequeña cualidad de que sólo podría ser visto por gente inteligente. Me pasa lo mismo: por más que hago el esfuerzo por comprender toda esa palabrería de los materiales pedagógicos modernos, irremediablemente caigo en un vacío y una confusión enorme, por lo que prefiero leer a Heidegger o Kierkegaard, o algún otro filósofo más fácil de entender que los autores de pedagogía.

Merlí es la muestra de el fracaso del sistema educativo moderno, que muestra que es más eficaz un profesor como el interpretado por Cantinflas en la película de El maestro, o aquel de La sociedad de los poetas muertos, la de Mentes peligrosas, el de La lengua de las Mariposas, o bien, cualquiera con iniciativa, pasión y amor por sus alumnos, es mejor que aquel estudioso de Piaget, Dewey, Vigotsky y Freire que quiere hacer de la docencia una ciencia.

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