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viernes, 19 abril, 2024
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Ahora que me acuerdo: Habib Koité y el sabio Perelló

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Por: QUITO DEL REAL •

En la tierra de los antropófagos,
nuestros amigos son nuestros sarcófagos.
Ogden Nash

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Proveniente de Thiés, Senegal, con raíces musicales en el oeste de Mali y heredero de un noble linaje de griots, el guitarrista Habib Koité se presentó por primera vez en México durante una noche lluviosa en el Centro Cultural Tlalpan, en abril de 2008, como exponente destacado del programa del Festival Ollin Kan.
Para iniciar, Koité tocó un ritmo ceremonial con su guitarra eléctrica. Sí, prendido a una guitarra eléctrica, acompañado por su banda Bamala, grupo compuesto por una sección de percusiones étnicas y dos guitarras eléctricas más. Este era un conjunto con poderosa presencia escénica: sus integrantes miden de estatura dos metros y ese día vestían un mono gris de mecánico, por donde resbalaban sus enormes trenzas rastafari hasta llegar a las rodillas.
La banda de Habib Koité fue anunciada como una agrupación de blues, pero pronto quedó claro que lo suyo era la música étnica bambara, de donde derivaban conmovedoras mezclas arraigadas en la World music.
Esa función nocturna de primavera concluyó con una lluvia menuda y una densa neblina que bajó del Ajusco y desde el área del bosque de coníferas de Tlalpan, invadiendo con copos y algodones la gran carpa del teatro al aire libre, mientras Habib se nutría, conmovido, de los aplausos y emociones de todos nosotros.
Le caímos bien. Desde entonces, regresó a nuestro país un par de ocasiones, en visitas donde demostró su calidad tradicional y una evolución continua. Hoy, Habib Koité y su banda Bamala es invitado imprescindible en los festivales de música más importantes del mundo.
2) Ese día, a mi lado, un hombre en plenitud de sus sesenta y agraciado con más de cien kilos, un gigante con piernas cortas y botas con incrustaciones de metal que advertían de sus problemas para caminar, atendía a un grupo de niños, uno de ellos parapléjico, y los invitaba a descubrir la belleza de la música originaria de Mali y Senegal. Con su voz grave, ascendente, trataba de vencer el sonido de los bafles, hasta quedar convencido de que los infantes habían entendido su exposición.
Sorpresa: ese personaje era Marcelino Perelló, líder del movimiento estudiantil del 68 que estuvo exiliado por más de quince años en Cataluña, Rumanía y París. Siempre atento a las cosas disfrutables de la vida, ese día debutó como chaperón ilustrado. Extendía sus brazos y señalaba con insistencia el escenario, cabeceaba rítmicamente y marcaba con un pie la hondura de la síncopa.
Esta lección de vivacidad mostrada por Marcelino, era síntesis de muchas reflexiones con que intentaba comprender este mundo voraz y descompuesto, y de su amor catalán por los placeres de la cultura y la música.
Era el mismo que antes, en cualquier barrio de Barcelona, inquieto por un posible ataque traidor animado por el mismo Belcebú, por el enemigo que lo acechaba desde el Palacio Nacional de la Ciudad de México, se entregó con pasión a la coreografía del baile de la Sardana y gozó su música ejecutada, como él decía, por diez instrumentos de viento, un contrabajo y un tamboril.
Después, Marcelino tuvo que sortear el miedo aprendiendo en las noches frías de Bucarest, mientras las muchachas romaníes bailaban sus raudos ritmos de giro y giro, fusiones de música gitana tradicional, rusa y de la península ibérica, y sin olvidar el escalonamiento sinfónico de las bandas de aliento ejecutantes de música balcánica, que se abría imponente desde el mar Adriático y corría a través de las montañas de la entonces Yugoeslavia.
Esta fue acaso la parte más rica del exilio político de Marcelino: ver, oír, aprender. Y también enseñar el método axiomático a las pandillas de bachilleres.
3) A su regreso a México en la mitad de los 80´s, Perelló se nutrió de revisiones y teorías del 68 en sus cátedras en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, y en las universidades de Sinaloa y Puebla, pero su espíritu volaba muy alto, más allá de las críticas mezquinas de algunos viejos camaradas del Movimiento Estudiantil. Como un estudiante más, se abría paso con lecturas complejas de historia y literatura universal, y se sumergía en la ópera y la música clásica con sed irrefrenable.
Marcelino Perelló se convirtió en un erudito que podía opinar de todo, con el típico estilo procaz y altisonante de los godos callejeros y los macarras del casco viejo de Barcelona. Así estuvo la cosa hasta que llegó aquel debate lamentable en Radio Universidad, acerca de “los Porky´s” y el relativo alcance del término “violación”, que sirvió de pretexto para que las hienas vengadoras regresaran a liquidar viejos asuntos pendientes.
El misógino de moda, Marcelino, igual tenía que responder por su traición al 68, dijeron los hoy profesores y funcionarios exquisitos que ayer fueron miembros del Consejo Nacional de Huelga. Tenía que aclarar mucho acerca de su escondite en la rectoría de la UNAM y en la casa de Andrés Caso Lombardo, y además de sus charlas extendidas con Norberto Aguirre Palancares. Tendría que hablar de su huida del país y de su protección de privilegio.
Marcelino Perelló fue echado de su intervención diaria en Radio Universidad por Benito Taibo, hermano menor de Paco Ignacio, quien pareció seguir las instrucciones del rector Graue, un personaje baladí que ahora pretende arribar con cartas de insólita lealtad al discurso de la Cuarta Transformación. También fue excluido de la planta de maestros de la Facultad de Ciencias y enclaustrado, en posición menor, en el Museo Universitario del Chopo.
Perelló fue acotado por la tiesa complicidad de los mediocres de la falsa izquierda, bombardeado por rancias intrigas, vigentes éstas por una sobredosis de odio. Fue reducido en sus puestos de trabajo y en su escritura. El diario Excélsior aceptó por años sus colaboraciones de temas elevados pero restringió sus párrafos agudos de política, hasta que decidió despedirlo.
Después, inesperadamente se internó en un hospital y en un sueño sin retorno. Quizá no resistió los humores de la pena y la soledad, excitados por un linchamiento absurdo. Tenía mucho dolor y nada de dinero.
Marcelino Perelló no obtuvo mención ni homenaje en los anales oficiales de los 50 años de Tlatelolco. Es un espectro anarquista que todavía rasca las neuronas de los santones del movimiento estudiantil. Todavía quedan muchos de ellos en este tiempo de canallas… y de redes sociales insensatas. n

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