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martes, 23 abril, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Desde que nuestros remotos ancestros, hace algunas decenas de miles de años, comenzaron simultáneamente a ser humanos y a deificar el cosmos, el culto solar estuvo, invariablemente, en el origen de las religiones.
El oscurecimiento progresivo de los días durante la temporada invernal debió inspirar un gran terror en los primates humanos, y el éxito de sus ensalmos y conjuros para revertir aquello una gran alegría.
El conocimiento científico no obstante, los no tan lejanos descendientes de aquellos antropoides no nos hemos modificado tanto, y ante la recurrencia del fenómeno reaccionamos de manera similar, celebrando el nacimiento, o bien los portentos obrados por nuestros respectivos dioses: los únicos y verdaderos (no nos conformamos con imitaciones) todos ellos; y si bien nuestras jaculatorias y procesiones no tienen ya el propósito de conjurar la extinción del sol pretendemos, al influjo de las mismas, mejorar nuestra situación.
Ahora bien, dadas nuestras circunstancias, locales y nacionales, en las que aun los potentados se encuentran en peligro inminente de morir a manos de un guardaespaldas, y cuando en un país vecino somos cada vez menos bienvenidos, y en otro las cosas marchan igual que acá, tiene mucho sentido que sin un estado que proteja nuestras vidas o bienes y, peor aun, con un remedo que nos cobra de balde, recurramos a toda suerte de prácticas propiciatorias, tales como dar y recibir abrazos; expresar buenos deseos; asistir a misas, ordinarias y de gallo; acudir al templo a dar gracias el 31 de diciembre; ir a bailar a Chalma; etc.
Después de todo, ¿quién puede asegurar que, si a fin de cuentas el sol no se apagó, no fue gracias a los conjuros de nuestros antepasados?

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