Según todas las mediciones el año que hoy , 31 de diciembre de 2017, concluye, ha sido para nuestro país el más violento de que se guarda registro, en el curso del cual los delitos de alto impacto trascendieron sus focos habituales para desbordarse sobre la totalidad, o casi, del territorio nacional.
Nuestro vapuleado estado, cabús proverbial del tren nacional, a causa primordialmente de la ínfima calidad de su clase gobernante, ha repuntado en la escala delictiva hasta colocarse a la cabeza de la comisión de crímenes atroces.
Cuando hace algunos lustros nuestra nunca sólida seguridad pública comenzó a deteriorarse, preguntado un gobernador, cuyo prestigio dinosáurico no obstante encabezaba uno de los estados más seguros (o menos inseguros) del país, del por qué de sus buenos resultados en este capítulo, contestó se debía a que dedicaba al mismo, invariablemente, su primera hora de trabajo todas las mañanas.
Tal cosa sucedía, hay que reconocerlo, en una época en que dinosáuricos y todo los gobernadores no pedían permiso para tomar las decisiones que consideraban pertinentes (los que querían, pues los había que se dedicaban a viajar lo ancho del planeta); decisiones, cabe señalar, que incluían la estrategia a seguir y la selección de los colaboradores que les parecían adecuados.
Pareciera ser que hoy en día, previa su entronización, alguien a quien los inminentes gobernadores obedecen ciegamente les hace saber que los nombramientos y lo concerniente en general a ciertos espinosos asuntos se decide en alguna súper-secretaría (a confesión de parte etcétera), si bien pueden coronar todas las reinas, y vacunarse para siempre (en la compañía de su numerosa familia) contra la escasez.
Eso explicaría muchas, muchísimas cosas.
¡Quién hubiera dicho que íbamos a extrañar a los dinosauros!
