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martes, 23 abril, 2024
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Apocalíptica: teología de la resistencia y nacimiento del cristianismo

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

En la segunda mitad del siglo XIX se introducen los métodos histórico-críticos al estudio de la biblia, con lo cual se logra ubicar el entorno histórico que databa y explicaba cada texto. Así mismo, el estudio de los géneros literarios también fue una clave para desmontar los textos y entender de mejor manera el significado de los mismos. Uno de esos géneros es la Apocalíptica. Una boyante fantasía y un portentoso uso de la imaginación que tenía un objetivo muy interesante: resistir el poder de los imperios y dar esperanza a las víctimas del dominio imperial.

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A partir del siglo IV aC, asistimos a la creación literaria apocalíptica: el libro de los vigilantes, el de los sueños, de las semanas, y el célebre libro de Daniel. Visiones y seres fantásticos componen esos textos. El contexto de nacimiento de los libros mencionados es la agresiva ofensiva de Antioco IV del Imperio Seléucida, que dominó el territorio de la palestina después de la muerte de Alejandro Magno. Los judíos ya habían pasado por el exilio babilónico, fueron liberados por los persas, y en ese momento estaban bajo la bota del helenismo. Igualmente ocurrió con la apocalíptica cristiana que emergió del dominio romano: Juan pinta a Nerón con el número de la bestia, el 666.

Pues bien, es esencial entender la intención espiritual que está detrás de la literatura apocalíptica, porque es justo este entorno el que da origen al cristianismo. En otras palabras: el cristianismo nace como una secta o escuela apocalíptica al interior del judaísmo. En esta literatura sagrada se caracteriza a los imperios con los símbolos del mal y se predice su acabamiento, se resalta su finitud y caducidad, a la cual seguirá un reino de justicia y paz, pintados también con símbolos e imágenes celestes. El Apocalipsis es una estrategia de resistencia al poder imperial. Y los grupos apocalípticos tienen en el centro de su espiritualidad una meditación del poder: la salvación no es a la manera de las salvaciones individuales de las religiones mistéricas de la Grecia antigua, donde el objetivo es lograr la inmortalidad del alma; sino, por el contrario, la salvación es un acontecimiento mundanal donde la identidad de cada hombre es una determinación del mundo en que vive, y si su mundo está sujeto a esclavitud él mismo ya no es libre. La salvación, por ello, es algo que ocurre a un pueblo en la historia concreta. En este caso es el pueblo judío que está sometido a los helenos, y antes a los egipcios, asirios, babilónicos, y después de los romanos. La lucha por la salvación del dominio de los imperios marca el itinerario espiritual de ese pueblo semita. Hay una estrecha relación entre la salvación y la estructura del poder.

Frente a la dominación se establecen estrategias de resistencia. Una de ellas es la apocalíptica. El poder imperial se afana por convencer a los dominados que no hay opción y que es legítimo ese dominio. Aparece justificado. Actúa en dos dimensiones: la del dominio territorial y político, y el que Foucault denominó Biopoder, la estructuración de toda su forma de vida. La apocalíptica construye una narrativa alternativa a la narrativa del dominio, la manera de entender el pasado y el presente, de explicar y justificar los motivos y de exhibir el significado de los acontecimientos. La apocalíptica es resistente porque genera una narrativa opuesta a la del dominio del imperio. No se dirige directamente a la arenga política contra los ocupantes, sino se endereza la hegemonía del poder imperial. Así, ese poder actuará, pero sin justificación; y lo más importante, sin la introyección del mismo en los dominados. Cuando el dominado acepta las narrativas del dominador ya ha sido vencido. Con otra narrativa, se conserva la resistencia: ese poder no aparece ni como fatal, ni normal, ni natural, ni justificado. Por el contrario, es malo y perecerá. Al acabar, emergerá la justicia. Es lo que llaman “la confianza en el poder de Dios”.

Como podemos ver, los apocalipsis no son huidas de la realidad, como algunos apresurados lo entienden. Por el contrario, es un regreso a la realidad. La apocalíptica es hija, de alguna manera de la profecía. Y esta última es la conciencia crítica que limita el poder de los reyes judíos, desde el nacimiento de la monarquía judía, y después en la división en dos reinos (Judá e Israel), hasta la invasión de los Asirios en Israel y las reformas de Josías en Judá, los profetas eran una conciencia que observaba la conducta de los reyes desde el ángulo de Dios, de la justicia y realidad. Como vemos, la espiritualidad del judaísmo es una meditación actuante del poder. Y de su interior nace una secta que radicaliza (en su nacimiento) este rasgo: el grupo apocalíptico llamado luego “cristiano”. Por ello, en la base de surgimiento del cristianismo hay una conciencia crítica a las formas de poder social y político. Sin embargo, tuvo lugar lo que conocemos como “cristiandad”, donde el cristianismo se convirtió en una manera de poder imperial, con lo cual se negaron las semillas que lo vieron nacer. Pero ahora, con la muerte de la cristiandad, emerge otra vez un cristianismo que busca su autenticidad, lo cual pasa por volver a beber de sus orígenes. Se impone así, una tarea: volver a meditar el nacimiento del cristianismo.

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