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viernes, 29 marzo, 2024
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Notas sobre hiperconsumo del capitalismo de producción al capitalismo cultural

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Por: CLAUDIA CAMPOS GÓMEZ* •

La Gualdra 321 / Dossier Lipovetsky

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  1. Hiperconsumo en el capitalismo cultural

Una nueva visita, una tercera, al Mundo Feliz de Huxley es necesaria. Las fuerzas desconocidas e impersonales que trabajan horas extras a favor de un imaginario colectivo de libertad, generan a la vez una ola de caos y desesperanza. Los sistemas de producción, las relaciones interpersonales, la ciencia, el arte y la educación han rebasado la ficción literaria; los modos de vida se imponen en una constante confusión entre realidad y ficción, vivimos entre sueño, realidad e ilusión; diferenciarles resulta casi imposible, tanto que hoy la incertidumbre es una de las emociones más verdaderas. La instauración de un sistema económico mundial terminó por desdibujar las fronteras geográficas e individuales y afectar sistemas de producción y relaciones laborales. Entramos en una dinámica consumista agravada por hiperproducción, hiperconsumo e hiperrealidad; la tecnología es el eje sobre el cual se entrecruzan una serie de fenómenos sociales. Desde esta perspectiva la cultura es un telón de fondo del escenario donde los sujetos actúan bajo la dirección de la globalización y el capital, y cuyo único rol interpretativo es consumir. El consumo, como nunca antes, se sitúa en nuestras vidas como una situación relacional; la cuestión radica en poder estar en contacto con quienes nos rodean.

“Ha nacido una nueva modernidad”, anunciaba Gilles Lipovetsky en La felicidad paradójica. Si bien en su primer momento la modernidad nos ofrecía la capacidad autorreflexiva en torno al conocimiento (técnico y teórico) y a las formas en que éste permite transformar las sociedades y a sí mismo, la nueva modernidad se supera, no es el conocimiento sino la información lo que importa. Pero desde la perspectiva cultural, la nueva modernidad tiende hacia universalización identitaria a través de las prácticas consumistas más variadas. El concepto de hombre libre capaz de discernir y decidir en relación a su ser en el mundo ha mutado en una nueva generación que aspira, no a ser libre de pensar, sino a ser capaz de elegir y de consumir cualquier cosa. En esta nueva revelación del sujeto libre-pensador-consumidor Lipovetsky nos muestra un consumidor potenciado, es decir, que al tiempo se encuentra cada vez más informado y por tanto, es deseable, sería cada vez más infiel, reflexivo y “estético”; lo cual no necesariamente garantiza un consumo crítico y reflexivo, pero sí implica la búsqueda de una toma de distancia respecto a los objetos e insumos que forman parte de una gran diversidad y se despliegan en el mercado mundial.

Los procesos de subjetividad que se construyen en torno a las nuevas formas de participación de los sujetos en el consumo se nos presentan todavía extraños, ajenos; vivimos un acelerado proceso de subjetivación por y a través de objetos y experiencias mercantilizadas y mercantilizantes, bienes que a fin de cuentas no son sino fetiches de una felicidad pasajera, porque al final el día se imponen las condiciones reales de vida. Según Lipovetsky nuestras sociedades son cada vez más ricas, pero un gran número de personas vive en la precariedad y debe economizar. El mercado hace la mayor de sus ofertas en tiempos de pobreza, desempleo y crisis.

            Si como dije, estos consumos no son sinónimos de felicidad eterna, suelen ser motivo de satisfacciones reales e implican uso, desgaste, adquisición, disfrute, y la recepción de significados provenientes de un bien o servicio que además de satisfacer una necesidad, involucra el manejo de estructuras simbólicas que directa o indirectamente influyen en la construcción de la identidad y obviamente de nuestra relación con el otro. Por esta razón, la delgada, pero sofisticada línea que dividía los bienes de uso de denominados culturales parece desvanecerse, en favor de una democratización generalizada de las posibilidades adquisitivas de los sujetos y de una posible apertura desde la tolerancia a las más diversas prácticas culturales. Falta entonces saber si esta última respondía o no a las aspiraciones del capital por tener más consumidores al precio que sea.

Esta disminución de la calidad en favor de la cantidad, nos llevaría a un posible descrédito de los bienes culturales. Qué es la cuestión de fondo, si desde una postura positiva de la problemática, creemos todavía que un consumo reflexivo y crítico marcaría una diferencia. Para los detractores del hiperconsumo los bienes simbólicos tendrían como característica justamente que su valor económico no es correspondido a su valor simbólico. Sin ánimo de ser reduccionistas y menos si hablamos del fenómeno denominado hiperconsumo, los bienes denominados culturales podrían en ocasiones escapar a esta nueva dinámica global, pero de la misma manera podríamos llegar a creer que incluso la consciencia humana trabaja sin vacilaciones a favor de la máquina capitalista. No se trata de forzarnos a estar en un lado de la balanza, sino de comprender que las divisiones que daban estructura y acomodo a nuestra realidad ya no existen.

Estaríamos más bien frente a una bipolaridad humana, que viaja entre el placer del consumo y el displacer de vivir en el mundo consumista. Somos sujetos bipolares, y en nuestros mejores días, acertamos y generamos algo que sorprende al poder del capital, es ahí que radica la extraordinaria potencia del ser humano. En palabras del filósofo francés, sean cuales fueren las amenazas que pesan sobre la educación y la cultura, las aspiraciones trascendentes, reflexivas y críticas de los sujetos no han quedado decapitadas en absoluto. Las razones para tener esperanza no han caducado. No habrá salvación sin avance del consumo, redefinido según nuevos criterios. Habría que replantear la noción de consumo cultural como una práctica de subjetivación plural y ésta como un conjunto de prácticas y procesos de subjetivación sociales. Que no se encuentra ligada únicamente a la adquisición y uso de los llamados bienes y servicios culturales. Si bien el consumo cultural está en sintonía con la cultura consumista capitalista no se puede concebir como una totalidad homogénea.

Los sujetos no son simples consumidores sino interlocutores activos con los productos culturales. Las prácticas de consumo revelan una nueva relación con las cosas, con los demás y con uno mismo. La emergencia de nuevas subjetividades subversivas y emancipadas tal vez podría ser una nota discordante en el concierto monocorde de una globalización cultural uniformizante y neutralizadora. Por ello advierte Lypovestsky la nueva sociedad que nace funciona con hiperconsumo, no con “desconsumo”.

 

  1. Del consumo cultural desigual –la diversidad desigual en el contexto latinoamericano

Desde su origen, los estudios culturales se imponen como una teoría que pretende comprender, entre otras cosas, las demandas culturales de la sociedad y sus modos de apropiación de los bienes culturales. Si la ecuación capitalista funcionara a la perfección, la fórmula nos diría que si se expone con mayor accesibilidad un creciente número de bienes culturales al consumo en masas, su preferencia y obviamente consumo se elevarían exponencialmente. Lamentablemente, un fácil acceso, no siempre significa un consumo masivo y todavía menos que éste sea continuado, receptivo y crítico. Muchas de las versiones de los bienes denominados culturales (manifestaciones artísticas principalmente) se extienden a lo largo de un sinfín de grandes y pequeñas ciudades, y aspiran que sea desde la diversificación y la masificación, bajo las reglas mercadotécnicas y del capital, que su consumo aumente, bajo la premisa de que su uso y disfrute habrá de potenciar el horizonte de sentido de los consumidores.

En contraste, para América Latina los usos y prácticas culturales juegan o interactúan todavía bajo ciertas reglas del campo cultural explicado en la sociología de Bourdieu, que responden principalmente a la noción de capital cultural y como indicara Lipovetsky tienen una relación directa con el origen de los sectores de población para quienes van dirigidos. En este sentido, sobre el análisis de las dinámicas del capitalismo y las nuevas relaciones mercantiles de la industria con la cultura, América Latina abre una posible discusión, con las investigaciones de autores que comienzan a registrar y problematizar los eventos discontinuos entre los sistemas económicos de la región. Estaríamos hablando de un diálogo entre una visión universalista del capital y el análisis de una realidad cultural local, antagónica y diversa.

Los diversos ejercicios que en materia de información cultural que se han realizado en México datan apenas de treinta años, se cuentan instrumentos como la Encuesta nacional de hábitos, prácticas y consumo culturales, cuya última edición fue llevada a cabo en 2010 (INEGI, 2014); la Encuesta Nacional de Lectura, y las encuestas a públicos de museos, teatros, librerías y bibliotecas ubicadas en la Ciudad de México. Frente a estos ejercicios institucionales (oficiales) de captación de datos, han surgido iniciativas como la de Ernesto Piedras, economista; y Néstor García Canclini, antropólogo, quienes incursionan en el estudio de lo que se entiende como la industrialización de la producción cultural en América Latina, fenómeno que articula nuevas relaciones entre los bienes simbólicos y las innovaciones tecnológicas, además de la economía y las finanzas. Estos estudios pretenden dar cuenta de los nuevos procesos culturales y las relaciones de producción, distribución y consumo en México; incluyen áreas como la tarea de museos, la industria editorial y de entretenimiento y la industria cinematográfica, artistas y arte contemporáneo, instituciones culturales e incluso el acceso a la comunicación, medios digitales y conectividad. En este orden de ideas los estudios de consumo cultural deben atender a fenómenos diversos de comunicación y ciudadanía, que se gestan en prácticas tan normalizadas como la preferencia por ciertos objetos, bienes o servicios.

Por ejemplo, en una ciudad como Zacatecas, pese a ser reconocida por el número y calidad en sus museos, el panorama no es muy distinto que el resto del país. El museo sigue siendo un espacio para las élites culturales y no logra todavía ser un espacio accesible a las clases sociales desfavorecidas; sigue en lo concerniente al museo una lógica de inclusión minoritaria y exclusión masiva. Habría que democratizar la cultura y su acceso real. Si bien las nuevas formas de entretenimiento y las opciones que la red plantea a los usuarios podrían ampliar estos márgenes de interés en la producción artística de una ciudad, región e incluso del país, es necesario apuntar que la infraestructura existente y el acervo artístico cultural que poseen estas instituciones hacen deseables nuevas políticas de acceso y aprovechamiento democráticas, creativas, educativas e inclusivas.

 

Sergio Garval. «Los hijos de Caín». Óleo / tela. 2010.

Sergio Garval. «Los hijos de Caín». Óleo / tela. 2010.

 

A manera de conclusión

En la era del hiperconsumo no todo está dicho, como el mismo Lipovetsky apuntara, la ley de causa y efecto nos posibilita en la esperanza, porque entre mayor es la decepción que genera la dinámica consumista, de felicidad intermitente, mayores son las invitaciones a no quedarse quietos, a revolucionar, en y desde el hiperconsumo hay una esperanza. La condición humana postula si no tengo lo que quiero, lucho por lo que quiero, y es dicha movilización en torno al deseo la que podría provocar un desplazamiento del orden establecido, a partir de diferentes y diversas conexiones humanas, con sus nuevas formas de ser de sentir y de pensar, y aunque no todas son de orden poiético–creativo, lo cierto es que desequilibran y desvirtúan la normalización de los sujetos y de la vida, es posible que desde la comodidad de una pantalla digital se asista a una revolución independiente. Mientras el Estado siga averiado, su tarea sigue sin cumplirse, porque a nadie más le atañe. No se trata de regresar a las políticas paternalistas autoritarias, sino de potencializar y respaldar proyectos de naciones con políticas culturales democratizadoras con acciones dirigidas a aumentar el acceso de oportunidades más allá de un carácter consumista.

 

 

*Claudia Campos: Licenciada en derecho y maestra en Docencia y procesos institucionales en la UAZ, profesora del área de sociales-humanidades, coordinadora de talleres de sensibilización artística y creatividad, investigadora independiente en estudios culturales y teoría del arte, profesora certificada de francés.

 

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