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viernes, 29 marzo, 2024
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No son cohetes

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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 320 / Río de palabras

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“Sello y protejo

con el poder de la Sangre de Jesucristo el señor

esta casa con todo lo que es, con todo lo que tiene”.

 

A la memoria de Soledad Ruiz

 

 

Se puso a chiflarle al humo que salía elevándose en remolino del brasero donde se quemaba el copal. Le chiflaba y le chiflaba. Y así recorrió toda la casa, de arriba para abajo. En todos los rincones y recovecos. Detrás de los muebles, debajo de las camas. Y luego rezaba a San Benito, a San Ernestito de la Higuera, a San Pascual Bailón. Reza y reza. Y chifle y chifle y donde él veía algo se soltaba diciendo de groserías y maldiciones. Y así toda la noche, de arriba para abajo. Abriendo y cerrando puertas y ventanas. Entrando a piezas y recorriendo patios y pasillos. Fumando un cigarro bien gordo y grande. Bebiendo copas de mezcal. Impregnando paredes y cosas con el humo del tabaco. Hablándole bien y bonito a los santos, con la palabra dulce. Y a mentadas y chingaderas al Amigo. Y así maldiciendo y chiflando, rezando y bebiendo, fumando y rezongando, bañando con el humo del tabaco y del copal se pasó toda la santa noche. Bajo el limonero, en el patio, con el cuerpo moreno y desnudo Estrella dijo, le dijo: Extraño tus manos recorriendo mi espalda… Extraño tus besos en mi panza y mi ombligo que me provocaban alboroto en todo el montalallo. Y me dan calambres en el cerebro. Eso dijo ella debajo del limonero, en el patio. Y él siguió chiflando y echando humo de copal y de tabaco. El cielo estaba oscuro. Negro. Muy negro. Sin embargo, había luna llena. Y en la plaza principal del pueblo tronaban cohetes y como flores de diente de león se dibujaba con luz en lo oscuro del cielo, casi negro y la música de tambora escandalosa machaconamente monótona retumbaba a todo trapo. Y así, a chifle y chifle, metiéndose a las piezas, cruzando pasillos, en la pura rezadera. Al abrir las puertas de un clóset clarito escuchó: No tengas apuro, yo te estoy cuidando. Siempre me traes de un lado para el otro. Dice la voz. ¿Por qué andas siempre hablando con los difuntos?, pregunta. Pero él sigue a chifle y chifle, repartiendo mentadas de madre, rezando padres nuestros y aves marías. Encomendándose a San Ignacio de Loyola. Regando agua bendita por toda la casa. Y dice, se dice, se está diciendo: Sueño. Cuando despierte estaré, como todos los días, acostado en mi cama, en mi dormitorio. Él dice, pero sigue caminando de arriba para abajo, con su chifladera, con sus rezos, con el humo de copal y tabaco, hablando solo y piensa que con gusto se iría a una cantina a beber mezcal y chupar cuartos de naranja con sal gorda, fumando cigarrillos Populares. Y los muros de adobe de la casa crujen. Y las puertas y ventanas y cierran y abren. Y la casa se impregna con el humo del copal y el tabaco. Y se escucha en la noche una seca y corta ráfaga. No son cohetes. No, no.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-320

 

 

 

 

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