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jueves, 28 marzo, 2024
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‘Poemas para leer mientras no llueve’ (Juan Manuel Bonilla Soto)

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Por: J. ARTURO BURCIAGA C. •

La Gualdra 318 / Libros

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Nos queda interpretar al hombre que escribe en temporada de secas. No llueve, pero las palabras hacen ríos y los ríos se desbordan en imágenes. El autor de Poemas para leer mientras no llueve, Juan Manuel Bonilla Soto, el Boni, para sus amigos, viene con la templanza de la escritura en una pizarra, luego en un block de notas y después en un libro planeado y celebrado en el desafío del sentir o la dignidad de enfrentarse a todos los naufragios vitales.

Bonilla es un Heráclito; se baña en arenas de un destierro de Ítaca o de cualquier parte, hasta del terruño. En sus versos expone la historia como una suerte de milagro y piensa en el lejano río Éufrates, y señala al Nilo con el recuerdo, y al Tigris con la omisión. Las imágenes son clásicas pero también inesperadas y asombrosas. Mira el sol en el reflejo de las aguas inexistentes para cubrir de veladuras a una mujer asomando en la escritura. Es el ritual de escribirlo todo a la memoria de los rostros de un río. Tiene cara de mujer mística y valiente, venida de cualquier parte, del norte, por ejemplo. Y entonces el río clama venganza contra el cielo que le niega la lluvia. Y nos encontramos en un poema de alguna parte del río de palabras, aunque sea un lugar común, aunque tarde el intelecto en decir que es un lugar común.

Bonilla habla de Odiseo y de Penélope. Ulises está perdido en su propio laberinto y la historia resiste el silencio y la ausencia del escribiente de versos. El río, la historia, la ausencia de la lluvia son las palabras prolongadas, látigos contra la mirada impura. Las palabras hacen los versos, avenidas de una reflexión del somos y del nosotros. Y llega, irrepetible, el soy. Es una palabra proferida por el poeta que ya estaba desde las edades más antiguas en la boca de todos. El escribiente se adueña de las conciencias de ayer y hoy para lanzar una tesis: él es todos, y nosotros somos uno, en todos y en nadie. Juegos de precipicios en los nombres y los anónimos. Como si la creación entera dirigiera la mirada hacia un solo punto del cielo, donde no derramará la lluvia y la luz se cae en la impaciencia de la ley de gravitación universal. Son poemas para cuando no llueve, pero también sirven como los poemas sobre todas las cosas: descubren el padre sombrío, la hija ausente, la madre confusa, el destino imperfecto, el nombre de la mujer amante, la memoria etérea, el círculo de Dante, la luna de octubre, la lluvia ausente en noviembre, la distancia en el balcón vacío, la neblina y el invierno que han de venir.

Encuentros en el verso: estos poemas nombran los sueños y el relámpago de la memoria. Devuelven una terrible plegaria a la mujer sujeto del poema cuando no llueve. Esa mujer cierra los ojos y abre los labios, para saber nosotros cómo suena en ellos la palabra río, la palabra lluvia, la palabra ausencia. Y una vez más, el río suena pero no lleva agua: suena a noche perpetua, a noche de silencio, se escuchan murmullos del puerto lejano, polvo de la carne convertida en una escalera al infierno. Suena a espejos trizados, a cofradías míticas que entierran a sus cofrades en el lecho seco de un río. Y luego viene el fin que se queda abierto, el fin del libro, suspendido en una estrofa, y nos deja esperando el crujir del cielo, para hacer poemas cuando llueva.

Dice la estrofa final del poeta: “Esta vez no”, negativa de lo esperado y no deseado, no deseo me digas no, no quiero que me hables de cómo no llega la lluvia. Sigue diciendo la palabra: “es una frase que se pierde en la contrariedad”, perdidos somos en las frases de rupturas, como si al fin lloviera en los rostros amados, y entonces todo termina en la contradicción del río ausente. Sigue diciendo el verso: “él carece de memoria para saber”, saber ¿para qué? Saber que ya no hay lágrimas, ni río, ni llanto, como escribió Jorge Humberto Chávez. Sigue escribiendo el poema final: “si es un propósito cuando amanece”.

A donde vaya la cofradía con sus patentes a cuestas y sus cofrades silenciosos, deben buscar un cielo que derrame lluvia en cuarenta amaneceres continuos. Y finaliza el libro: “o, peor, alguno de esos ecos que el rencor no olvida”. Eso salió desde un rincón del alma y no a la manera de Alberto Cortés y sus poemas, sino desde el poeta Bonilla, porque le dijeron no, porque él es el cofrade de una cofradía fundada por una mujer mayordomo, conocedora de los ritos, las oraciones y sus consecuencias. Al poeta le gustaban los amaneceres, el olvido, la memoria, los buenos propósitos y el rencor disuelto en una gota de lluvia. Al fin, algún día volverá a llover sobre el rostro del escribiente.

 

Casa del Arte y la Palabra. Zacatecas, Zacatecas, viernes 17 de noviembre de 2017.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_318

 

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