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sábado, 20 abril, 2024
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Herencia del movimiento estudiantil de 1968

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Por: La Jornada Zacatecas •

Hoy es 2 de octubre. Hace 49 años, en 1968, ocurrió la masacre de Tlatelolco. A un año del cincuentenario es la hora de iniciar el balance y la conmemoración. Se requiere preguntarnos seriamente cuál es el precio que México pagó por la consumación de ese evento, cuánto daño nos hizo y cuáles son sus aportaciones más significativas. Para empezar, la utilización de las armas del Ejército en Tlatelolco acabó con un sueño, sepultó de golpe la confianza ingenua de los mexicanos en la ley, la creencia de que se vivía dentro de un orden civilizado, la suposición de que prevalecía la razón, y que, a la postre, el gobierno cedería y aceptaría, si no todos, algunos de los puntos del pliego petitorio.

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En gran parte de las universidades se produjo un cambio de fondo en el debate estudiantil. Una ola de radicalismo antidemocrático recorrió los centros de educación superior del país y las universidades fueron por años laboratorios para elaborar y experimentar distintas versiones de política radical. En 1971 era ya ostensible que la corriente democrática estudiantil había eclipsado. Las organizaciones estudiantiles progresivamente fueron colonizadas por las corrientes radicales. Los estudiantes revolucionarios —o pro-guerrilla— desataron una campaña violenta de agresión contra los estudiantes democráticos, descalificándolos como “tibios”, “reformistas” o “aperturos” (Echeverría pregonaba su apertura democrática, que no tuvo resultados concretos), campaña que desembocó en acontecimientos trágicos, como el asesinato de un profesor del CCH, la balacera en la Universidad de Sinaloa —mayo 1973—, donde murieron dos estudiantes, y otros similares. Pero el costo mayor, sin lugar a duda, lo pagaron quienes pasaron de las palabras a los hechos y formaron agrupaciones guerrilleras como la Liga Comunista 23 de septiembre, para ser aniquilados en la guerra sucia desatada contra ellos por el gobierno.

El movimiento estudiantil de 1968 también dejó su huella en miles de universitarios de izquierda que se volcaron al movimiento de masas: en el campo, en los centros urbanos y en el mundo del trabajo. Ellos participaron en la creación de los sindicatos universitarios haciendo de la solidaridad el hilo conductor de luchas conjuntas con los electricistas, con mineros, con trabajadores nucleares y muchos contingentes más. Otros muchos se volcaron al mundo rural y junto con miles de campesinos dieron luchas memorables por la tierra y por mejores condiciones de vida y de trabajo. A mediados de la década de los años 70, los universitarios democráticos y de izquierda volvieron a levantar cabeza apoyando la candidatura presidencial del viejo líder ferrocarrilero y ex preso político, Valentín Campa, quien recorrió el país exigiendo una reforma política que propiciara el registro legal de las izquierdas, la que finalmente se aprobó en 1977, construyendo los cimientos de la progresiva democratización del régimen político que culminó con la alternancia en el Poder Ejecutivo federal en el año 2000.

Hoy es evidente para cualquier persona que observa sin prejuicios la realidad del México actual, que el país sufre un proceso acelerado de descomposición en todos los órdenes, y que para revertirlo requerimos la participación de todos los adultos mayores que todavía sienten simpatía por aquel movimiento y, sobre todo, de los jóvenes que han sentido en carne propia la desaparición de las 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, y que se sienten legítimos herederos de aquellos. La experiencia de los primeros, y la energía y altura de miras de los segundos, serían los ingredientes definitivos para que la conmemoración del medio siglo del movimiento de 1968 refuerce el componente ético, hoy tan indispensable, en la izquierda anti neoliberal mexicana.

 

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