En nuestro lenguaje hablamos de etiquetas para referirnos a ciertos adjetivos aplicados a determinado grupo o persona, generalmente tienen una connotación negativa, pues el colocar una etiqueta a alguien equivale a clasificarlo dentro de un cierto parámetro y no darle la oportunidad de mostrar la verdad o falsedad de esa clasificación. La mayoría de las etiquetas son fruto de los prejuicios, pero también son una estrategia para descalificar a quien piensa diferente y negarle el derecho a defender su punto de vista.
Algo como esto sucede cuando los defensores y propagadores de la ideología de género descalifican a quienes piensan distinto y los acusan de discriminar o de ser homófobos. Al hacerlo se cierran al diálogo, no aceptan argumentos y se niegan a presentar los propios. Buscan imponer a los demás su forma de pensar en nombre de la libertad y la tolerancia, descalifican y hasta ridiculizan a quienes piensan distinto; piden respeto, pero son incapaces de respetar, exigen libertad, pero atropellan la de los demás.
Hace algunos días se celebró el día del orgullo gay y los medios de comunicación nos inundaron con las imágenes de las marchas realizadas en distintos países, algunos medios dedicaron muchos minutos a la nota y se pronunciaron abiertamente a favor de este tipo de espectáculos. Debemos reconocer que en muchos casos se trató de manifestaciones grotescas y abiertamente escandalosas, hombres casi desnudos bailando obscenamente, otros realizando actos sexuales en plena calle, y todo esto frente a niños ¿Qué tiene eso de pacífico y familiar?
Y parece que lo de hoy es apoyar este tipo de marchas, artistas y políticos presumen sus fotos participando de estas manifestaciones, el primer ministro de Canadá es presentado como modelo de todo político porque abiertamente se manifiesta a favor de la ideología de género y marcha al frente del contingente gay. Pero si los heterosexuales hicieran una marcha grotesca y obscena ¿se les permitiría? ¿Por qué a los homosexuales se les permite estar por encima de la ley?
Cuando se hicieron las marchas por la familia muchos alzaron la voz por considerarlas discriminatorias, se trató de cientos de miles de familias marchando pacíficamente en favor de la familia en muchos estados de la República, en aquella ocasión los medios de comunicación apenas le dieron cobertura y muchos cuestionaron la pertinencia de dichas manifestaciones. Pero, salen a marchar hombres semidesnudos, con tangas de piel y bailando como si estuvieran en un antro y se les presenta como paradigma de libertad ¿en qué sociedad vivimos?
Muchos de estos grupos son violentos e incapaces de respetar a quienes piensan distinto, exigen tolerancia y respeto, pero se muestran intransigentes con quienes se les enfrentan. Buscan imponer su forma de pensar y actuar a toda la sociedad, este es el problema de fondo, pues la homosexualidad no es el problema, siempre ha existido y seguramente seguirá existiendo, el problema resulta de elevarla a la condición de cultura, de hacer que pase del ámbito privado al público, y sobretodo de convertirla en un negocio global al servicio de la confusión y el engaño. Se busca pasar por alto la biología y sustituirla por una ideología, hacernos creer que el sexo es una construcción cultural destinada a desaparecer y en su lugar se impone el reinado de los subjetivo y relativo.
Se trata de sembrar la confusión, ya no hay hombre y mujer y en consecuencia tampoco familia, ya no hay sustento pasara la sociedad y todo está destinado a desaparecer, no hay raíces ni historia ni nada que sirva como punto de referencia para el presente y el futuro. Se implanta el caos. Y como reza el refrán popular: “A río revuelto, ganancia de pescadores”. Son muchos los que negocian con la dignidad humana, trafican con el valor intransferible de la persona, buscan implantar una cultura anti-familia y anti-vida. ¿Es lo que queremos para nuestra sociedad? ¿Es el futuro que estamos construyendo? ¿A eso aspiramos? ¿Con eso nos conformaremos?
