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jueves, 28 marzo, 2024
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Por siempre Rulfo

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Por: EDGARDO HERRERA* •

  • César Ramos. Me dijeron que acá vivía mi padre

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, el celebrado Juan Rulfo, ha obtenido la trascendencia por intermedio de dos obras.

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Cuando se tiene algo que decir y la manera apropiada de decirlo, no es necesario ser muy prolífico para lograrlo. Sólo con Pedro Páramo era suficiente para pasar a la posteridad.

Al leer a Rulfo, uno se pregunta cuál de los asombros encontrados es el dominante. ¿Podría ser esa manera suya de convertir lo fantástico en verosímil, el uso preciso del lenguaje coloquial, o esa natural forma de convertir sus descripciones en poesía? Es complicado otorgar un dominio de estas características sobre las otras, pero juntas producen un efecto maravilloso; es algo que sólo la abstracción de un lector puede percibir, una electricidad que recorre tu cuerpo y que se evidencia en los vellos erizados de tus brazos. Y uno, en plena efervescencia de la edad, con esos enormes deseos de escribir y de lograr algún día producir esas mismas sensaciones en los lectores, se dice en alguna pausa de la lectura: Dios, yo quiero hacer esto.

Luego, cuando al final te enamoras de un género como el cuento, y vas y vienes como una esponja en la inventiva de los maestros, siempre regresas a esos cuentos entrañables de El llano en llamas. Es algo curioso, la literatura no se reduce a un contexto específico, no sólo puedes reconocerte en la literatura de tu país, es el mundo el que late en las páginas de un buen libro. Pero hay otros ingredientes que logran que prefieras a unos libros y a unos autores sobre los otros; a lo largo de los años he llegado a la conclusión que se trata de un simple asunto de empatía, de perfecta comunicación. Como cuando te acercas a un viejo narrador de historias y te atrapa de manera inmediata, es el encuentro sublime, cuando la historia relatada encuentra por fin alguien que termina de construirla.

Creo que en mi caso, como alguien que mira desde afuera, puedo decir que conozco mucho más de México gracias a Rulfo, que a la época de oro del cine mexicano o a los grandes intérpretes de su música popular.

No podría dejar de mencionar el tema social. ¿Cómo utilizar el arte, la literatura, como vehículo de la denuncia y la protesta? Plantear los problemas sociales de manera artística sin caer en el panfleto o la simple posición política. En muchos cuentos de El llano en llamas se toma el asunto social de una manera extraordinaria. Lo que nos duele de nuestra tierra y que se decide poner en la hoja, como un simple agregado que de manera tangencial, pareciera rozar a los personajes. En Colombia tenemos un caso parecido con la novela La casa grande, del escritor Álvaro Cepeda Samudio.

Es simple, todo aquél que llegue en determinado momento a la frase: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Paramo”, está condenado física e inexorablemente a un encuentro maravilloso.

*Colombia.

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