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jueves, 28 marzo, 2024
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Los crucificados de este siglo

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Por: P. Aurelio Ponce Esparza •

El viernes santo es para los cristianos católicos un día central para la fe, en él se recuerda y celebra la crucifixión de Jesús el Señor, es un día triste en el que la Iglesia invita a sus fieles a contemplar la cruz, a descubrir en ella no el instrumento de tortura y muerte, sino el medio elegido por Dios para realizar la salvación. La Iglesia contempla al crucificado y se admira de tanto dolor y sufrimiento, pero no permanece ahí, no es el dolor el fin en sí mismo, sino el medio y precio de la redención humana. Contemplar al crucificado es adentrarse al misterio mismo de Dios que sobrepasa toda lógica humana e irrumpe de un modo totalmente novedoso en el mundo transformando de raíz todas nuestras estructuras.

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Pero en este viernes de dolor la Iglesia contempla también a los crucificados de este siglo, a tantos y tantos que en pleno siglo veintiuno viven situaciones terribles de dolor y sufrimiento. Pensemos en el drama sirio, en el infierno vivido por miles y miles de inocentes, se trata de una real y verdadera crisis humanitaria: más de 400 mil muertos, 5 millones de desplazados internos, 6 millones de desplazados externos, el peor éxodo después de la segunda guerra mundial. Un territorio en disputa por las grandes potencias mundiales, un dictador capaz de todo con tal de conservar el poder, una guerra en la que no hay vencedores, no importa ya quien tiene la razón ni cuál causa es justa, es una guerra y en una guerra todos pierden.

Pensemos también en los cristianos de rito copto que murieron el pasado domingo de ramos mientras participaban de la celebración dominical, víctimas inocentes de un odio sin sentido. Dos iglesias, san Jorge en Tanta, a 90 km de El Cairo y san Marco en Alejandría. El ataque fue reivindicado por el grupo terrorista Estado Islámico. Hombres, mujeres y niños murieron en la explosión, víctimas inocentes de grupos extremistas que en nombre de una religión deformada y mal entendida asesinan sin razón.

Y en nuestro continente pensemos en Venezuela, un país que vive desde hace tiempo una seria crisis política, social y económica, un país en el que los elementales derechos humanos son violentados por un estado opresor que tiene a toda una nación sumida en la pobreza y el hambre. Presos políticos, manifestantes detenidos y violentados, medios de comunicación censurados, hambre y desesperación en la población son el saldo de un sistema caduco y de un líder enfermo y obsesionado por el poder.

Y qué decir de nuestro querido y golpeado México, aquí también sigue habiendo crucificados. Nuestro país se ha convertido en un verdadero cementerio de víctimas, pues según informes de la CNDH en México se han encontrado más de 800 fosas clandestinas, lo cual es comprensible si en los últimos 10 años se cuantifican más de 30 mil desaparecidos. Todo esto refleja la debilidad de las instituciones encargadas de procurar justicia y en consecuencia la terrible impunidad que impera en todo el territorio mexicano. Ayotzinapa se ha convertido en símbolo de una realidad nacional, pues las desapariciones forzadas son, lamentablemente, cotidianas en gran parte de nuestro país.

En Zacatecas se han localizado 83 fosas clandestinas, somos el cuarto Estado del país con más tiraderos de cadáveres, los niveles de barbarie a los que hemos llegado son ya insoportables. Muchas familias zacatecanas han vivido su propio viernes santo al padecer el dolor  y la incertidumbre de un hijo o un esposo levantado, para algunos de ellos el final ha sido el tener de regreso al hijo perdido, para otros el llorar la partida de los suyos y para otros la condena de vivir con la incertidumbre al no saber si los que ya no están viven o mueren, madres que lloran y esperan la noticia de que su hijo ha sido encontrado y tener así el consuelo de una tumba para rezar.

Son muchos los crucificados de este siglo, muchas realidades de dolor y sufrimiento, pero no nos quedamos ahí, no vemos el dolor con desesperanza y resignación, Dios ha puesto sobre la Cruz de Jesús el peso de nuestros pecados, todas las injusticias perpetradas por cada Caín contra su hermano, toda la amargura de la traición de Judas, toda la vanidad de los prepotentes, toda la arrogancia de los falsos amigos, todo el miedo de los jueces injustos. Pero esta Cruz tan pesada es también una Cruz gloriosa porque Cristo venció a la muerte y nos enseñó que el dolor y el sufrimiento no tienen en nuestra vida la última palabra, la noche deja paso al nuevo día de la Resurrección. ■

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