Comentar la vida en México, particularmente en Zacatecas, puede conducir a una severa depresión.
A propósito de algunas películas o series televisivas, mayormente norteamericanas, que narran unas ciertas historias protagonizadas por carismáticos policías, los que ya sea en Nueva York, Atlanta o San Francisco despliegan un acervo de habilidades y tecnología para seguir la pista de mortíferos criminales, no es infrecuente escuchar comentarios de acuerdo con los cuales se trata de meras ficciones, que en absoluto corresponden a la realidad.
Es probable que así sea; si bien un público masivo las encuentra no sólo entretenidas sino verosímiles, por lo que cabe preguntarse lo que pasaría de ambientarse en Zacatecas una película en la que se encontrase por ejemplo a una adolescente de clase popular asesinada, con señales de haber sido violada, y donde por instrucciones del señor procurador un equipo encabezado por un general retirado, en funciones de secretario de seguridad, tras llevar a cabo prolijos interrogatorios, análisis de indicios, etcétera, determina el asesino de la joven es un diputado, yerno para mayores señas del hombre más rico del estado, y dueño para rematar de un equipo de futbol; mismo que no sin repetidos intentos de soborno resulta finalmente condenado a 40 años de cárcel, sin derecho a remisión.
Resultan estas elucubraciones de los recientes acontecimientos ocurridos en Michoacán, donde una fuerza policial comisionada para recuperar unos camiones, retenidos en una comunidad a consecuencia de una disputa territorial, arremetió violentamente contra numerosos pobladores, evidentemente ajenos al conflicto, ya que fueron acometidos en su casa o cuando caminaban por la calle, y fue así que resultaron robados, golpeados o asesinados, sin que mediase alguna razón.
Es por ello en la situación por qué atravesamos, y siendo el clamor de que la autoridad intervenga cada vez más enfático, conviene ponderar si no resultará el remedio peor que la enfermedad. ■
