Si desde mediados del siglo XX, incluyendo estos primeros lustros del siglo XXI, vivimos en un período histórico que Cornelius Castoriadis denominó la época del conformismo generalizado, argumentaré aquí una breve reflexión sobre la posibilidad de caracterizar lo que estamos viviendo -2017- como un “cambio catastrófico”. Dos referentes, deberían bastarnos para mantener prendidas todas las alarmas: calentamiento global y la actual crisis de los derechos humanos.
También, desde la perspectiva de los derechos humanos, me parece evidente, que nos enfrentamos a una profunda crisis, (pronostico: malo para la “función”; malo para la vida), más allá de los importantes progresos en este campo, en términos de la constitución internacional de un sistema institucional, y de un cuerpo normativo (el derecho internacional de los derechos humanos; tratados, convenios, jurisprudencia, mecanismos, etc.), que en una dialéctica compleja, conflictiva y contradictoria-, ha avanzado dentro –y, no pocas veces, contra, algunas tendencias centrales- de la globalización capitalista; sin olvidar, que también parte de esos avances, han sido dirigidos hacia una “confluencia perversa” con la mundialización efectiva del capitalismo.
El presupuesto para el próximo año, en Estados Unidos, -junto a otros decretos-, representan un retroceso brutal en la lucha contra el cambio climático.
Negar el “calentamiento global” abierta o subrepticiamente, junto con la “tragedia persistente” que vivimos en México, conocemos las sangrientas cifras, sin mencionar otros conflictos en curso; son fehacientes indicadores del “cambio catastrófico” en curso.
Como mínimo, deberíamos asumir la exigencia de que es urgente y crucial re-imaginar, repensar, reconstruir nuestros “marcos mentales”, desde el “derecho a tener derechos”, la auto-constitución como “sujetos de derechos”, hasta la fundamental participación en la creación individual/colectiva en el proyecto democrático-radical.
La época del conformismo generalizado, basada en el onanismo consumista, el culto del dinero y del poder, productivismo, crecimiento por el crecimiento, extractivismo, financiarización, para mencionar solo estas significaciones -y rasgos- centrales del imaginario social dominante, estarían -hoy- pensadas por un tipo de conciencia histórica perversa, que anticipándose a su propia debacle, emprende su “mutación”, hacia una distopía catastrófica .
El capitalismo global, perseguido de manera implacable por su propia-siniestra- némesis, acelera su marcha en una peligrosa huida hacia adelante, enlistaré sin pretender ser exhaustivo: impunidad, corrupción, armamentismo, militarización, criminalidad instituida, desprendimiento de la máscara del combate al cambio climático; junto con ello, precipita la destrucción de la biosfera, concentra cantidades inmensas de poder y riqueza en una ínfima minoría de la humanidad, intenta cerrar el cerco de la clausura mediática, provoca un sufrimiento desmedido en sectores crecientes de la humanidad, incentiva/explota el odio, socava las conquistas sociales vinculadas a los derechos humanos, etc.
Es más sencillo -psicológicamente- considerar que “nada podemos hacer”, o, escudarnos bajo el argumento grandioso y pseudo-racional, de que… “la humanidad es repugnante, y no merece otra oportunidad”, etc., apagar el cerebro, evitar buscar soluciones a todas esas experiencias destructivas, porque pensar en ellas provoca estrés, desasosiego, miedo.
Preferimos inconscientemente, no ver la realidad impidiéndonos – con ello- la posibilidad de aprehender el “cambio catastrófico”, y sobre todo, de darle vuelta, pensándolo bajo nuevos enfoques, construyendo alternativas creadoras. Sin limitarse -únicamente- a rumiar el pesimismo, alimentar las lógicas del odio, o justificar cínicamente el no-futuro que irresponsable –y, criminalmente- estaríamos legando a nuestros hijos, con nuestra pasividad y/o aquiescencia.
Nuestra subjetividad, parece marcada por una creciente tensión, profundamente antinómica, entre -por un lado- potentes tendencias regresivas de crueldad, racismo, nacionalismo, lógicas de odio, o bien, por el otro lado, con fundamentales intentos para-individual y colectivamente-, desarrollar una potente/persistente autorreflexión crítica, lo que exigiría superar la animadversión hacia aquellos sentidos sociales y compromisos políticos –básicos- necesarios para enfrentar tal “cambio catastrófico”.
Requerimos crear espacios societales (transicionales) para practicar- juntos- la elucidación, activando múltiples conexiones entre el propio ser y los otros, explorando lo no-pensado, reinterpretando las formas y contenidos de las estructuras profundas de la subjetividad, la sexualidad inconsciente, la alteridad, la diferencia, las pasiones y los deseos, tanto a nivel individual como social, pensando sus complejos y profundos vínculos con la política, y lo político.
Preguntémonos junto con Anthony Elliot: ¿cómo podríamos –urgentemente- impulsar el resurgimiento de la autorreflexión crítica, así como, de qué maneras podemos activar nuevas perspectivas, objetivos y ejercicios de la imaginación creadora?
La creación humana es impotente si la imaginación esta inhibida o reprimida. Para liberarnos de esas cadenas, necesitamos avanzar volviendo el conocimiento sobre sí mismo, examinando sus presupuestos, analizando las contradicciones que percibimos en el actual horizonte histórico, exacerbadas por el “cambio catastrófico” en curso, y cada vez más, decantadas en direcciones opuestas: barbarie o proceso explícito de auto-institución reflexiva, lúcida, y permanente de la sociedad que somos.
Es fundamental ir más allá de la concepción jurídica dominante, (re)elaborar los múltiples vínculos entre derechos humanos, luchas sociales y “cambio catastrófico”. Está en juego el futuro político de todos nosotros.