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viernes, 19 abril, 2024
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¿A dónde va Ricardo Monreal? (1)

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Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

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Les ofrezco la siguiente reflexión:

Ricardo Monreal fue timado por los valores de la amistad y, aún así, el natural de Plateros se embelesa al hablar de las virtudes de la lealtad. De vez en cuando descarga frases de resonancias místicas, donde se ufana de que el suyo es un espíritu abierto y que, se colige, la naturaleza de su energía lo lleva, pian pianito, por la ruta del encumbramiento.

O sea, él no tiene por qué mostrar hostilidad contra nadie. Todavía hoy, cuando se ha desvelado con mayor nitidez hacia dónde se orientan las insinuaciones caprichosas  del famoso Peje,  Monreal se asume pragmático y se sostiene únicamente en su experiencia como político callejero. No se inmuta ante la dureza de los golpes que le asestan los segundones del partido Morena.

Sereno, declara frente a los periodistas que su ruta está muy clara: él será el próximo jefe de Gobierno del DF.  No se inquieta por los movimientos pendencieros con que lo amagan, con frecuencia, sus competidores. Me refiero, obviamente, a Claudia Sheinbaum y al higadito Martí Batres.

Ricardo, acaso hipnotizado, o extasiado, parece insinuar que todo lo confía a la magnífica energía positiva con que lo premió el Creador. Manifiesta que no le quitan el sueño los rijosos que le tiran mala onda y que desean desplazarlo a como dé lugar; ofrece conferencias de prensa casi a diario, luce lozano y sonriente en las decenas de fotos aparecidas en los diarios, acude a las estaciones de radio, sale en la tele, es actor involuntario de memes  y caricaturas…

Qué va: Ricardo Monreal es un animal político que le sonríe a la vida.

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¿Quién puede ser un persuasivo limador de asperezas como él? Desde que llegó a la Delegación Cuauhtémoc pintó su raya: lo suyo es mantener una relación de respeto, de trabajo institucional. No habría que andar colgándose de la liana, si se advierte que es necesaria la armonía para buscar caminos y entendimientos.

Dedica los meses de su gestión a no plantar algo perdurable y de carácter estratégico para la Delegación, porque él, en sentido estricto, es un conciliador, experto en negociar y apagar el alboroto social con sus dotes seductoras. Es un político, no un administrador que reconstruye banquetas o recoge la basura.

Las semanas posteriores a su toma de posesión transcurrieron entre aviesos gestos de picardía, donde las denuncias, los fraudes, los robos, el dinero empaquetado que llegaba a las oficinas milagrosamente y por la gracia de Dios, sacudieron el sopor cotidiano de un sector de la Ciudad de México incapaz de generar una vida política interesante. Él pudo pensar que el servicio público delegacional bien podría ser, por ello mismo, elemento atractivo de propuestas, reflexión, análisis y debate.

Pero la Delegación Cuauhtémoc  sólo destaca por la calidad literaria de sus latrocinios y por su inserción frecuente en las páginas de la nota roja, por su conciencia de reconocerse como un escaparate, por ser flexible y mostrarse alegre sólo ante los que tienen dinero. Claro, también tiene, ay, sectores de una pobreza que ensombrece.

La Cuauhtémoc es un conglomerado aparatoso. Mucho ruido y grilla estridente, y poca sustancia de la vida ciudadana local. Si se exceptúan los actos políticos y culturales programados por las instituciones centrales del Gobierno de la Ciudad de México en los espacios públicos, quedarían sólo los reclamos descafeinados de quienes merodean con sus pancartas en torno a la Delegación.

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Los habitantes de la Cuauhtémoc aún desean saber de qué está hecho el puño izquierdo del señor Delegado. Todavía en aquellas semanas conflictivas del Corredor Chapultepec, cuando los desarrolladores inmobiliarios pretendían convertir una extensa avenida en un amplio sitio popof, halagüeño para extraer altas ganancias, muchos quedaron azorados por la actitud pusilánime de quien esperaban definiciones categóricas. “Yo no peleo con nadie”, respondía.

No ha sido claro a la hora de defender las joyas arquitectónicas catalogadas de la demarcación, no tiene posición clara frente a los inversionistas de la construcción más depredadores; no es enérgico para reprimir a los delincuentes que deanbulan con sus grapas y extorsiones en la vida nocturna. Eso sí: fue efectivo para ir sobre los “ocupas” y es  contundente para expulsar a los vendedores ambulantes.

Hoy la Delegación Cuauhtémoc, junto con la de Iztapalapa, es tierra idónea para la delincuencia organizada. Sin desestimar la obstrucción permanente, provocada por los miles de habitantes de paso, deja suponer que esta inmensa área se maneja por la inercia y que la acción del delegado resulta prescindible u honorífica. Para no dar la impresión de que carece de vocación constructiva, se concentra en emprender las obras acostumbradas, previamente anunciadas con profusión en los medios, para los comerciantes organizados y para los colonos más hastiados de su desatención.

La actividad de Monreal en los medios no tiene correspondencia con la intervención delegacional cotidiana, porque es su deseo convertirse en su propio propagandista. Es posible que en la profundidad de su conciencia esté convencido de que, como ya lo mostró en el estado de Zacatecas, es mejor rehuir la cosa misma y hacer nada. Es consejo de Dios que las canicas, como el gran universo, encuentren su destino y se muevan con su propia cadencia. Si lo que se pretende es llegar a la cumbre por la bondad del Divino, ¿para qué ir contra sus dictados?

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Es posible que, después de haber colaborado estrechamente con Andrés Manuel como coordinador general  en la campaña política de 2012, Ricardo haya advertido que su devoción pejista debería ser más conocida por todos, aunque no necesariamente apreciada. Esta visión brotaría como un regalo complementario de la providencia, para madurar su estrategia de alcanzar la jefatura de Gobierno del DF en el 2018.

En estos años, como senador o miembro de Morena, se rifó el tacuche en dos que tres jaleos para defender a su líder. Ricardo sabe colocar sus palabras y frases en el blanco justo, como un ponchador de tribuna y, generalmente, los contrincantes se retiran calladitos o muy desaliñados.

Haber coordinado la campaña del 2012 lo instaló en la posición estelar de las querencias del anciano dirigente y de no muchos miembros del partido Morena. A partir de ahí, Monreal comenzó a hablar con un tono diferente; su seguridad inquietaba a sus hipotéticos contrincantes, sobre todo con sus declaraciones a motu proprio, donde las cabezas dirigentes eran las últimas que se enteraban de sus planteamientos. Quizá hablaba con la energía de Dios incrustada en sus cuerdas vocales, distanciado del discurso político de los ideólogos más barrocos y alambicados, y por tanto inútiles, del Morena.

Ricardo Monreal es un personaje bizarro en una organización política construida, en sus primeras líneas, por universitarios o gente afín  a la intelectualidad de izquierda. Es suave, también rudo, un poco burdo a la hora de incursionar en definiciones más allá de la cultura de partido. Pero además, no pertenece a las tradiciones de clase media de los veteranos del 68, ni de la Generación X que participó en el CEU de los ochenta; no es invitado a las reuniones confidenciales de los covachuelos que mantienen relaciones invisibles para escalar dentro del partido.

Monreal todavía es un personaje considerado exógeno, marcado con la o del oportunismo en la frente, un priista que no ha sabido borrar sus orígenes políticos y, cosa importante, no viaja con la ideología y los principios por delante, porque carece de ello. Bah, ¿para qué tener ideología y principios, si la energía universal le marca con laser su camino? ■

 

Continuará.

 

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