La historia humana es la historia de la innovación. Desde el invento del fuego y el desarrollo de la agricultura hasta el Internet y la inteligencia artificial, el ser humano se ha caracterizado por un espíritu de curiosidad y creatividad que lo ha llevado a transformar su ambiente. En otras palabras, la innovación no es un concepto moderno, ni pertenece únicamente al ámbito empresarial, sino que es parte de la naturaleza humana.
En las ciencias tecnológicas y económicas, la innovación puede definirse como el proceso de encontrar soluciones novedosas a problemas conocidos y llevar éstas a la práctica. No se trata sólo de tener buenas ideas, sino también de conocer los mecanismos y procesos para hacerlas realidad. Debemos hacer hincapié en este punto: para que un producto o un proceso innovador tenga un impacto sólido y positivo en la sociedad, es necesario que sus beneficios sean tangibles para todos y en el mundo real. Ciertamente, la innovación y el desarrollo tecnológico es una estrategia coherente y efectiva para buscar soluciones óptimas a los desafíos actuales que enfrenta México.
En este sentido existe una relación natural entre innovación y desarrollo socioeconómico. El instituto Global Innovation Index (GII, Índice Global de Innovación) se encarga precisamente de estudiar este vínculo, y califica a los países de acuerdo a siete variables, dividas a su vez en dos grupos: lo que un país invierte en: 1) instituciones, 2) capital humano e investigación, 3) infraestructura, 4) solidez de mercado, 5) potencial empresarial; y lo que produce en cuanto a: 6) conocimiento y tecnología, y 7) productos creativos. El balance entre inversión y producción permite clasificar a los países más eficientes en términos de innovación.
Ocho de los diez primeros lugares están ocupados por países europeos, con excepción de Estados Unidos y el caso notable de Singapur, que gracias a sus políticas públicas de apoyo a la ciencia y tecnología ha logrado un importante crecimiento económico. Es algo obvio que no deja de ser una advertencia para nosotros: los países que más invierten en educación, investigación e infraestructura son los que generan más ciencia y productos tecnológicos, y esto se traduce en una mejor economía y una mejor calidad de vida.
Respecto a México, en el Índice Global de Innovación ocupa el lugar 61 de 128. No es casual que esta clasificación sea afín a su lugar en la economía mundial: de acuerdo al Fondo Monetario Internacional, México ocupa el lugar 65 en PIB per cápita (cuánta riqueza genera o posee cada individuo). Si queremos rectificar esta situación, además de adoptar políticas públicas de fomento a la educación e investigación, es vital fortalecer los lazos entre la ciencia y el ámbito empresarial, pues los conocimientos adquieren un mayor valor cuando la sociedad se beneficia de ellos. La conclusión lógica es muy clara: la inversión en ciencia, tecnología e innovación no es un lujo, ni una moda pasajera, sino un camino viable para el progreso socioeconómico de México. ■
*Vicepresidente Nacional de Innovación, Desarrollo,
Ciencia y Tecnología en Canacintra
*Presidente de Canacintra Delegación Zacatecas