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martes, 23 abril, 2024
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El fino pincel de la luz, un acercamiento a la vida y obra de la poeta Dolores Castro*

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Por: Francis Mestries Benquet • admin-zenda • Admin •

Ramón Antonio Armendáriz y Dolores Castro en Ciudad Juárez. Foto incluida en El fino pincel de la luz, p.  61.
Ramón Antonio Armendáriz y Dolores Castro en Ciudad Juárez. Foto incluida en El fino pincel de la luz, p. 61.
Dolores Castro Varela. Fotografía de Carlos Segura. 2009.
Dolores Castro Varela. Fotografía de Carlos Segura. 2009.

La Gualdra 251 / Libros

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Este es un hermoso libro que nos abre la puerta de la casa de Lolita para una velada en su compañía, entre sus seres queridos, como su nieto Javier Peñaloza quien le escribió un ensayo en él, sus fotos de niña, de muchacha, sola o con su familia, sus recuerdos, sus pensamientos sobre la poesía, la historia y la actualidad de su país, sobre la fe, la ética, el conocimiento y la educación, el amor y la muerte. Este tono íntimo de convivencia lo comparten varios de los ensayistas del libro, así que más que un libro académico serio y aburrido, es una tertulia cálida que logra penetrar en su trabajo de poeta por medio de comprender a este ser humano excepcional.

¿Por qué “El fino pincel de la luz? Porque es fino pincel de la escritura poética de Castro sabe que la luz está oculta en la oscuridad y que nace de ella, y que el don del poeta visionario es encontrarla y abrirle cauce en sus versos, para que de las tinieblas nazca la esperanza. Y la pluma de Dolores es tan fina como un rayo láser, pues es sutil, sencilla, mesurada pero certera y de profundos alcances como un escalpelo. Este libro es una celebración de ser Lolita, como lo es la poesía de Castro: una celebración de la vida.

El libro aborda su obra poética, narrativa y ensayística, y ofrece una rica iconografía de la vida de la poeta y de su ciudad adoptiva. Para empezar, escuchemos su voz en sus ensayos y entrevistas autobiográficos, una de los mayores aportes del libro:

En “Yo soy, ¿soy?”, nos habla del nacimiento de su aliento poético, en las primeras sensaciones de su niñez en Zacatecas, la omnipresencia del viento, cuyo canto, silbido o aullido va a moldear su ritmo y sus imágenes poéticas. El viento es ser vivo, un personaje de su infancia, y luego de su obra narrativa (La ciudad y el viento) y poética, a veces es ella misma metáfora del ser humano (Somos), o se encarna en pájaro, que es el aire libre personificado. Para Bachelard, es una alegoría de la libertad del hombre, del pensamiento vagabundo que nace del ser en movimiento, como la ensoñación del poeta, es una metáfora de la imaginación; pero es también un anhelo de superación espiritual del hombre, pues “sin una disciplina área, sin un aprendizaje de la ligereza, el psiquismo humano no puede evolucionar […] Fundar el porvenir exige siempre valores de vuelo: (‘El hombre…debe ser levantado para ser transformado’, decía el poeta romántico Jean Paul)”. El viento es también según muchas mitologías, el arquetipo del hálito cósmico, del espíritu celestial, la fuente de inspiración poética entre los druidas célticos, es el soplo de la maga Morgana o el silbido de la hechicera Melusina, sale de la boca de las sibilas. El viento rompe y corrompe pero también purifica, es el ánima de la tierra que ya no puede cantar sino aullar en Algo le duele al aire, penúltimo poemario de Dolores Castro.

También es en Zacatecas donde la poeta se enamora del lenguaje, escuchando hablar a los campesinos, con su lengua florida, en el rancho de sus abuelos; esta lengua llena de imágenes es el terruño de donde brotará fertilizada su voz poética, que rescata muchos dichos y costumbres de la provincia, como lo resalta Guadalupe Dávalos, en su ensayo, “El fino pincel de la luz”, uno de los mayores méritos de la obra de Dolores es que “rescata el patrimonio intangible de la provincia”. En este sentido, encuentra muchos vasos comunicantes entre Dolores Castro y López Velarde, que fue “una lluvia benéfica” para ella. sus formas de hablar de la patria desde la cotidianidad, lo íntimo, la infancia, o el dolor como golpes que cimbran el cuerpo y el alma; para ambos la provincia es un paraíso perdido, un edén subvertido, que buscan recobrar mediante la poesía.

En otro ensayo de Lolita incluido en el libro, “Tienen alas, las palabras”, ella refrenda su amor por las palabras; como si fueran seres vivos: “son libres y canoras como los pájaros, tienen carga emocional, de género, son islas ignotas descubiertas, son revelaciones”. Las palabras le dan alas al poeta, como lectora puede explorar mundos remotos, penas y alegrías de otros hombres, y como creadora les da alas a las palabras.

Es lo que recalca Javier Peñaloza en su ensayo “Dolores Castro, la poesía que se es”. Para Dolores las palabras son símbolos vivos, de carne y hueso; y son vivas porque los poetas, entre otros les insuflan vida, nuevos sentidos, nuevos ritmos y sonoridades. Raúl Tapia, en su texto “Y sin embargo crecer…”, confiesa: “Ella me impulsó a tratar las palabras como si tuvieran carne y espíritu”.

En este tenor, Dolores Castro, en el otro ensayo incluido, “La poesía hoy”, critica la tendencia de la poesía actual que roza la incomunicabilidad por exceso del barroquismo retórico de imágenes y contorsiones sintácticas, que ya no transmiten la emoción del canto. La poesía debe ofrecer la posibilidad de soñar, de imaginar, de comprender el mundo y la vida desde el amor y la palabra a su servicio.

El otro componente de la poética de Castro es la experiencia vivida, pues para ella la vida es fuente de la que abreva su poesía, y la poesía es su manera de vivir, en sus relaciones con los demás, su mirada amorosa y reflexiva hacia ellos: no hace poesía, encarna la poesía, es emblemática de “la poesía que se es”, como dice su nieto y poeta favorito Javier Peñaloza. Su poesía se nutre de su vida personal y la vida de su país. Ha sido testigo y crítica de sus circunstancias durante toda su vida de casi un siglo. Para Javier Peñaloza, Dolores tiene una capacidad de amor inmensa, por esto es sensible a las tragedias pasadas y actuales, como en Algo le duele al aire, donde desfilan los personajes de la danza macabra de la violencia que azota al país. En efecto, el poeta tiene la facultad de soñar, de imaginar, pero sin perder el sentido de la realidad, los pies sobre la tierra, nos dice en su entrevista por Ma. Teresa Velázquez: “Una presencia de luz: Dolores Castro”.

El poeta es un ser inconforme con el estado de cosas existente, porque la poesía le ayuda a vislumbrar otro mundo más justo y pacífico. Según Ramón Antonio Armendáriz, en su trabajo del libro “La poesía como conocimiento: un acercamiento a la poesía de Dolores Castro”, la visión del mundo de nuestra poeta es la visión de un “mundo no conformado” que se nos presenta como dado y nos enclaustra con sus injusticias y su carga de alineación, del que Castro busca liberarse para hallar su verdadero ser; esto lo evidencia por medio de metáforas concretas, no lo explica. Este anhelo lo adquiere de su fe, de su religiosidad, que abriga siempre como un componente de utopía. Pero su revuelta abreva también del romanticismo y de su afán por reencarnar el mundo. En Dolores esta inquietud se resuelve mediante una transformación individual que haga del amor la clave de la relación con los demás; así, el cambio social pasa por el cambio individual y éste por la educación, pero una educación vivencial: se trata de una visión del progreso compartida por su generación, que se deriva de la ideología de la Revolución Mexicana. Lolita no sólo lo piensa y lo dice, sino que lo hace: como su amiga Rosario Castellanos, fue maestra. Siguiendo a Ramón Antonio Armendáriz, el cambio social también lo realizó Dolores al “romper estereotipos femeninos”, abriendo brecha a la literatura de mujeres, y llevando paralelamente su hazaña de ser maestra locutora, madre de siete hijos-viuda, y escritora.

Donde este papel testimonial y crítico de la autora se palpa más nítidamente es en su novela La ciudad y el viento, que es, en palabras de Manuel Andrade en su ensayo “Algunas notas sobre La ciudad y el viento”, una novela realista y de denuncia social que retrata los rescoldos del conflicto cristero en Zacatecas. Es un agudo análisis psicológico de los personajes, que destruye el mito de una sociedad cohesionada, semi-pastoral, idílica; y pinta una sociedad en ruinas, explorando el imaginario social y la configuración pública e íntima del poder. Devela el fenómeno de la violencia como una enfermedad no sólo del poder (Estado), sino también de la sociedad ciega, aterrada, fanática, que por medio de las mujeres católicas, acaba matando a un inocente, como ocurre a menudo en los linchamientos actuales. Disecciona la mentalidad de las mujeres que, al contrario de los hombres, se muestran enérgicas y firmes a pesar de su rol sometido en la familia y en el espacio público, se vengan desde el espacio eclesiástico contra un inocente: es una inversión del régimen patriarcal “que perdió la brújula” (M. Andrade). Denuncia no sólo a un estado criminal, sino a una sociedad parroquial, hipócrita y mocha, regida por moralinas, chismes y rumores.

En un juego de oposiciones, una dialéctica de antinomias, la autora construye el drama que culmina en tragedia y termina igualando dicotomías, descubriendo el sin sentido de la oposiciones ideológicas y de las violencias encontradas. Aquí el viento adquiere una dimensión siniestra: “violencia hoguera individuos combustibles, pasiones que alimentan el viento que atiza la hoguera”.

Del mismo libro, Gerardo del Río, por su parte, valora la mirada de la niña sobre una ciudad devastada y sus interrogantes. ¿Por qué? ¿Cómo?, y la mujer madura que decantó sus emociones primarias para intentar dar a una respuesta a esa niña que fue. Pero permanece un ámbito opresivo, angustiante, que ella resintió de niña, ambiente que tensa la trama de la novela y la lleva a su epílogo final dictado por un destino que parece salido de una tragedia griega.

A pesar de las apariencias, sería una novela feminista originaria, pues describe el “empoderamiento” de las mujeres en las sacristías (donde los sacerdotes son débiles o ausentes); mujeres que retoman el deber del honor abandonado por sus hombres para ejercer una vendetta contra un inocente. Políticamente no ha perdido nada de su vigencia pues las víctimas inocentes de la novela podrían ser los estudiantes asesinados y desaparecidos de Ayotzinapa o las víctimas de “daños colaterales”.

En una entrevista que le hace Ma. Teresa Velázquez, Dolores Castro denuncia la situación actual del país, donde impera el desgobierno, con una violencia con muchos rostros al grado que uno no sabe si es el gobierno o el narco quien secuestra y mata. Según ella, esto es el resultado de un frenesí por el dinero en la sociedad, una fiebre por el dinero en la sociedad, y por el poder, pues el dinero otorga poder, y da permiso matar. La violencia es síntoma de una crisis general, económica, política, social, religiosa y global. La raíz del problema está en la educación, que ya no es humanista, sino “mecánica”, basada en imágenes y no en letras y signos; las imágenes no hacen pensar, y los gadgets de la tecnología moderna como los Smartphone, las tablets, hacen que los niños sólo quieran usarlos y pierdan la costumbre de la atención, la concentración, la contemplación; hoy rige el imperio de la prisa. Otro problema es el vacío, el aburrimiento, que hace que la gente busque más sexo, más violencia en los espectáculos y en su vida. Una raíz del problema es el debilitamiento de la familia, que se ha distendido o disuelto, pues los padres están trabajando, y dejan los niños solos, en la calle, en la escuela, donde son vulnerables ante la violencia. La falta de salud es también un lastre, porque el uso de las drogas es un problema de salud, no de represión y menos de “guerra”.

Sin embargo, Dolores Castro no quiere perder la esperanza de que el país se enderece; puede perder la fe a veces, pero no la esperanza; vive y disfruta el presente a sus 93 años, porque el presente, si uno lo vive bien, es el futuro con esperanza. Porque cree que el ser humano es capaz de comprender que su origen, y el de todas las cosas, es el amor, y entiende que vivir en comunidad, en paz, es gratificante. “El género humano tiene que surgir desde sus cenizas”.

En El Fino pincel de la luz, se analiza la poética de Dolores Castro:

Corazón transfigurado: la reflexión ontológica sobre el ser, la infancia, la vida, al amor, la muerte, tiene acentos trágicos por la conciencia de la perdida, la finitud del hombre, y busca respuestas en el amor como experiencia vital que va más allá de la muerte, pues aún siendo efímero como el inútil vuelo de la paloma, es remolino de fuego, como una estrella que no le basta la eternidad para brillar.

Siete poemas, se identifica con la tierra nutricia aunque árida, va a dar a luz a la nueva vida, en un reto a la muerte.

La tierra está sonando: poemas descarnados, duros, que retoman los temas de El corazón transfigurado; la poeta se pregunta. ¿Vivir es crecer para la muerte? Sí, es doblarse, doblarse bajo el dolor, y sin embargo, crecer. La muerte es liberar el alma persistente que crecerá como el cabello.

Cantares de vela: himno a la vida, su energía la penetra y abre las fronteras de su yo para fundirse con la naturaleza. Poemas de amor al esposo y al hijo. En el poema “Destino” hace una reflexión sobre el desgaste del tiempo de la vida humana, pero de este remoler de los días escapa una chispa, un fuego que lo contiene todo a uno, ¿la poesía?

Soles: poemas testimonios, amargos e irónicos, sobre los movimientos sociales y las represiones de los años 60 y 70´s. Todo se vuelve tinieblas, fondo del pozo; ella misma dice: “Noche cerrada soy”. El hombre no es un ser elegido por Dios para concluir su obra en la tierra, es un accidente: el equilibrio de una garza en el viento, somos el viento.

Aquí la poeta nos da la clave de su escritura poética en “Mudos ante el árido paisaje”: sus palabras son rumiantes, nacidas del silencio y de la contemplación, y masticadas una y otra vez, para decantarlas, depurarlas y que sean más exactas y más condensadas, para dar una poesía sobria, con gran economía de palabras pero con gran fuerza expresiva.

En “No es el amor el vuelo”, Dolores Castro alcanza el clasicismo al hablar del amor como el vuelo, la ligereza del ser, la libertad, y a la vez lo firme, la roca donde construir un destino.

“Qué es lo vivido”, es un grito de rebeldía ante el sinsentido de la vida, de la vida moderna llena de máquinas, y de hombres de una muchedumbre anónima que acaban siendo ellos también engranajes, que olvidaron el sabor del amor. La vida es un fuego que se extingue y sólo deja cenizas.

 

*El fino pincel de la luz, un acercamiento a la vida y obra de la poeta Dolores Castro. Coordinadora: Ma. Guadalupe Dávalos Macías. Secretaría de Cultura-Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde-Ediciones del lirio, México, 2016.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-251

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