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sábado, 20 abril, 2024
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Disciplina priísta, lealtad con Miguel

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Por: GABRIEL CONTRERAS VELÁZQUEZ • admin-zenda • Admin •

Resulta irónica la diáspora priísta hacia la guerra de acusaciones en el último tramo de las campañas electorales. Y aunque desconcertante -para quien escribe- retrata nítidamente las condiciones con las que construyeron la campaña alrededor de Alejandro Tello.

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Pareciera que el candidato del Revolucionario Institucional habría decidido embarcarse en una contienda electoral con los víveres suficientes para una travesía en aguas tranquilas. Tan tranquilas que en sus primeros spots el candidato se dedicó a hablar de él y de su familia.

Los estrategas, representantes, legisladores y dirigentes del PRI hicieron a un lado la realidad: el desgaste que acarrean en la figura del presidente Peña Nieto, las reformas estructurales y el muy cuestionado sexenio de Miguel Alonso Reyes, especialmente en materia de corrupción.

Se dedicaron a lanzar propuestas a partir de contratos (un ofrecimiento muy desgastado en marketing) y menospreciaron el contexto político, económico y social que conocieron en sus recorridos alrededor del estado.

Morena aprovechó entonces ese espacio para posicionar laxamente su discurso en la realidad política del ciudadano: creciente inconformidad y el rechazo hacia la simbología priísta, y el voto de castigo fluyó con naturalidad hacia su cauce.

El dato irrefutable lo dio a conocer ayer El Universal en su encuesta sobre preferencias electorales en Zacatecas: hay apenas una diferencia del 5.3% entre Alejandro Tello y David Monreal, cuando en abril pasado esa misma distancia era tres veces mayor, 17.3 puntos.

Días antes, el diario Excelsior adelantaba información semejante que confirmó que durante las campañas electorales Tello no sólo no subió, sino que además permitió que su contrincante inmediato aventajara lo suficiente para entrar a un terreno de resultados electorales donde el margen de error puede darle el triunfo a cualquiera de los dos.

Y ahí estuvieron los partidos coaligados para celebrar el adelantado triunfo del priista, cuando en realidad lo que informaba la encuesta era el aletargado trabajo de campaña en los dos últimos meses, mismo que los tiene ahora vinculados con el mercadólogo Aleix Sanmartin, publicitando el paralelo narcopolítica-familia Monreal.

Aquí adelantamos el pasado 26 de abril (El PRI no marcha bien) que la tensa calma al interior del partido en el gobierno nacía en su eslabón suelto: Miguel Alonso Reyes. Quejas por falta de recursos para operación y un escenario de inconformidad ciudadana al recorrer las calles tenían como destinatario único al aún mandatario estatal.

Pero en el código ético y moral de la partidocracia la autocrítica es de dientes para afuera, y con encomiable invitación a mantenerse en el espectro de lo políticamente correcto.

Es el caso ahora del PRI de Zacatecas. Tello prefirió la “sana cercanía” antes que la “sana distancia”. El candidato sabe y reconoce los lastres de quien puede ser su antecesor, pero prefiere remarcar que en este gobierno hubo aciertos desde dónde consolidar lo actuado por su entrañable amigo. Mientras que para abordar los negativos se aleja de la operación para mostrar sus “manos limpias” ante las cámaras, y asegura (como cualquier otro puede asegurar) que en su gobierno no habrá diezmo, peseta, y usufructo privado de los bienes públicos.

Todo ello resulta muy cómodo a la hora de enfrentar las razones por las cuales ha dejado de crecer electoralmente (inconformidad, hartazgo y continuismo) pero poco atractivo.

Es el costo de asumir la disciplina priista. Las rupturas son muy caras y estigmatizan. Alejandro mucho menos ha mostrado voluntad o interés para impulsar un rompimiento con el pasado inmediato.

No así en los demás partidos de oposición. Para rupturas no tuvimos mejor ejemplo que el que ofreció la Coalición PAN-PRD. Aún hoy los desplazamientos de militantes de ambos partidos hacia los punteros electorales son moneda constante y sonante, y pese a ello el candidato podría lograr un honroso tercer lugar en la contienda con una campaña de apenas un mes, saldo de la judicialización de la elección interna.

En el caso de Morena el rompimiento fue su razón de origen. El éxodo de perredistas, y uno que otro priista, construyeron la estructura electoral de López Obrador. Dicen ser los verdaderos reformadores y han patentado de facto el discurso antipriísta/PRIGobierno en su partido.

Para el ciudadano de a pie esa retórica simple pero estridente permite identificar su rechazo a “la política de siempre”, aunque en el ejercicio de poder la soberanía que propone López Obrador es completamente vertical cuando se pone en marcha. Aunque, sinceramente, al votante eso ni le va ni le viene.

El PRI ha respondido con denuncias contra Morena como parte de su propaganda electoral. Con ello no atinan a modificar la percepción ciudadana de ser el partido que personifica la corrupción. De paso le regalan -junto con el ex presidente Felipe Calderón- reflectores nacionales a su némesis.

Entre líneas el tricolor dejó en claro, además, que no habrá triunfo aplastante ni seguro. ■

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