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jueves, 28 marzo, 2024
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Notas al margen

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 247 / Notas al margen

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El sentido como dirección

(otro experimento imaginativo)

Nicanor Parra escribió que su poesía podía perfectamente no conducir a ninguna parte. Vamos a comenzar por ahí. Pensemos en la literatura como en algo que se mueve, es decir, según las leyes de la mecánica clásica, en algo que tiene dirección y velocidad. Imaginemos por ahora que los objetos abstractos (el discurso literario) responden a las mismas leyes que los objetos concretos. De ser así podríamos entender la literatura como un objeto en movimiento, y la dirección de la misma sería (aprovechándonos del término) el sentido, hacia dónde se dirige ese objeto-discurso. La velocidad con que se mueve tendría que ver con la fuerza aplicada que se utilizó para cambiar el objeto de su estado de reposo a su estado de movimiento. Llamemos lectura a esta fuerza. La lectura como una forma de energía que se aplica sobre el objeto literario concreto (el texto) para provocar que éste se mueva, y con ello adquiera dirección-sentido, y cierta velocidad.

Pudiéramos seguir por este camino y hacer crecer la analogía. La mecánica como teoría puede servirnos para entender la literatura desde otra perspectiva, anexándola al mundo “real” y concreto podemos analizarla como un objeto más sensible y perceptible físicamente, incluso podríamos sacudirle un poco todo ese polvo místico del que la han cubierto los siglos. A esta analogía, decía, podríamos ampliarla, y agregar también el término de aceleración, el de masa, el de peso y quizás incluir el tiempo y la distancia, pero aunque sería posible, en esta nota me ceñiré a la dirección.

Para continuar nuestra disertación también será necesario que entendamos la lectura (esa fuerza) como un acto creativo, una energía generadora, activa y no pasiva. Pensándolo así tendríamos que concebir la escritura como una forma de lectura. Quien escribe está leyendo, decodificando sus propios pensamientos, traduciendo ideas abstractas a una lengua concreta con la finalidad de comunicar. El leer como fuerza que genera movimiento e imprime sentido. Quien lee escribe y quien escribe está leyendo.

Parra, que además de ser poeta es maestro de física, nos regala la frase con la que empecé este texto: sí, la literatura no tiene por qué conducir a ningún sitio. El discurso literario, si bien tiene movimiento y dirección, no tiene principio ni final, solo sentido, y el mismo está mayormente dado a través de la lectura. Cada lector aplica su energía para generar el movimiento y dirigir el objeto leído. Siendo estrictos el discurso no se mueve hacia un punto determinado del espacio discursivo, sino que simplemente se mueve, y es ese movimiento el que lo vitaliza y le da un sentido.

El sentido no es sólo dirección, sino también significado. Cuando golpeamos una pelota ésta adquiere una dirección y una velocidad, la dirección que le damos puede o no ser consciente. En el caso de las bolas de billar, por ejemplo, comúnmente lo es y responde a la finalidad de ganar el juego. Se le imprime un significado, un valor dado por un sujeto consciente[1]. Lo mismo pasa con el objeto literario. Cuando generamos el movimiento estamos imprimiendo una energía que, si es consciente, también genera una dirección que significa, es decir: que da sentido a lo leído.

El discurso literario como objeto autónomo y ajeno al sujeto genera un sentido propio que, a pesar de todo, está supeditado al sujeto consciente que le imprimió el movimiento. Yo leo y creo movimiento discursivo. Yo leo y creo significado. Yo leo y creo dirección y sentido. Con la lectura dirijo todos los signos (inmóviles, pasivos) del texto hacia una dirección concreta que, si bien es indeterminada, se rige por la batuta del lector. Cuando nos preguntan: ¿cuál es el sentido del texto que acabamos de leer?, o en lenguaje llano: ¿qué entendiste? Nuestra respuesta será consecuencia de un fenómeno físico (leer) por medio del cual generamos que un objeto (texto) adquiriera movimiento y conscientemente sentido, dirección.

Por otro lado, retomando lo que aseguraba más arriba: el discurso literario no tiene ni principio ni final. Así como los objetos en reposo guardan una energía potencial y mantienen un movimiento relativo en función al movimiento del Universo y sus observadores, el objeto texto guarda la misma relación con el Discurso Literario Universal; es decir: siempre se mantiene en movimiento y jamás se detiene. El texto no para realmente su movimiento discursivo, al igual que la energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, así el texto pasa del papel a la mente y del objeto concreto a la abstracción ideal para luego salir de nuevo, con un sentido renovado, hacia otro texto concreto. Así se recrea la lectura y la energía fluye sin origen ni destino fijo.

Cuando leemos o escribimos asistimos a un fenómeno que puede explicarse de diferentes maneras. Ésta, echando mano de una analogía con la física, nos permite acercar dos disciplinas que parecieran muy distintas pero que no lo son tanto. En la literatura hay mucho de física (todo realmente) y en la física hay mucho de literario. Una poética de la realidad, eso pudiera ser el discurso físico.

[1] A pesar de que los fenómenos físicos pueden suceder independientemente de los sujetos conscientes (observadores). La física también nos ha enseñado que el papel del observador juega un papel clave en la percepción del fenómeno. No negamos que existe el suceso sin el hombre, pero lo importante para nosotros (los sujetos) es percibir el suceso, pues si no se percibe no existe en nuestra realidad. También recomiendo ver las respuestas que da Roman Ingarden sobre la pregunta de si la obra de arte literaria puede ser un objeto ónticamente autónomo. En Ingarden, Roman, La obra de arte literaria, Taurus, México, 1998.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-247

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