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viernes, 29 marzo, 2024
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“Usted díganos: ¿Ahora a quién hay que apoyar?”

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Por: SIMITRIO QUEZADA • admin-zenda • Admin •

El canto del Fénix

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Cicerón escribió que la historia es la maestra de la vida. Y la realidad en la que estamos inmersos ahora parece más elocuente que lo planteado por el orador nacido en Arpino. Veámonos en el espejo comunitario: mañosos, convenencieros, pero siempre idealistas, muchos zacatecanos continuamos siendo tlatoaneros, caciqueros, caudilleros. El primer adjetivo deriva de tlatoani, sacerdote. El segundo, de cacique, señor, gobernante. El tercero es el más ilustrativo dentro del contexto que ahora expongo: caudillo viene del latino “cauda”, la cola. El caudillo las puede todas porque nos inspira a seguirlo. Es líder al que da gusto obedecer, no un simple dirigente al que tienes que obedecer. Es el moderno flautista de Hamelín.

Que no nos pregunten qué nos parece ese caudillo, además, porque tendemos a idealizarlo. Mucho se ha hablado hasta el momento (igual que hace seis años, y que hace doce y dieciocho y veinticuatro…) sobre cómo debe ser el próximo gobernante de Zacatecas: honesto, líder, sencillo, trabajador, visionario, capaz. El nuevo Tata Pachito, el estereotipo del papá magnificado. El ideal es tan potente que nos lleva a desear perfiles que, honestamente, van desde Nelson Mandela o Francisco de Asís hasta Supermán, Kennedy o Barack Obama. Queremos que el próximo gobernante sea un nuevo Benito Juárez e incluso lo que Colosio iba a ser pero no le permitieron al segarle la vida. Después adoptamos de entre los candidatos al “nuestro” y tratamos de encajarlo en esos parámetros.

Nosotros los “juanes pueblo” somos coleros. Nos gusta acercarnos a la bola, nos vemos tentados a engrosar la cola que sigue al caudillo, queremos ser parte de algo grande, parte del triunfo; queremos ser parte de la nueva toma de Zacatecas… siempre y cuando nos aseguren que nuestro gallo será el mero mero del gallinero.

En efecto, lo peor que puede sucedernos (perfecciono: lo peor que puede definirnos) es ese minidiálogo entre el que ya está viendo la competencia y el que acaba de llegar: “¿A cuál le vas? –Pues al que va ganando”. Por eso el truco de las encuestas: voten por el que va punteando, ¿a poco estás entre los admiradores del perdedor?, no desperdicies tu voto.

Vivimos en la sociedad en la que, al final del partido en el que jugó la selección nacional, decimos: “Ganamos, somos unos fregones” o “Perdieron, son ustedes unos p… tarados”. ¿Para qué apoyar a los que no levantan? Vivimos en la sociedad, lo juro, en que a un empresario adinerado le ofrecen una candidatura y lo primero que espeta es: “¿Y me aseguran que sí voy a ganar? Si no, para mejor ni entrarle”.

Vivimos en la sociedad (y me refiero no sólo a las concentraciones urbanas) en las que el caudillismo es tan fuerte que, cuando llega a cualquier comunidad el operador político, el profesor, el doctor, el dirigente, el delegado… lo primero que dicen los locales es: “Usted díganos: ¿Ahora a quién hay que apoyar?”.

Parece que continuamos siendo esclavos de nuestros males por nos creados: nuestra indolencia, nuestra desidia, nuestro interés inmediato e ínfimo. Damos la impresión de ser permanentes agachones por nuestro gusto: esclavos de nuestra hipocresía, nuestra pequeñez, nuestra miseria material e interna. Nos vendemos por el plato de lentejas o, peor aun, por la abulia, la carencia de valor para tomar nuestras propias decisiones. Permitimos que otros decidan por nosotros en función de sus intereses y no los nuestros.

La serpiente que se muerde la cola tiene los colmillos hincados en el mismo punto: donde convergen el desencanto por el que se va y la idealización por el que viene. Vuelta a la vuelta, volvemos a empezar, al grado de que este artículo podría publicarse en el contexto de la siguiente campaña para renovar gobernador.

Pero por culpa compartida, que conste. ■

 

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