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jueves, 18 abril, 2024
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¿Feria de vanidades? – ¡No!

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Por: RENÉ LARA RAMOS • admin-zenda • Admin •

Las actuales elecciones ya muestran y van a mostrar de todo, como si fueran una costosa feria de vanidades. Aunque sin mostrar al público novedad alguna todavía, apenas, si acaso, las chequeras flacas o abultadas, institucionales o no, con que cada candidato cuenta para entrarle, como inversión, a un “negocio” electoral del que se espera sea más, mucho más redituable y superior a lo invertido. ¿En dónde está la obra política continua, constante, a realizar entre elección y elección, cómo decidirla, cómo seguirla? ¿Es asunto nada más del Ejecutivo? Por supuesto, por y para eso se celebran concursos. Con todo, ¿dónde quedó la cercanía con las instancias ejecutivas o las comunitarias, regionales, municipales o estatales para coadyuvar a inventar con la gente, formas consistentes de resolver los problemas que con recurrencia diaria o estacional enfrentan? Antes, en lugar de propiciar construir infraestructura, la respuesta fue repartir despensas, bajo la idea de que la carencia más inmediata de la gente era el hambre y con ellas se contribuía a paliar la necesidad de alimento, aun sin resolver. Además, “por o para ello”, ya hay instituciones encargadas de eso, a lo largo de los diferentes períodos institucionales, según fuese el organismo “distribuidor”, municipal, estatal o federal.

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Hoy, eso no es novedad, sino ordinario. En los albores de la Escuela de Economía, repartir despensas por el gobierno era una forma institucional de apoyo a la economía popular y eso reducía la solución de los problemas económicos a que la gente tuviera algo para comer, fueran tiempos electorales o no. Para el reparto se ubicaban, zonas con problemas o conflictos, con consecuencias sobre las personas, su hambre o edad. Si las despensas precedieron a los desayunos escolares, no es relevante, sino saber que estos se crearon básicamente para reforzar la alimentación y poder aprovechar después los talentos que afloraban en la escuela. Como sea, el Estado y la sociedad misma, así seleccionaban, a la larga, ¿para fortalecer y reproducir su carácter clasista? Como si esa singularidad de excelencia exorcizara, ahuyentara y diluyera, una lucha de clases a la que institucionalmente se explotaba con una periodicidad institucional, ligada a la necesidad de reproducir un Estado (y sus clases sociales) mediante la entrega (selectiva) de apoyos inmediatos, que mediatizaba a la sociedad y la reproducía como una arena de lucha social y política, controlada institucionalmente, cuya “revolución” o revolucionarismo consistía en llegar o sostenerse siempre en el mismo lugar: el poder institucional y hasta con independencia de la ideología política repartidora, de izquierda, centro o derecha. Tal permanencia ¿o reproducción? parecía no afectar ni importar a un sistema económico, político, social y cultural que de cualquier modo al final, se reproduce y reproduce a la sociedad, como si la lucha de clases fuera una máquina banal o la banalidad una lucha de clases que para contenerla o administrarla lo importante era (y es) ejercer el poder. El del sistema político “local”, porque el ejercicio y control del sistema político y económico, a un nivel más amplio, en la larga actualidad  de México y Zacatecas, ni siquiera se tiene o se tenía en forma efectiva, a nivel nacional, regional, estatal, municipal, ni comunitario.

Lo anterior es divagar con elementos que quisieran provocar reflexionar un  momento sobre el fenómeno denominado “monrealismo”, ejemplo que pareciera querer tener, sobre sí mismo, una marca más dinástica que democrática. Como si para el despunte y repunte de la democracia en Zacatecas bastara al “monrealismo” ejercer su poder y derramar su dinero, o exhibir su colusión con tales elementos, formas de comunicación “popular”, lo suficiente significativas en estas elecciones, para “hacerse” del Poder del Estado de Zacatecas por “otros” seis años, lo cual pareciera irrelevante, cuando se supone operan los Monreal, ¿con base en dinámicas (políticas) que parecieran dinásticas o prácticas cortesanas de tiempos idos? Según los medios, eso se advierte en gente que inició a llegar el año pasado o aquí estaba, lista para operar políticamente y ya opera, con un trasfondo local que lo hace posible.

O bien, ¿cuándo se fue el estilo monrealista de gobernar o ser, de la mente de la gente, sin estar Ricardo aquí? ¿Permanece en su imaginario, su figura de gobernante o no, con más fuerza que la de Amalia o la del actual gobernador Miguel Alonso? En el ámbito imaginario, ¿cómo se va a transitar de esto, con qué y a la figura de quién: a la de Alejandro, a la de David, a la de Enrique, por decir nombres? Asunto interesante, problemático, más inasible que asible, real y en marcha, aunque no se quiera ni los zacatecanos seamos del todo conscientes de ello. Con la publicidad basta para darse cuenta: la transición simbólica está en marcha y una lucha de signos o símbolos, con múltiples significaciones, no todas prodemocráticas, pero con posibilidad y fuerza (o la debilidad) de cada quien para convocar y significar a sus fantasmas. Queramos o no, esta improbable elaboración fantástica y accidentada ruta, culminan con la emisión del voto, a lo que debería seguir la vigilancia constante sobre el elegido para procurar que no se aparten de la democracia (y la justicia) en su gestión, ni él, ni su equipo. ■

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