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jueves, 28 marzo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Un paliativo de alguna eficacia contra la oleada delictiva padecida por distintos países de la América Latina durante las últimas décadas ha sido la habilitación de espacios recreativos destinados a jóvenes de modesta condición, donde actividades deportivas diversas consumen sus excedentes de energía alejándolos así tanto del alcohol como las drogas y las compañías indeseables; facilitándoles por tanto sortear los múltiples obstáculos que encuentran de ordinario en la consecución de una formación o un empleo.

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Tal política ha dado resultados lo mismo en Cali que en Ciudad Juárez, por lo que no resulta extraño que si bien tímidamente se intente su adopción en nuestro entorno inmediato, lo que resultaría plausible de no ser por el incumplimiento sistemático por nuestros gobiernos de su deber más elemental: el de proporcionar condiciones mínimas de seguridad a sus ciudadanos.

Así las cosas, instalaciones deportivas como las arriba referidas se han tornado centros de reclutamiento forzoso para los grupos criminales, que los centenares de elementos armados hasta los dientes y transportados en un impresionante parque vehicular para supuestamente combatirlos no obstante, actúan abiertamente en el estado.

Las respuestas dadas por las autoridades a quienes se atreven a denunciar suelen ser dignas de figurar en una antología del humor negro, involuntario; verbigracia que antes de la intervención de cualquier autoridad es necesario declaren mínimamente tres testigos.

Pero no sólo, habrá que reconocerlo, nuestros democráticos criminales diezman a los más pobres, sino también algunos pudientes, así sea a escala regional, como es el caso reciente de una familia de destiladores y políticos asentada, antes de ocurrir su desbandada, en un municipio del suroeste del estado.

En casos como éste (según versiones de  allegados a víctimas presumiblemente sin contacto entre sí) intentan, los representantes de la ley, disuadir a los familiares de denunciar; pues –aducen- se encuentran las policías y la procuraduría misma infiltradas por las bandas delictivas.

Las cosas así no resta sino, parafraseando aquellos viejos sobrevivientes zapatistas, exclamar: Calderón y Amalia viven, la guerra (ahora ya sabemos contra quien) sigue.■

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