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viernes, 19 abril, 2024
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Notas al margen. Caminar

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 242 / Notas al margen

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“La mente es su propio lugar”, dice William Hazlitt, y aunque al final de su magnífica disertación sobre dar un paseo, yo prefiero empezar con esa frase. Apenas hace un par de días leía un libro de Alfonso Reyes, notas que realizó sobre sus lecturas de Einstein y las teorías de la relatividad especial y general. En ellas el intelectual regiomontano recuerda a Poincaré cuando dice que el espacio es una mera abstracción verbal incorporada a la mente por el hábito. Hoy podemos decir que estamos en esta plaza y que mañana estaremos aquí mismo. No hay nada más falso. ¡Nos movemos constantemente!, el planeta que habitamos está en constante movimiento, al igual que el universo todo. Entonces, qué es el espacio y qué estar en un sitio. Hazlitt lo respondió un siglo antes de que Reyes y Poincaré lo escribieran, sí: “La mente es su propio lugar”.

El espacio-tiempo que continua e inevitablemente recorremos no es más que la percepción desde la cual vemos el mundo. La mente es nuestro observatorio del universo. Para Einstein el observador es la clave, sin él no habría podido resolver el problema que se le presentó a Michelson y Morley. ¿Cuál es la velocidad de las ondas de luz?, ¿existe el éter? Sin embargo, el físico despeinado puso a jugar también a la velocidad, no sólo de la luz y de los objetos, sino del observador: siempre en constante movimiento. Para la física clásica las dimensiones son relaciones entre los objetos, para Einstein esta misma función es relativa y función de la velocidad del observador (Reyes).

El mundo es real, no podemos dudarlo, estamos en él y establecemos relaciones vitales con él. Pero lo que vemos del mundo, lo que realmente nos pertenece de nuestro entorno es el mundo que construimos dentro de nosotros mismos como una estructura formal que nos permite habitar el otro: el real, y al mismo tiempo hacernos habitables internamente. Somos observadores (esto incluye a los ciegos) en constante movimiento; y sin embargo, gracias a que todo a nuestro alrededor también se mueve, podemos concebirnos como quietos, como permanentes.

Por eso caminar es una especie de movimiento sobre movimiento, un desplazarse sobre lo que nos desplaza. Volviendo a Hazlitt, en su ensayo Dar un paseo, el crítico inglés hace una apología de la caminata como una forma de reconocer y re-conocerse en el mundo. Claro, un amante de los libros no puede verlo de otra forma: una lectura de la naturaleza, dice él. Pero si de lo que se trata es de moverse para ir más rápido que la tierra que también se mueve, ¿por qué no lo hacemos en automóvil? Esto también tiene su “magia”, aunque debamos dejar el viaje en auto para próximas notas, pues caminar además de ser más natural, también es más ejemplificador en cuanto a lo que he venido diciendo por ahora. En un automóvil no somos nosotros quienes generamos el movimiento, al menos no de manera directa.

Cuando caminamos, de preferencia solos –porque para Hazlitt un paseo fructífero se hace a solas- no sólo dejamos atrás la ciudad, las calles –inmóviles en su movimiento relativo- sino que más bien nos dejamos atrás a nosotros mismos, no a los otros. No nos vamos de los sitios, nos vamos de nosotros, nos abandonamos para ser otros, los que somos al convertirnos en simples observadores, en meros reconfiguradores del mundo que empezamos a habitar al caminarlo. De cierta manera, mucho más metafórica que física, hay que decirlo, al adelantarnos al movimiento del planeta, nos damos el lujo de inventarlo. Lo que leemos cuando caminamos es algo que no nos sucedería si no nos moviéramos sobre el movimiento. El futuro no existiría si no fuéramos sus artífices, cuestión de mecánica: si no nos movemos casi nada sucede, pues lo que se mueve se mueve al mismo ritmo que nosotros. Romper el ritmo es revelar nuestra melodía vital. Vivir es llevar otro compás.

Resumamos el ensayo de Hazlitt: hay que salir a pasear. Leer la naturaleza, saltar, correr, gritar (muy cursi y alocado el viejo William), hacerlo a solas, porque no es lo mismo estar solo que a solas (cito), preferible hablar con un desconocido que con un amigo en el trayecto. El primero siempre será parte del paseo, de ese presente meditativo y ocioso, el segundo, un lastre de nuestro pasado. Vivir en esa parte del mapa que habitamos y vamos deshabitando casi inmediatamente. Dejar todo el demás mundo en blanco: sólo existe el lugar de nuestra mente en el que nos encontramos, y si nos acercamos a los sitios éstos nos van entregando remembranzas, relaciones vitales que no vendrían a nosotros si no nos acercáramos a ellas. Por último, habrá que regresar a casa y entonces sí escribirlo, deleitarnos con los recuerdos del viaje, hacerlos parte ahora sí de esa gran biblioteca que es nuestra memoria.

            Pero mientras caminamos: “Debemos darle cerebro, pero no lengua”. Me recuerda al profesor Kilroy, ese personaje de Baricco que dice que las ideas, una vez salidas de nosotros se vuelven objetos artificiales, egoístas y vacuos. Tal vez lo mismo pasé con Einstein, con Reyes, con miles. ¡Qué maravillosa y natural debe ser la física en la mente de Albert! Qué tanto más inteligentes pudiéramos ser si no abriéramos la boca y sólo nos dedicáramos a caminar y a ver, tratando de ganarle la carrera a un mundo que, en su quietud, sin embargo: se mueve.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_242

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