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miércoles, 17 abril, 2024
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En torno a Maluma, el Festival Cultural, y el etnocentrismo musical

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Por: Luis Díaz Santana • admin-zenda • Admin •

El día 29 de marzo del presente año, La Jornada Zacatecas publicó en sus redes sociales una entrevista con un profesor de la Unidad Académica de Artes de la UAZ, quien censuraba la presentación del reguetonero colombiano Maluma en nuestro Festival Cultural. A raíz de dicha entrevista, se dieron a conocer varios artículos que repetían las mismas declaraciones, llegándose incluso a expresar que la festividad se convirtió en el festival de la incultura. Sin embargo, también soy maestro de la Unidad Académica de Artes, y no comparto lo que se mencionó en la entrevista. Por un lado, es verdad que los artistas que son parte de las músicas que difunden los medios masivos —los músicos del llamado mainstream—, no necesitan ser subsidiados por el gobierno, pueden visitar Zacatecas en cualquier fecha, y llenar un estadio con personas que pagan un boleto de admisión. Pero, por otro lado, los reguetoneros, los músicos del ska o los cantantes de narcocorridos tienen derecho a presentarse en cualquier ocasión, sin que el valor de su trabajo sea cuestionado. No obstante, en pleno siglo XXI es sorprendente que continuemos escuchando ideas decimonónicas, ya que el paradigma de alta cultura y baja cultura, y consiguientemente de una música clásica desvinculada de la música popular, fue implantado durante el siglo XIX, y se encuentra estrechamente relacionado con el establecimiento de las clases sociales. Para ellos, la música reflejaba vivamente la estratificación social: en esa época se exigió la profesionalización en conservatorios a los músicos que difundían la “alta cultura”, mientras que la música para el entretenimiento (los ecos en los cafés, parques y salones de baile) fue vista paulatinamente como ordinaria y hasta vulgar. De esa manera, en el imaginario de la creciente clase media y alta, los cantos de los desamparados se convirtieron en un espectro del que era necesario huir, mientras que la música sinfónica, de cámara o los conciertos de solistas fueron transfigurados en lujosos entes de su deseo. Tal discurso elitista, que establece que hay músicas superiores e inferiores, músicas nocivas y músicas edificantes, es reproducido en los comentarios del entrevistado, quien llega a afirmar que el reguetón es la “no música”, a pesar de que es imposible vaciar de todo significado a cualquier canción. El profesor refiere algunos versos del artista colombiano, con la finalidad de mostrar la vulgaridad, pero lo cierto es que la escatología y la cursilería, el morbo y el ridículo han estado presentes en las letras prácticamente desde que apareció la música: en los madrigales del renacimiento italiano y en las más “elegantes” arias de ópera. Además, el estudiar la música solamente basados en sus coplas es estudiarla de manera incompleta, pues el análisis de la letra no revela nada sobre la música que la acompaña, ni sobre las prácticas sociales asociadas al género musical, tampoco sobre los contextos donde la música tiene presencia, y menos aún sobre la relación que se establece entre la música y el público. También se menciona que el reguetón es una música artificial, fabricada expresamente para obtener ganancia económica, pero el género musical no surgió de la nada, comparte elementos tradicionales de otras músicas caribeñas, incluso muy antiguas, como lo señala el etnomusicólogo Alejandro Madrid: “Lo que caracteriza a la danza-contradanza-habanera, es el uso del poliritmo 332 (la cabeza del llamado “tresillo cubano”) contra 2. Es una característica de muchas prácticas musicales de la diáspora africana en el Caribe, incluyendo el reggaetón”. Algo similar puede afirmarse sobre los narcocorridos, por ejemplo, lo cual es analizado en el libro que próximamente presentaré, y que estará disponible en librerías de todo el país: Historia de la música norteña mexicana, de la editorial Plaza y Valdés. De hecho, muchos de los géneros musicales populares de occidente que frecuentemente denigramos comparten el mismo lenguaje armónico y melódico de la tradición dominante europea, concretamente la vienesa del siglo XVIII y XIX, pero es de alguna manera “subversivo”, por medio de la repetición, el tempo o el timbre. En torno a estas ideas, se dio un furioso debate entre diversos amigos en Facebook. Se mencionaron conceptos del antropólogo Claude Lévi-Strauss, quien pensaba que sólo podemos hablar de civilización cuando el ser humano come alimentos cocinados. En el extremo del etnocentrismo, se mencionó que la música clásica era el alimento cocinado, mientras que la música popular se le comparó con la carne cruda, con lo cual, de acuerdo con dicho comentarista, los infortunados seguidores del reguetón y otras músicas comerciales se encontrarían en una especie de estado cavernícola. Otros más, afirmaban que no se puede comparar a la baja cultura musical con la alta cultura, porque los primeros no cuentan con preparación académica tal como los segundos. Pero en las diversas investigaciones que he realizado sobre música tradicional, he visto que muchos ejecutantes de instrumentos en las zonas rurales del país poseen una formación igual de rigurosa, altamente disciplinada, y que tal forma de aprender música puede ser incluso más antigua que la enseñanza de los conservatorios. Lo más curioso, es que a todos nos resultaba claro que los detractores de los géneros populares nunca los habían escuchado, no eran consumidores de los mismos, por lo cual dejaban que sus prejuicios hablaran por ellos. En torno a esto, el sociólogo inglés Simon Frith menciona que sólo podemos considerar a una música como valiosa “cuando sabemos que escuchar de ella y como escucharlo. Nuestra recepción de la música y nuestras expectativas en torno a ella no son inherentes a la música, que es la razón por la que muchos análisis musicológicos sobre música popular olvidan que su objeto de estudio, el texto discursivo que construye, no es el texto que todos los demás escuchan”. Como músico profesional, antes de escuchar una obra musical nueva no hago ningún análisis armónico, melódico o contrapuntístico para saber si es posible que la pieza me guste, me agrada o no me agrada, pero puedo decir que he asistido a conciertos de las mejores orquestas del mundo tocando obras de Beethoven, y francamente me he emocionado mucho más con un dúo de ancianos entonando un corrido cardenche anónimo. La música vale por lo significativa que es para cada uno de nosotros, por lo que nos comunica. A fin de cuentas, sólo quiero destacar la forma en la que usamos a la música: para acercarnos a algunas personas y diferenciarnos de otras, y por medio de ella reafirmar que, aunque tal vez nunca los hemos cuestionado, únicamente nuestros gustos culturales son válidos, y todos los demás están equivocados y son unos ignorantes. Debemos tener cuidado, pues el manejo de tal mentalidad etnocentrista, en materia de política o religión, es sin duda culpable del colonialismo y el fundamentalismo.  ■

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