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martes, 16 abril, 2024
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B.P.C.E. Mauricio Magdaleno: 30 años de historias (a mí me han tocado 25) [Segunda parte]

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 240 / Promoción de la lectura

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Las palpitaciones del corazón de una biblioteca son sus lectores (me agrada más este sustantivo, que el de “usuario”). Algunos de gran trato y educación, otros acuden a la biblioteca en busca de la segunda, y otros más… bueno, son otros más. Referiré algunos casos que representen esta micro tipología de lectores que han asistido a la Biblioteca Pública Central Estatal “Mauricio Magdaleno”, teniendo claro que quedan muchos de ellos fuera.

Hubo un tiempo en la biblioteca abría durante el Festival Cultural, entonces denominado solamente Semana Cultural. Los servicios bibliotecarios se daban, incluso, en los días santos. Como lector, esa política me parecía fantástica. Como trabajador, en aquella época, era una decisión mortal. No nos visitaba nadie. Vaya, ni la familia para platicar. Ingresando al edificio, que hoy alberga la Casa Municipal de Cultura, nos encontramos con el patio central. En aquella época era la Sala General. En la cuarta puerta del pasillo de la izquierda, al fondo, se encontraba la dirección. Aquel Jueves Santo, el profesor Sergio Arturo y este servidor charlábamos en el escritorio de la sala más grande de la biblioteca.

Como lo mencioné, no había concurrencia. Éramos más bibliotecarios que lectores. Aún con guardias. De pronto, un joven entró a la biblioteca, se registró en recepción y con paso veloz se dirigía a la dirección (donde no había nadie, pero conservaba sus puertas abiertas). Sergio Arturo le dio alcance y con un cordial “Buenas tardes, ¿qué se le ofrece?”, el individuo, un joven de no más de veinticinco años, delgado, desaliñado, mostró desconcierto ante la aparición del Jefe de Servicios Bibliotecarios. Turbado, sólo alcanzó a balbucear: “¿Qué le iba a decir?, ¿qué le iba a decir?”, sin ocultar un nerviosismo propio de quien fue pillado a la mitad del plan.

Sergio Arturo, serio, sobrio –pero amable-, le respondió: “Pues no sé qué es lo que me iba a decir”. Ésas fueron las palabras mágicas para sacar de sus casillas al joven, quien de inmediato espetó: “Pues si usted no sabe menos yo”. Acto seguido se dirigió a la puerta por donde minutos antes había ingresado. Personas de esas características son constantes en la biblioteca.

En otra ocasión se presentó un individuo delgado, alto, de tez blanca. Dejó una bolsa de plástico en guardarropa, ingresó, pero nadie se percató en qué momento salió. Al terminar la jornada, su bolsa seguía ahí. Nadie sabía quién era su dueño. Pasaron los días y al cumplirse dos semanas, un desagradable olor impregnaba el pequeño espacio que hacía de recepción. Después de hurgar entre los entrepaños descubrieron que se trataba de la bolsa que había dejado aquel hombre días atrás. No sé si por curiosidad científica, por morbo, por protocolo, la bolsa fue abierta, dejando al descubierto el tesoro que escondía: un par de calcetines malolientes (dicen los que estaban ahí que era peor que el formol) y unos chiles poblanos en estado de putrefacción. Desde luego que la bolsa se desechó de inmediato a la basura. Dos meses después llegó el individuo y al enterarse del destino de su bolsa, amenazó con demandar a la biblioteca. Cosa que nunca ocurrió.

http://bit.ly/1V4oINH

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