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jueves, 28 marzo, 2024
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Castillo de sal si puedes

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Por: Ester Cárdenas • Admin •

 

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En los años cincuenta el cine cumplió medio siglo de vida y en Europa surgió una grave inquietud: ¿qué había ocurrido con el cine como expresión artística? ¿Dónde estaba la figura del director como creador de un concepto integral de forma y contenido, más allá de las preferencias del mercado? Fue así como empezó a cobrar fuerza el llamado cine de arte o cine de autor, un tipo de películas en que el guión, la dirección, la fotografía, la música, el vestuario, la ambientación, entre muchos otros aspectos, obedecen al criterio estético del director y su equipo más cercano, dispuestos todos a trabajar a contracorriente de las tendencias del mercado e incluso renunciar al lucro. De esta manera se descollaron figuras excepcionales, como los directores Ingmar Bergman, Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, François Truffaut y Luis Buñuel, por mencionar algunos. Favorecidos por un público pequeño pero inteligente, refugiados en los cine-clubes de los sesenta-setenta, éstas y otras figuras se abrieron paso poco a poco. Hoy sus obras alcanzan la calidad de clásicos y se conservan en filmotecas y museos con la misma categoría que podría darse a una pintura o escultura. Son ellos quienes permiten hablar de cine como séptimo arte. Mientras las producciones de las grandes compañías se ocupan de romper récords de inversión y taquilla, el cine de autor ha derivado en lo que hoy llamamos cine independiente, una variedad que ha cobrado importancia en Estados Unidos durante las últimas tres décadas con eventos como el Festival Sundance. En ocasiones las dos vertientes celebran felices encuentros y los grandes esquemas de producción se ponen al servicio del talento creativo de un hombre. Tal es el caso de Fanny y Alexander, de Bergman o figuras señeras de la industria comercial como Stanley Kubrick, Francis Ford Coppola, Spielberg, George Lucas y González Iñárritu, entre otros.

Cine de autor François Truffaut Muerte en Venecia

Hoy día, cuando el cine de autor suele encapricharse con propuestas pedantes y absurdas celebradas por los snobs, y las producciones comerciales apuestan al proyecto de idiotizar cada vez más (si es posible) a sus espectadores, el futuro del cine radica en un diálogo sincero y sencillo entre dos visiones alternativas. Los resultados pueden ser tan brillantes como El señor de los anillos, de Peter Jackson.

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