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viernes, 19 abril, 2024
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Aquí sólo hay cielos oscuros

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Por: Mauricio Flores • Admin •

Como ahora, cuando la estadística de los periodistas muertos y violentados permanece a la punzante alta, el ocaso del porfiriato no fue un buen tiempo para el ejercicio de informar. En Carne de ataúd, la nueva novela de Bernardo Esquinca (Jalisco, 1972) su personaje central, Eugenio Casasola, entabla un revelador diálogo con su mujer:

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“¿De verdad nuestras vidas corren peligro?”, pregunta Ana. “¿Cómo pudiste permitir que eso pasara?”, reclama ignorante del brete en el que su marido se encuentra: metido hasta el cogote en el caso de un asesino serial que rápido lo llevará al descubrimiento de realidades que lo supuesto; ya se enterará el lector. “Son las circunstancias”, contesta Casasola. “No es un buen momento para ser reporter en este país”, sentencia.

/// Carne de ataúd, editorial Almadía

“Las cosas están cambiando… Ya no hay lugares seguros… Aquí sólo hay cielos oscuros…”, reconocerá el periodista que se debate entre comprender los impulsos más internos de un destructor (asesino de mujeres, en su mayoría prostitutas) e hilar los cabos de un ambiente de violencia criminal alterna, proveniente de…, y que apuntan a… No echaremos a perder aquí la tensión que nos provoca la lectura de Carne de ataúd.

Apasionado por la factura de los relatos policiaco y fantástico, Esquinca ubica la nueva novela en un tiempo muy bien definido por la historia y la memoria colectiva. El periodo de descomposición del régimen porfirista que provocó el surgimiento de la Revolución Mexicana. Tiempos de severa crisis (no exclusivo en nuestra posterior formación social) que trajo consigo niveles de severa represión hacia diferentes sectores de la sociedad emergente.

Incorpora además otro de los temas que paulatinamente fueron develándose en la misma historia con hache mayúscula. Me refiero al llamado espiritismo, que para los años era una práctica frecuentada por personajes del arte y la política. El tiempo señalaría al mismo Francisco I. Madero como un importante militante de la experiencia que, en Carne de ataúd, encabeza Madame Guillot, médium de cabellos rojizos que se agitan como serpientes.

Con una narración en tres tiempos, la novela esquinquiana (Los niños de paja, Demonia y Mar negro, et. al.) reinaugura un buen números de sitos de la época que paso a paso habitan los personajes. De Peralvillo a San Juan de Ulúa; de los salones barrocos del Centro Histórico a los bosques de Tlalpan y el Ajusco; hasta el manicomio de La Castañeda (ya demolido) donde Casasola adelanta: “Quien sabe que va a morir ya no necesita el sueño. Ni el presente. Quien sabe que va a morir sólo vive en el pasado, y por eso se convierte en fantasma antes de tiempo”.

Novela de periodistas, reporter según la expresión gringa, Carne de ataúd de Bernardo Esquinca hace también un homenaje a José Guadalupe Posada y Vanegas Arroyo. Quienes en la cotidianidad adversa de la dictadura “destacaron como visionarios […] pues ambos comprendían el potencial de las noticias trágicas y fantasiosas, y las convertían en un redituable negocio”. (Por ello el diseño de la portada, que reproduce un grabado de Posada ilustrando uno de los crímenes de Francisco Guerrero, el temido Chalequero, responsable de sembrar Río Consulado de “cadáveres de infelices mujeres, degolladas casi todas, después de que el feroz asesino hubiera saciado en ellas brutales instintos”.

 

Lectura de una época: Esquinca

—¿De dónde surge esta nueva novela?

—Tenía ganas de hacer una novela histórica y explorar la Ciudad de México en el cambio de los siglos XIX al XX. Una época fascinante en la que el país está a punto de convertirse en lo que es ahora, pero a la vez con muchas cosas arraigadas del pasado, como leyendas y supersticiones. Me puse a investigar y me di cuenta que fue en el periodo cuando surge la nota roja; entonces comprendí que podía convertir esta novela en una “precuela” donde se contara el linaje periodístico de Casasola.

—¿Por qué de la fascinación de Casasola por la nota roja?

—Casasola es mi alter ego con el cual comparto obsesiones. Pero hablando de personajes, tanto el Casasola del pasado como el del presente son arrastrados por las circunstancias hacia determinados universos, y yo, como escritor, aprovecho la situación para reflexionar sobre la parte oscura del alma humana.

—¿Cómo fue la investigación para esta nueva novela?

—Fue la parte más divertida. Leí varios libros sumamente entretenidos e interesantes que me dieron una idea clara de cómo eran las cosas en esa época, qué restoranes y bares había, dónde se paseaba, qué comía la gente, cómo vestía. También reuní un expediente muy completo (Archivo General de la Nación) con las notas que se publicaron sobre el Chalequero. Cuando investigas para un libro la información no solo te proporciona la atmósfera sino te da además personajes y claves para la trama.

—¿Qué personajes se dificultaron más: los históricos o los ficticios?

—Ambos tienen sus complejidades. Los históricos ya están: se sabe cómo eran y qué pensaban, lo que no te permite mucho margen de maniobra; el reto es ponerlos en movimiento y hacerlos creíbles. Los ficticios parten de cero; lo que da mucha libertad, pero igualmente hay que hacerlos verosímiles.

—¿En Carne de ataúd leemos pasado y presente?

— Mi intención fue hacer una lectura de aquella época. Personas que la han leído me dicen que encuentran referencias a lo que sucede hoy. Supongo que si hablas del pasado inevitablemente hablas del presente, sobre todo si tomamos en cuenta que el país se sigue pareciendo en algunas cosas al que era a finales del XIX y principios del XX.

 

Bernardo Esquinca, Carne de ataúd,

Almadía, México, 2015, 296 pp.

*[email protected]

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