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jueves, 18 abril, 2024
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Mauricio Magdaleno, para intrusos XXVII. El esfuerzo político

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Por: Conrado J. Arranz • Admin •

 

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El olvido, normalmente, está reñido con el silencio. Sin embargo, éste fue la única resistencia posible que Mauricio Magdaleno halló ante los fatídicos hechos acontecidos el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, cuando el ejército se apoderó de la ciudad, de los sueños, y la iglesia cerró sus puertas. El burladero desde el cual Magdaleno asistía a los terribles acontecimientos, no era cómodo, fungía desde 1964 como Subsecretario de Asuntos Culturales, segundo en la jerarquía de la Secretaría de Educación Pública, cuyo titular era nada menos que otro gran escritor, Agustín Yáñez. Podríamos ampliar con Martín Luis Guzmán la nómina de autores de primera fila, que de alguna forma cultivaron la narrativa de la Revolución, y que apoyaron, mucho tiempo después, la “verdad oficial” del gobierno de Díaz Ordaz.

No cabe duda de que este posicionamiento oficial supuso un rechazo de facto de la comunidad cultural, y especialmente de la literaria, a la obra del autor. A esta causa política podríamos añadir una causa literaria. Precisamente la desazón que la política había causado en Mauricio Magdaleno había empulado al autor hacia una etapa creativa de memoria autobiográfica, marcada por una visión idílica del pasado, especialmente relacionado con la provincia. Como ya vimos en La Tierra Grande y en Cabello de Elote, de alguna forma, Magdaleno procuró continuar su obra interrumpida por la alta ocupación cinematográfica y política, aunque ya sin éxito. Los procedimientos literarios habían quedado obsoletos, los temas no eran ya de actualidad, se había convertido en un autor extemporáneo para la crítica, como veremos en la próxima entrega en relación con la polémica con Monsiváis.

El 68 fue la génesis del olvido de la obra de Mauricio Magdaleno para el público en general, pero fue también el propio autosilenciamiento del autor. La Subscretaría de Educación, que ejerció hasta 1970, sería la última responsabilidad política que ocuparía, y ésta tenía un carácter mucho más de funcionario político. El descontento con los derroteros de la vida política del país ya había quedado plasmado en el encendido discurso que pronunció como senador en 1963, a favor de la memoria histórica de Ricardo Flores Magón, que seguramente le costó su participación directa en política, como cargo electo del PRI. Tras el desempeño de su última función pública en el 70, desde la cual había asistido a los terribles hechos contra los estudiantes, el silencio. Su archivo personal (cuya depositaria es su generosa hija, Rosario Magdaleno) se reduce drásticamente en el número de cartas, y éstas son de escasa trascendencia; tampoco en esos años produce obra creativa, y en las columnas periódicas que tenía, reduce su participación, además de que dichas colaboraciones carecen de índole política, a diferencia de lo que nos tenía acostumbrados. Por el contrario, comienza a formar parte de consejos y patronatos representativos, como el del INEHRM, y recibe premios de relevancia como el Rafael Heliodoro Valle y el Nacional de las Ciencias y las Artes, del que hablaremos en la próxima entrega. En las entrevistas que se suceden para conocer más a este escritor extemporáneo y desconocido en general para el público, Magdaleno se encarga de resaltar que por encima de todo, en su vida, fue escritor, y que, pese a su salud, sigue escribiendo, y claro, está escribiendo siempre su última novela, una novela con la que pretende saldar deudas, caracterizar a la clase política del país, una novela que, según él, sólo podrá publicar cuando ya no fuera posible el reproche, una novela que nunca se publicó ni se dio a conocer y que, quizá, nunca fue completamente escrita.

Por si todos éstos no fueran gestos suficientes del desencanto político, en una de las últimas entrevistas concedidas, en julio de 1985, cuando apenas disfrutaría el escritor zacatecano de un último año de vida, se mostró tajante en este extremo: “No tengo ningún partido, ¿usted sí? […]. No quiero, no votaría por nadie. Por México quizá”.

 

* (Madrid, 1979). Escritor, crítico, e investigador de proyecto en El Colegio de México. Doctor en literatura española e hispanoamericana por la UNED, con una tesis sobre el universo literario de Mauricio Magdaleno. Sus intereses de investigación son la literatura española e hispanoamericana de los siglos XIX y XX, prestando una especial atención a la narrativa mexicana y a la literatura del exilio español. Junto a Andrés del Arenal ha coordinado la colección de ensayos El muerto era yo. Aproximaciones a Juan Rulfo (Calygramma / EstoNoEsBerlín, 2013) y ha realizado la edición, el estudio preliminar y las notas de la novela El resplandor, de Mauricio Magdaleno (Clásicos hispanoamericanos, 2013). Actualmente reside en México, DF.

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