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jueves, 28 marzo, 2024
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Democracia sultánica o la peligrosa nostalgia

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

Nuestro proceso de democratización no fue un obsequio que, por mayoría de edad, nos otorgara el antiguo régimen. Fue una conquista de generaciones con diferencias ideológicas y de visión definidas, pero con un objetivo inmutable: transitar hacia otro régimen que rigiera el país y su sistema político.

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Entre los pasos para lograr lo que se entendía como el efectivo cumplimiento de nuestra aspiración democrática, se encontró primero, el consolidar las instituciones que, desde la etapa post-revolucionaria surgieron en el discurso oficial y en la formalidad jurídica, sin que fueran realidad práctica: sobre todas las instituciones (legales y organizaciones) estaba una sola, encarnada por un solo hombre: la Presidencia de la República.

La figura Presidencial y su omnipresencia en toda decisión política de trascendencia, desfiguró el sistema Presidencialista, en el modo “presidencialismo”, estudiado por no pocos y cuyas principales características eran la toma de decisiones con un amplio margen, dotado de una fuerza por sobre el mucho que ya le otorgaba la Constitución. El Presidente en turno gozaba no sólo de estas atribuciones constitucionales, sino también de las que Carpizo bautizó como  las facultades meta-constitucionales. De por sí, los sistemas que confían a un Ejecutivo unipersonal la conducción de un Estado, tienen complicaciones inmediatas inherentes a la condición humana, en nuestro caso, como lo estudió Cosío Villegas en su ensayo El estilo personal de gobernar (en este caso de Luis Echeverría) las repercusiones que tiene el temperamento, el carácter, los prejuicios, la educación y la experiencia de ése hombre sobre el país  mismo no eran menores.

Le restamos al Ejecutivo, por el derecho que se tiene en toda democracia liberal de dudar de la honorabilidad y del criterio de todo ser humano, la organización y proceso electoral; la auto-vigilancia del gasto público; la política monetaria; la determinación exclusiva de quiénes encabezarían los órganos más importantes para la garantía de los derechos humanos, de la transparencia, telecomunicaciones y procuración de justicia; sobre temas tan importantes como la generación de estadísticas, evaluación educativa y de política social, así como de competencia económica.

Luego de que la formación del poder en México, como la describió Arnaldo Córdova, surgiera del empoderamiento de un hombre-figura del Estado (Juárez, Porfirio Díaz), nuestra siguiente tarea fue desarmar la cúspide de la pirámide sin destruir la pirámide misma, y lo logramos: construimos un sólido texto constitucional al día en materia política que, aunque de excesivo contenido, nos permite estar en la lógica del Estado Constitucional Democrático de Derecho.

Sin embargo, la tradición personalista y la herencia histórica de personalización del poder nos persiguen. La nostalgia por el hombre “todopoderoso” de “voluntad benévola” y “carisma popular”, aparecen a cada paso de nuestra incipiente democracia política. Cada elección la capacidad compite contra la popularidad que no siempre la acompaña.

Superamos, en parte, el régimen “cuasi-sultanista” a nivel nación, pero no en las sub-regiones de las corrientes políticas, ni en la provincia. Aún hay líderes que se sienten llamados a transformarlo todo con su visión, su improbada honestidad y su capacidad sin prueba. Aún hay quiénes se mantienen nostálgicos de la unilateral voluntad que todo lo decidía para bien o para mal y otorgaba relativa certidumbre, negada en democracia.

Lo escribió con acierto en redes sociales el director de este medio: Las decisiones que se presumen ser tomadas por unanimidad y a mano alzada pocas veces tienden a ser democráticas. Yo agregaría: Pues quién sabe que obligó a levantar la mano: la convicción o la coacción.

Pero como es imposible e inasumible un discurso totalizador de las decisiones institucionales, se reviste hoy de democracia popular, lo que más bien parece democracia sultánica. Entendiendo régimen sultánico, en palabras de Juan Linz, como aquellos regímenes basados en la lealtad personal a un líder más allá de la tradición, ideología, misión o cualidades, ejerciendo el poder sin restricciones, a discreción y sobre todo sin verse limitado por las normas o compromisos de ninguna ideología. Las normas son constantemente subvertidas por éste, quien no se siente obligado a justificarlas en términos ideológicos.

En éstos no hay pautas de ascenso formalizadas, sino más bien personalizadas, sin criterios universales, sino más bien, individuos elegidos directamente por el líder “omni-conocedor-justo-honesto”.

Ésta no es una deformación del poder extraña, aunque sí cada vez más repudiada y combatida. El problema es cuándo dicha forma de ejercer el poder se vuelve en sí una oferta política. Me contradigo: no es un problema, quizá sea una ventaja, pero sí es un peligro.

Hoy, de todos los partidos políticos, hay solo uno creado a la sazón de un hombre, cuyas decisiones terminan muchas veces vulnerando a sus propios seguidores, dejándolos sin argumento alguno. Un Echeverría contemporáneo que por ovación vuelve a ser líder indiscutible de la salvación. En Zacatecas, a quién ése mesías tropical (Krauze dixit) busca vendernos como futuro Gobernador, ningún mérito tiene en su partido, conformado por hombres y mujeres respetables de convicciones duras (a veces necias). Muchos de ellos fueron actores del cambio político que vivimos en el Estado y en el país ¿acaso tendrán nostalgia del sistema adverso al que combatieron? Yo les confío la duda razonable. ■

 

@CarlosETorres_

 

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