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jueves, 18 abril, 2024
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¡Es la estupidez, estúpido!

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Uno es afortunado por hacer lo que hace, en la asepsia del trabajo solitario de escritorio, lindando en las fronteras de la vida anacoreta. La posibilidad de la exploración constante e incesante del vasto mundo virtual (o real) del conocimiento, clic tras clic, página tras página, sumergido en la contemplación extática, días, meses, años, maravillado siempre ante el ensanchamiento de las fronteras de la actividad humana: no es infrecuente empezar explorando algún tema, digamos a guisa de ejemplo la desigualdad social, y terminar apuntando una receta de ensalada de brócoli (con vinagreta de ajo y ajonjolí), habiendo además visto un documental (corto) de exploración espacial y sintonizado un concierto (éste no tan corto) para amenizar las largas horas.

En el mundo del conocimiento, los caminos nunca son rectos: you never know where the day may take you. En esa exploración amplia una cosa queda clara, la constatación de que el ser humano es capaz de todo, para bien y para mal, de transitar por cimas y simas, que el mundo está lleno de luces y sombras, de mentes prodigiosas … y mentes estúpidas.

Así sucedió en estos días tan iguales entre ellos (quizá más que en cualquier otra época del año), aunque la digresión no fue tan extrema. Sumergido en la búsqueda de una referencia acerca de un trabajo del historiador y economista italiano Carlo Cipolla, me enteré que además éste, entre las mil cosas que hizo, también escribió acerca de la característica más antitética y opuesta a esa ampliación de la actividad y el conocimiento humanos: la estupidez.

Básicamente, lo que “Las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana” explican es el vasto y corrosivo poder de la estupidez humana a partir de cuatro leyes básicas. Cipolla, enemigo de la hipócrita corrección política, dice que no hay tal cosa como la igualdad humana: así como algunos nacen negros, otros pelirrojos, altos o chaparros, la estupidez es el resultado de la providencia. Así pues, existen cuatro tipo de personas: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos.

La primer ley dice que siempre e inevitablemente todos subestimamos el número de individuos estúpidos circulando por el mundo; es decir, somos muy poco conscientes de su presencia. La segunda ley dice que la probabilidad de que una persona sea una estúpida es independiente de cualquier otra característica que tenga; la estupidez no es un don o una maldición, es una característica como cualquier otra. La tercer ley (o ley dorada) estipula que una persona estúpida es una persona capaz de causar un daño a otra persona o personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, e incluso perjudicándose a sí mismo. La cuarta y última ley dice que los no estúpidos tienden a subestimar siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas; las personas no estúpidas olvidan constantemente que siempre y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos es, invariablemente, un error sumamente costoso.

A partir de esas leyes podemos explicarnos en términos gruesos muchos de los infortunios que padecemos como individuos o como sociedad. Véase si no, de acuerdo a los tipos de personas, las transacciones de valor que se pueden establecer entre estas: los malvados regularmente se benefician a costa de otro, es decir, hay una transferencia de valor de un lado a otro. El incauto, al perder, transfiere a otra parte lo suyo. El inteligente produce ganancias para sí mismo y para los otros: crea valor. Cuando el estúpido se pone el overol de trabajo, la historia es distinta: entra en funcionamiento un proceso destructivo de valor dado que el estúpido perjudica a otros e incluso a sí mismo.

No hay caracteres puros sin embargo: todos en la vida actuamos de una u otra de las cuatro formas, aunque siempre una característica será la preponderante. Así, la vida queda definida por el carácter preponderante de cada cual, sea entre los individuos o entre las sociedades. Una sociedad pujante se caracteriza por una mayoría de individuos inteligentes manteniendo la estupidez a raya; una sociedad estancada se caracteriza por las transferencias de valor de un lado a otro, sea por los incautos o por los malvados.

Y he aquí que se presenta el problema: a nivel individual cada quien es responsable de admitir la estupidez en su vida, pero cuando hablamos de la vida en sociedad, admitir la participación creciente de los estúpidos es un riesgo mayúsculo que puede llevar a una sociedad completa a la ruina. Cualquier semejanza con la historia reciente y actual de este país no es coincidencia.

Y así va este mundo en que los estúpidos son legión. Ya lo dijo otro grande, Einstein: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy tan seguro”. ■

 

La exploración (y la digresión) continúa.

 

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