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jueves, 28 marzo, 2024
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Élites políticas enriquecidas: signo de algo más ominoso

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

En la ciencia política se distingue entre el “poder-sobre”, del “poder-para”; esta diferencia es esencial para saber distinguir entre dos grandes formas de comportamiento  político. En el poder-sobre es la búsqueda de la dominación sobre los otros: controlar las circunstancias para ejercer el mando lo más vertical posible. En el poder-para, es el ejercicio de una potencia que surge del actuar en conjunto para alcanzar ciertas metas comunes. Como podemos observar, la identidad de poder como dominación se opone radicalmente a la identidad de poder como posibilidad nueva. En la primera se pone en juego la mutua retroalimentación de dominación con apropiación de riqueza, porque a mayor riqueza mayor poder, y al revés. Así las cosas, surgen grupos políticos que se proponen dominar ciertos territorios, y ejercer el mando absoluto en partidos políticos, al mismo tiempo que acumulan riquezas en formas de cuentas bancarias, tierras, acciones de empresas, bienes inmobiliarios, y otros; para hacer de los tres (dominio territorial, mando en partidos y riqueza acumulada) un solo capital dominador. Las tres fuentes mencionadas adoptan su particular función como Capital-Político al incorporarse como medio para la finalidad señalada: el dominio. Pero todas las relaciones de dominación, al expresarse en forma cruda, manifiestan su alma: la tiranía. Muy otro es el poder-para, que hace florecer nuevas posibilidades de vida y la creación de mejores capacidades, porque pretenden la cooperación y no el dominio.

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Por ello, el tema del enriquecimiento de políticos no es algo que se resuelva con la superficialidad de la declaración de bienes. Es toda una estructura de poder que se alimenta, crece y adquiere la forma de Capital. La única manera de poner límites a esta hidra de 100 cabezas es con la generación de un contrapoder con esencia opuesta: el contrapoder-para, es decir, una fuerza social de acción colectiva dirigida directamente al cumplimiento de metas sociales, y no a darle mando a élites para que ellas “resuelvan los problemas”. Mientras se generen élites de este tipo, el enriquecimiento de las mismas será una consecuencia necesaria; con o sin declaración de bienes. Pequeños grupos que harán del mando una herencia o un traslado consanguíneo, como en Castilla la vieja. El poder pasa a ser cosa de pendones familiares. El antídoto no es una medida administrativa de declaración patrimonial, sino los mecanismos de la distribución social del poder: hacer que las diversas capas sociales coloquen hijos suyos en las esferas del Estado. Apostar por formas de movilidad social en las esferas del poder. Así las cosas, la existencia misma de esta oligarquía plutocráctica, es un indicador de la desactivación y fragmentación social, que hace imposible la constitución del contrapoder arriba mencionado. O en otras palabras: la existencia de políticos enriquecidos pone de manifiesto la estructura política de fondo que hace esto posible; y que no es fácil que se vea. En suma, la cosa es más grave que lo que se observa, y por ello, el reto es mayúsculo, no se reduce a pedir que los políticos ofrezcan declaraciones de su patrimonio; se deben crear los mecanismos para la distribución social del poder.

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